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El reportero de la BBC que se convirtió en refugiado

Arash no necesita palabras para explicar por qué abandonó su vida. Simplemente saca el móvil y muestra la foto de un agujero de bala en la luna delantera de su coche. Justo a la altura de su cabeza. “Afganistán no es un país seguro para los periodistas”, responde al fin el reportero.

Con solo 26 años, Arash Popal ha rozado el éxito profesional con el que sueñan jóvenes periodistas de cualquier parte del mundo. Pocos años después de terminar la universidad se convirtió en un respetado corresponsal para la BBC. “Pude entrevistar a las principales personalidades de mi país”, cuenta orgulloso. Ahora, los recuerdos de entonces le parecen de otra vida.

Hace casi un año que Arash no pisa una redacción. Hoy el periodista vive en un campo de refugiados en los alrededores de Salzburgo (Austria) aferrado a la esperanza de que no le manden de vuelta a Afganistán.

El camino hasta aquí fue el mismo de tantos. “Un infierno”, relata. Tardó 31 días en llegar desde Kabul a Lesbos. Atravesó cinco países, la mayor parte del camino a pie. “Viajé de Afganistán a Pakistán a pie. De allí me marché a Irán, casi todo el tiempo también caminando, hasta llegar a Turquía. Fue muy peligroso. A cada momento los traficantes nos golpeaban y nos robaban el dinero”, explica.

La última parte del trayecto fue en barca hasta alcanzar la costa griega. En total pagó cerca de 4.000 dólares por un viaje lleno de penalidades. “No tenía dónde dormir, casi siempre lo hacía en el suelo. Pasé mucho frío. Solo comía pan y agua. Muchas veces veía la muerte delante de mis ojos, no tenía esperanzas de llegar con vida a Europa”.

A mediados de febrero, Arash tomó el ferry nocturno que conecta Lesbos y Atenas y por primera vez se sintió a salvo. Tuvo suerte, consiguió salir de Grecia antes de que los muros de Idomeni, en la frontera con Macedonia, se cerraran en marzo para aquellos que llegaban pidiendo auxilio. Poco después consiguió llegar a Alemania pero la policía germana le detuvo. “Me enviaron a Austria donde pasé mi primera noche en un calabozo. Al día siguiente me llevaron hasta un campo de refugiados”. Desde entonces sigue aquí a la espera de que se resuelva su petición de asilo. Y lo hace con los dedos cruzados.

Según Eurostat, el 47% de las solicitudes de asilo presentadas por ciudadanos afganos son rechazadas, cuando en 2015 ese porcentaje apenas llegaba al 28%. A principios de octubre, la Unión Europea firmó un acuerdo con Afganistán para facilitar la deportación de aquellos cuya petición de protección internacional fuera negada.

Aún no se ha concretado una cifra oficial, pero según un información filtrada en marzo por la organización StateWacht, la UE estaría pensando en expulsar a unos 80.000 afganos.

Ola de violencia contra periodistas

“¿Volver? Nunca”, insiste Arash. El reportero aún tiene demasiado presente aquellos años de amenazas y miedos que tuvo que soportar. “La vida de periodista es muy difícil, muchos son secuestrados y asesinados por los talibanes, pero también son amenazados y golpeados por las fuerzas del Gobierno”, explica. Él mismo sufrió acoso por ambas partes por ser un periodista crítico.

A raíz de un reportaje sobre la corrupción en el sistema de justicia, varios altos mandos le dejaron claro que si volvía a hacer algo así iría a la cárcel. A estas presiones por parte del poder se sumaron las del entorno de una banda de secuestradores. “Entrevisté en prisión a su líder y, al poco tiempo, el Gobierno ordenó que fuese ahorcado. Su familia me culpó a mí. Tras su muerte, mi vida se hizo imposible. Todos los días recibía amenazas de su entorno”.

Afganistán ocupa el puesto 120, entre 180 países, en la Clasificación Mundial de Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras. La organización ha denunciado recientemente una ola de violencia tanto por parte del Gobierno como de los talibanes contra la prensa. Diez periodistas han sido asesinados en Afganistán este año, uno de ellos extranjero.

Refugiados de segunda

Los afganos constituyen el segundo grupo más numeroso de demandantes de asilo en Europa, después de los sirios. En 2015, más de 190.000 afganos solicitaron protección en los países de la UE. En 2016, se han recibido otras 153.000 peticiones. Sin embargo, ellos saben bien que son refugiados de segunda.

“En teoría todos los que huimos de nuestros países deberíamos ser tratados igual, ya seamos sirios, iraquíes o afganos. Por eso el acuerdo para deportarnos a nosotros es muy injusto. Aquí en el campo de refugiados todos los afganos estamos muy preocupados y rezamos para que no se lleve a la práctica”, reconoce Arash.

La UE lo justifica con el mismo argumento que ya utilizó para firmar sus acuerdos de devolución con Turquía, que supuestamente Afganistán “es un país seguro” y que la mayor parte de los afganos no huye por miedo sino por necesidad económica.

Según el Gobierno afgano, más del 50% de sus 384 distritos sufren violencia a causa de los combates entre el Ejército y las milicias insurgentes. Entre ellos están los talibanes, que controlan entre el 25% y el 30% del país, pero también el Estado Islámico.

El último informe de la UNAMA, la misión de Naciones Unidas para Afganistán, “el conflicto sigue matando y mutilando a miles de civiles, destruyendo el hogar de decenas de miles de personas, restringiendo su libertad de circulación y su acceso a la educación, salud y otros servicios”.

En 2015 se documentaron 11.000 víctimas civiles. En los primeros seis meses de 2016 se registraron otras 5.000. Unos 3,7 millones de afganos han abandonado sus casas y viven hoy en campamentos de desplazados internos.

Ni criminales, ni pobres

Arash Popal tenía una buena vida en Afganistán. Era de clase media, fue a una buena universidad, vivía con sus padres, que trabajaban para la Administración. Ni era criminal, ni pobre, ni le faltaba educación, como suelen describir los discursos de los nuevos grupos xenófobos europeos.

Por eso quiere escribir un libro sobre su vida y su viaje para demostrar que estamos equivocados, que cualquiera podría verse en su lugar. “Vivíamos felices. Lo que más recuerdo es cómo cada noche cenábamos juntos y hablábamos sobre cómo había ido el día. De verdad, yo tenía una vida muy feliz”.

Ahora este antiguo reportero de la BBC espera la resolución de su solicitud de asilo. Mientras, estudia alemán y ya se ha inscrito para empezar a ir a la universidad en un nuevo país, Austria, que cada vez se muestra más reacio a personas como él.

Además del muro que está construyendo en la frontera con Italia, el Gobierno austriaco empezará a aplicar una nueva política de restricciones dirigida específicamente contra la población afgana. A partir de ahora, la ley les obligará a esperar tres años en lugar de uno antes de que puedan traer a sus familias a Europa a través de la reunificación familiar.

“Yo solo quiero que acepten mi documentación para empezar una vida normal”, pide Arash. “Para volver a ser periodista”.