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La revolución ecuatoriana del “sí se pudo”

Manifestación por la salida del entonces presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez./ Crónicas del estallido. Fotografía de archivo

Emma Gascó / Martín Cúneo

Manuela Gallegos se reconoce como parte de la clase media, un sector de la población que en Ecuador “siempre da el voto sin mucha expectativa”, que pocas veces se moviliza. Sin embargo, en esta ocasión, la clase media fue la que empezó todo.

Esta activista ve semejanzas entre la llamada “rebelión de los forajidos” y el iniciado en España el 15 de mayo de 2011: “El hartazgo no era sólo por Lucio Gutiérrez sino por el sistema político: ya estamos hartos de que nos engañen, de que cada vez que uno confía en darle el voto a un pendejo luego venga y haga otra cosa. Era una forma de decir que estamos hartos de que decidan por nosotros y hagan por nosotros, porque nos representan entre comillas”.

La gota

Lucio Gutiérrez había llegado al poder a principios de 2003 con un discurso de ruptura con el modelo neoliberal, en coalición con distintos sectores de izquierda. Pero no tardó ni una semana en hacer exactamente lo contrario de lo prometido en campaña. Al igual que sus antecesores, firmó un acuerdo con el FMI. Adivinen qué acordaron: más recortes y políticas neoliberales a cambio de financiación para una economía arruinada.

Una vez perdido el apoyo de las organizaciones de izquierda, Lucio Gutiérrez recurrió al partido del expresidente Abdalá Bucaram. El loco, tal como le llaman, había llegado al poder en 1997 con el slogan la “fuerza de los pobres”. Una vez instalado en el Gobierno, Bucaram aplicó toda una batería de medidas neoliberales clásicas, entre ellas un aumento del gas del 417%. Seis meses después de llegar al poder, un levantamiento indígena y popular desencadenó su destitución. Desde entonces vivía prófugo en Panamá con 56 juicios pendientes, la mayoría por corrupción.

¿Qué pedía Bucaram a Lucio Gutiérrez a cambio de apoyo parlamentario? Nada menos que poder regresar al país sin ser incomodado por citaciones judiciales. A finales de 2004, Gutiérrez destituyó a los máximos cargos del poder judicial y los sustituyó por personas afines al Gobierno. Como era de esperar, el 31 de marzo de 2005 la nueva Corte Suprema anuló todos los juicios que incomodaban tanto a Bucaram. Tres días después, “el loco” regresaba al país sin cargos.

A finales de 2004, Manuela Gallegos comenzó a participar en una de las asambleas que se formaron en Quito siguiendo el modelo argentino. Tras una serie de marchas —una de ellas de cerca de 160.000 personas—, las asambleas convocaron una protesta para el 13 de abril de 2005. Pero esta vez la convocatoria no funcionó. “Eran las once de la mañana y yo decía: 'Chuta, es un fracaso'”, recuerda Gallegos. Pero a las cinco de la tarde miles de quiteños comenzaron a congregarse en la avenida Shyris, en la parte moderna de Quito. “Ahí fue que empezó todo el relajo [descontrol] hasta el 20 de abril”, cuenta Manuela. ¿Qué había pasado entre el fracaso de una convocatoria que contaba con el apoyo de la alcaldía y el inicio de una revuelta que tumbaría a otro presidente?

Cuando la imaginación derribó al un gobierno

Ese miércoles 13 de abril de 2005 una señora llamó a la Radio La Luna, una emisora sin fines de lucro de Quito. Sugirió que se hiciera un cacerolazo. “Otras personas llamaron respaldándola, y así fueron pasando la información y el cacerolazo fue un éxito”, explicaba a la BBC Paco Velasco, el director de la radio. Otro día, un oyente propuso un “reventón”. Y cuando la propuesta se difundió “la gente salió a reventar globos”, decía Velasco. Lo mismo ocurrió con el “rollazo”, un despliegue de papel higiénico desde los balcones, desde los coches y en las calles, para limpiar la suciedad del régimen. Las protestas en los partidos de fútbol, llamados “golpes de estadio”, el “basurazo”, el “escobazo” o el “tablazo”, eran otras de las innovaciones de este movimiento.

Los móviles, los mails, pero sobre todo la radio y la imaginación se convirtieron en las armas de este movimiento espontáneo, autoconvocado y sin líderes aparentes. La avenida Shyris se convirtió en el centro de la indignación ecuatoriana. Las protestas se extendieron por 20 barrios y llegó a haber hasta 40 puntos de concentración espontánea, según publicaba la prensa. El lema “Que se vayan todos”, al igual que en Argentina, se convertía en la máxima expresión del movimiento. En los barrios pelucones [pijos] del norte, pero también en los barrios populares del sur de la ciudad. “En ese momento sentí un gran alivio porque ya se había encendido la mecha, y desde ahí no paró, todos los días hasta que cayó el presidente”, dice Manuela Gallegos.

Al movimiento le faltaba un nombre. Se lo dio el mismo Lucio Gutiérrez cuando en la madrugada del 14 de abril los manifestantes organizaron un escrache: se concentraron junto a su casa familiar, gritaron y pitaron frente a la puerta. El presidente los llamó “forajidos”. A los radioyentes de La Luna y al resto de los manifestantes les encantó el nombre y empezaron a utilizarlo para identificarse en las llamadas que hacían a la radio. Así sea. La “rebelión de los Forajidos” quedó bautizada.

“Lo más maravilloso era que la gente trabajaba y después del trabajo iba a manifestarse. Fue un despertar increíble”, cuenta Gallegos. Todos los días, pitadas en la puerta de la Corte y concentraciones en la avenida Shyris. Las protestas cada vez eran más numerosas. Jóvenes, estudiantes, trabajadores judiciales, maestros, profesionales y, en los últimos días, activistas de los partidos de izquierda.

La batalla de abril

El 19 de abril, una “gran marcha final” intentó llegar hasta el palacio de Carondelet. Ese día, 100.000 personas se movilizaron. Y 3.000 granadas de gas fueron arrojadas sobre los manifestantes. “Fue una avalancha que llegó a una cuadra del palacio de Gobierno. El parque de El Ejido era una nube de gas”, relata Gallegos. El fotógrafo chileno Julio Augusto García murió a causa de la asfixia.

Al día siguiente, simpatizantes de Lucio Gutiérrez dispararon con armas de fuego a los manifestantes desde las oficinas del Ministerio de Bienestar Social. Como respuesta, un grupo de forajidos entró en el edificio y le prendió fuego. Desde el último piso del Ministerio, desde donde se había desarrollado una red de clientelismo político, fue arrojado un retrato enmarcado de Lucio Gutiérrez, que se hizo añicos en el suelo. El momento no podía ser más simbólico. “¡Sí se pudo, sí se pudo!”, coreaban los concentrados. “Sí se puede”, era el lema de la selección ecuatoriana de fútbol. Lo que Ecuador no había conseguido en el Mundial ahora lo estaba consiguiendo en las calles.

Las movilizaciones estaban fuera de control. El comandante de la Policía se negó a reprimir y presentó su dimisión. Los diputados tuvieron que reunirse en el edificio del Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo en América Latina (Ciespal), porque el Congreso estaba cercado por los indignados. Centenares de ellos consiguieron entrar en el palacio legislativo, quemaron los escaños de los parlamentarios y sacaron a la calle la bandera de Ecuador. Los manifestantes habían pasado del “Fuera Lucio” al “Fuera todos”.

Los parlamentarios, prácticamente escondidos, se acogieron a un artículo de la Constitución para declarar vacante el puesto de presidente. Para rellenar el hueco, nombraron al vicepresidente Alfredo Palacio. El Estado mayor militar retiró su apoyo a Lucio Gutiérrez y el excoronel huyó del palacio de Carondelet en helicóptero. Cuando intentó dejar la ciudad en un avión, se lo impidieron cientos de manifestantes que ocupaban las pistas del aeropuerto. Dos mil forajidos también rodeaban la Ciespal y bloqueaban la evacuación del nuevo presidente. Cuando Palacio salió al balcón, obligado por los manifestantes que habían conseguido entrar en el edificio, apenas pudo hablar. Desde ya, nadie le escuchó.

—¡Palacio, te advierto, con Quito no se juega! —era el grito de los forajidos.

Las primeras cinco horas presidenciales de este cardiólogo de Guayaquil las pasó encerrado en el sótano de este edificio, rodeado de manifestantes que exigían su dimisión y la de todo el Congreso. Los movimientos sociales habían tumbado al tercer presidente en siete años.

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