El rey Carlos III pide perdón en Kenia por la represión colonial pero olvida los abusos que aún cometen soldados británicos
Saituk Katuto Kaparo estaba en su pequeña casa el 24 de marzo de 2021 cuando escuchó un ruido como una explosión. Cuando salió de casa vio que la ladera de la montaña Lolldaiga ardía. Allí, en la reserva natural de Kenia, estaban sus reses pastando, así que no se lo pensó. Cogió una vara, se enfundó el ol alem, el machete típico de los pastores masai, y salió corriendo a sus 66 años a apagar el fuego. Junto a él, una horda de vecinos y compañeros se aproximaron a la zona para proteger a sus reses.
“Utilizábamos el machete para cortar las ramas y generar cortafuegos, intentando apagar el fuego con las propias ramas”, dice a elDiario.es desde su casa. Más de dos años después, tiene los ojos rojos y entorna la mirada para poder encontrar en su móvil un vídeo que les muestra luchando contra el fuego. En él se ve cómo un grupo de masáis intenta contener el fuego entre una humareda mientras les sobrepasa por el cielo un helicóptero militar. “Los británicos tenían máscaras, material de protección y cascos, nosotros no teníamos nada, tenías que correr por tu vida para tratar de contenerlo en otras áreas”.
El fuego se originó en la base militar de entrenamiento que el Reino Unido tiene en Nanyuki desde 1964. Allí hay 380 soldados, 280 de los cuales se desplazan a Kenia por cortos periodos de seis a ocho semanas a entrenar en situaciones de combate con ejercicios como el polémico lanzamiento de bombas con fósforo blanco, un químico peligroso cuyo residuo se queda en el parque nacional. La población local está acostumbrada a escuchar estas explosiones por las noches, pero el fuego amenazaba su vida.
En la cultura masái, las vacas son la fuente de ingresos y reputación, por lo que Kaparo pagaba 150 chelines kenianos al mes, un euro aproximadamente, por cada una de sus 200 reses para que pastaran en las tierras verdes de Lolldaiga. “Algunas vacas huyeron, otras volvieron pero tenían infecciones respiratorias y murieron”, cuenta mientras entorna su mirada.
Sus ojos están rojos y en su mano sujeta un bote de Ciproken, unas gotas para los ojos, y su recibo de 250 chelines kenianos [1,55 euros] en cuyo prospecto se lee que es un medicamento “para las úlceras corneales y las infecciones oculares superficiales” y que “se usa para tratar infecciones oculares asociadas con escozor”. El pastor es uno de los pocos a los que se pudo permitir visitar a un médico, que le recetó las gotas y le recomendó visitar un especialista para hacerse pruebas, pero no ha podido ir por falta de ingresos.
Dos años y medio después, a Kaparo solo le quedan cuatro reses. En su máximo peso, de unos 600 kilos, una res puede valer hasta 500 euros, aunque el precio fluctúa. En época de sequía algunos masái tuvieron que malvender para obtener ingresos. Por una vaca pequeña hembra cobraban por ejemplo una baja cantidad como 63 euros. Ahora, su fuente de ingresos ha desaparecido.
“Los británicos han hecho mi vida muy dura”, dice. Kaparo es uno de las cerca de siete mil personas que siguen peleando por recibir compensación por parte de los británicos, pero dos años y medio después todavía no hay respuestas. “La verdad se puede ver, es muy visible y deberían tener humanidad”.
Un difícil litigio
Kelvin Kubai estaba en su casa cuando ocurrió el fuego, a escasos kilómetros de la base militar. Al principio le pareció que serían pastores quemando hojas, pero al cuarto día se dio cuenta de que no era un fuego habitual: iba a más y el cielo entero estaba negro. Decidió acercarse a las poblaciones cercanas de las montañas y se dio cuenta de que venía de la reserva natural donde entrenan los militares británicos.
Por aquel entonces tenía solo 24 años y estaba acabando sus estudios universitarios en derecho, pero decidió hablar con las comunidades locales y ofrecerse a presentar una demanda en su representación contra los británicos. Consiguió 900 firmas y en abril presentó el caso ante los jueces, alegando que los militares habían violado los artículos 42, 69 y 70 de la constitución keniana que “garantizan el derecho a un medio ambiente limpio y saludable”.
Las causas del fuego todavía no se han investigado, pero un informe instigado por Lolldaiga Hills Limited, la propiedad privada de la reserva natural, reveló que el fuego emitió 178.179,52 toneladas de CO2. Las emisiones per cápita en Kenia al año son de 0,4 toneladas, lo que implica que en dos semanas se produjo lo mismo que emiten 445.000 kenianos en un año. Además, el informe añadía que en condiciones normales, sin mayores imprevistos, el estado natural de Lolldaiga tardaría 36 años en recuperarse del incendio.
El Reino Unido reclamó su inmunidad diplomática, pero un año después, la jueza Antonina Kossy Bor dictó una sentencia histórica: ni los soldados ni el Ejército británico tenían inmunidad tras el Acuerdo de Cooperación en Defensa firmado en 2016 y ratificado en 2021. La jueza refirió el caso a un órgano militar creado para estos litigios conocido como el Comité Intergubernamental de Enlace, en el que participan tanto el Ejército keniano como el británico.
Sin embargo, esta entidad ha estado dilatando una resolución. Desde la resolución en marzo de 2022 tardaron seis meses en emitir un comunicado. En octubre publicaron una nota en el diario local The Standard para que quienes se consideraran afectados reclamaran “los detalles de sus reclamaciones para su consideración” antes de final de año.
La petición no venía firmada por ninguna persona física, simplemente con el nombre del comité al pie. “No tienen ni una cara visible, ni oficina, ni una dirección física ni email propio”, critica Kulbai sobre la opacidad de un comité que no sigue la legislación keniana y que solo se comunica a través de sus abogados.
El abogado de las víctimas no recibió una nueva respuesta hasta otro año después. El 3 de octubre de 2023, el comité les instó a mostrar más pruebas. “Es una estrategia sacada de las reglas coloniales, cansar a la gente, dividir y gobernar”, dice Kulbai. El artículo 70 de la constitución de Kenia especifica que ante casos de medio ambiente “el solicitante no tiene que demostrar que alguna persona ha sufrido pérdidas o daños”, por lo que la petición es anticonstitucional.
Más víctimas
En estos dos años y medio se han ido multiplicando las víctimas que han reclamado compensación conforme las afectaciones han ido aumentando. A los que sufren problemas respiratorios y de visión como Kaparo se suman quienes han sufrido pérdidas de propiedad, como las reses y sus cultivos. El abogado representa ya a alrededor de 7.000 solicitantes, para los que reclama un total de un millón de chelines por persona, unos 6.300 euros.
La pérdida del modo de vida es una de las consecuencias más duraderas y dañinas. Cuando ocurrió el fuego, muchos animales salvajes huyeron de la montaña, destruyendo los cultivos de personas como Christine Mugo.
La campesina forma parte del Grupo de Mujeres de Nabulo, un grupo de una veintena de mujeres que se organizaban para cultivar y tener unos ingresos propios que reduzcan la dependencia de sus maridos, pastores masai. En sus tierras sembraban patatas, espinacas, tomates y otras hortalizas para su venta, además de producir miel y aloe vera con el que vendían jabones artesanales en el mercado.
En la mesa de la pequeña habitación de la asociación, Mugo saca la última tirada de jabones de los moldes. Tienen formas de flor, corazón, mandala y hasta de un oso. Antes producían con facilidad cien jabones cada día y los vendían en el mercado, pero tras el fuego su vida ha cambiado. “Teníamos un depósito enorme de agua pero los elefantes lo destrozaron y ahora dependemos de la lluvia para tener agua limpia”, dice.
Las vallas están rotas, el invernadero tiene un agujero enorme y el depósito de agua está aplastado. El grupo consiguió reparar hasta en tres ocasiones la valla eléctrica gracias a donaciones, pero la cuarta vez que los elefantes destrozaron se dieron por vencidas ante la falta de dinero: “Ya no podemos cultivar y hacemos menos jabón porque no podemos hacerlo con agua sucia de los pozos”, lamenta Mugo. Ella también busca la compensación de los británicos, pero todavía sin éxito.
No quieren a los británicos
A pesar de la falta de respuestas, el Ejército británico no ha parado su actividad en la reserva natural. Para Mugo, convivir con las explosiones nocturnas ya es habitual, pero si fuera por ella no estarían allí: “Yo prefiero que se vayan porque yo tampoco voy a su país”, asegura. Coincide Kaparo: “Si nos hubiesen compensado aún podrían seguir, pero duele verles seguir entrenando con todo el dolor causado”, afirma. “Los soldados toman drogas y alcohol y se comportan de manera temeraria”, añade.
El abogado repite la acusación de que los soldados que causaron el fuego habían consumido cocaína, aunque no hay ninguna prueba que verifique esta información. Para Kulbai, el problema de fondo es que no se prepara a unos soldados que ven sus semanas de entrenamiento en Kenia como una aventura: “Son jóvenes con mentalidades racistas que vienen por primera vez a África con una mentalidad colonial. No podemos esperar que nos traten como seres humanos a los locales”, dice.
Aprovechando la visita oficial de los Reyes Carlos III y Camila a Kenia del 31 de octubre al 3 de noviembre, el abogado organizó una rueda de prensa para repetir sus reclamaciones, pero el Gobierno keniano la prohibió. “El problema es también del Gobierno keniano, que protege más sus relaciones diplomáticas que a sus ciudadanos, su silencio es una traición”, afirma.
Las disculpas
Durante su visita, el Rey Carlos III ha pedido perdón este martes por la represión colonial contra la rebelión armada de los Mau Mau conocida como la Emergencia por los británicos. Tan solo seis meses después de que su madre, la Reina Isabel II, se enteró del fallecimiento de su padre y su ascenso al trono desde Kenia, comenzó una rebelión que duró ocho años, donde las fuerzas británicas coloniales asesinaron a 11.000 personas.
“Debemos reconocer los momentos más dolorosos de nuestra larga y compleja relación”, ha afirmado el rey este martes en un discurso pronunciado en el banquete oficial ofrecido por el presidente de Kenia, William Ruto, en el primer día de su visita de Estado a la excolonia británica, que durará hasta el próximo viernes. “Se cometieron actos de violencia abominables e injustificables contra los kenianos mientras libraban una dolorosa lucha por la independencia y para eso no puede haber excusa”, ha añadido el monarca.
“Lo más importante para mí al regresar a Kenia es profundizar mi propia comprensión de estos males y conocer a algunas de esas personas cuyas vidas y comunidades se vieron tan gravemente afectadas”.
Sin embargo, en su agenda no está el pasar por Nanyuki a visitar a las tropas y pedir perdón. “Sí, he escuchado que vienen”, contesta Saituk a la pregunta de si sabía de la visita británica. “El rey es responsable por lo que han hecho, debería asumir su responsabilidad por lo que hacen sus ‘hijos’”, añade el pastor masai en referencia a los soldados.
A pesar de los impedimentos, el abogado no desiste en su esperanza de conseguir justicia. Su abuelo era Musa Mwariama, un general Mau Mau que consiguió escapar de los británicos: “Él luchó durante trece años y yo no llevo ni tres, sería una pena decepcionarlo”.
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