Una de las primeras sensaciones que asaltan al extranjero recién llegado a China es la del aislamiento: nada más aterrizar y encender su teléfono móvil, comprobará que casi ningún elemento de su vida cibernética funciona. No podrá acceder a su correo electrónico de Gmail, ni a redes sociales habituales como Facebook, Twitter, Instagram o Pinterest.
Tampoco podrá hacer preguntas a Google, ni orientarse a través de la aplicación de mapas del gigante estadounidense de Internet. Y tendrá que informarse a través de un pequeño –y menguante– abanico de medios de comunicación internacionales.
Sin embargo, a esta sensación de aislamiento le seguirá otra de sorpresa al ver que la población china está permanentemente enganchada al móvil. Los 1.400 millones de habitantes del país más poblado del mundo navegan en la intranet china, donde reinan las alternativas locales que ofrecen todos esos servicios que el extranjero echa en falta: Baidu es Google, Weibo es Twitter, WeChat es Facebook, Instagram y WhatsApp, Alipay es Paypal, Youku es YouTube, y así hasta el infinito.
Eso sí, todas estas empresas tienen un denominador común: cumplen la legislación china. Esto quiere decir que comparten todos los datos privados con el gobierno chino, filtran los resultados de sus búsquedas de acuerdo con los designios del Partido Comunista, y permiten que los censores intervengan a su antojo en sus contenidos.
De momento, la salvación de quienes quieren acceder en China a una Red libre tiene tres letras: VPN. Son las siglas de Virtual Private Network (Red Virtual Privada), el software que permite saltar lo que se conoce como la 'Gran Muralla Cibernética' para poder navegar por todos esos servicios que veta Pekín.
Los proveedores de estos programas y las autoridades chinas llevan años jugando al gato y al ratón, pero la ciberpolicía podría marcarse pronto el tanto de la victoria. Según anunció Bloomberg a principios de julio, los dirigentes chinos han decidido cortar por lo sano y exigir que todos los proveedores de datos –que son de titularidad pública– corten de raíz el acceso a estas VPN personales de aquí a febrero del año que viene.
Si se llega a este extremo, las consecuencias pueden ser muy importantes. Y no solo porque un buen número de extranjeros decida marcharse del país –algo que muchos se plantean después de conocer el plan de China– o porque resulte más difícil atraer talento foráneo a China, sino porque puede tener un importante impacto económico en las empresas.
Muchas utilizan estas VPN para acceder a servicios y usuarios en el extranjero, y un 49% de las compañías europeas establecidas en el gigante asiático afirman –según el último informe anual de la Cámara de Comercio Europea– que las trabas en Internet ya afectan a su negocio. Ese porcentaje aumenta hasta el 76,4% en el caso de las empresas estadounidenses incluso sin que exista todavía un bloqueo total.
Además, si se alcanza ese extremo, también se dificultaría el trabajo de científicos y académicos, que tendrían muchas más dificultades para acceder al conocimiento fuera de sus fronteras. “Ya es un engorro porque las VPN son poco estables y apenas podemos acceder a sitios de descarga de archivos sin ellas. Muchas veces nos envían estudios o informes utilizando servicios como Dropbox, que no funcionan en China” explica un profesor de la Universidad de Fudan, en Shanghái, que prefiere mantenerse en el anonimato. “Que se aumenten las restricciones será negativo para todos y afectará al desarrollo tecnológico y científico del país”, opina en una conversación con eldiario.es.
La represión contra los activistas no cesa
En definitiva, la medida aislaría todavía más a China y acercaría su modelo al de Corea del Norte. “Es una muestra más de cómo el régimen chino se encierra en sí mismo”, comenta Leung Chung-hang, parlamentario del partido independentista Youngspiration en Hong Kong. “Y es también una prueba de que ni ha puesto en marcha las reformas que todos esperaban, ni lo hará”, sentencia.
No en vano, en 1980, cuando Deng Xiaoping decidió acabar con el maoísmo que había llevado la ruina a China, los analistas extranjeros coincidieron en un punto: es solo cuestión de tiempo que la apertura económica propicie reformas políticas. La mayoría aseguraba que la demanda de democracia llegaría cuando los chinos lograsen saciar el hambre. Es una cuestión de prioridades, decían. El movimiento estudiantil de 1989, que acabó en la matanza de Tiananmen, fue uno de los chispazos que vaticinaron muchos. Y quizá también el último.
Desde entonces, todo tipo de activismo ha recibido la misma respuesta: un puño de acero. Da igual que sean feministas que protestan contra el acoso sexual en el transporte público, obreros que exigen el justo pago de sus pensiones, activistas que investigan las condiciones laborales en fábricas que producen artículos para las empresas de Ivanka Trump, o disidentes que reclaman la instauración de una democracia. Todos acaban detenidos o entre rejas, acusados muchas veces de dos delitos cuya definición es lo suficientemente imprecisa para servir de arma contra todo aquel que resulta incómodo para el Gobierno: la subversión contra el Estado y provocar desórdenes sociales.
El primero es el que se utilizó para condenar a once años de prisión al Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, cuyo único crimen fue exigir que se cumpla el artículo 35 de la propia Constitución china –que ampara libertades como la de prensa o la de expresión– y pedir en la Carta 08 una transición hacia la democracia parlamentaria.
Después de haber cumplido 8 años en la cárcel, el pasado 13 de julio Liu murió en el hospital de Shenyang en el que recibía tratamiento por el cáncer de hígado terminal que se le diagnosticó demasiado tarde en prisión y se convirtió en el primer galardonado con un Nobel que muere cautivo desde 1938, cuando Carl von Ossietzky murió bajo custodia en la Alemania nazi.
“Internet es la ventana al mundo en esta caja sellada”
El afamado artista Ai Weiwei, que fue uno de los 600 firmantes del texto coescrito por Liu, también sabe lo que supone enfrentarse al régimen chino. De hecho, sufrió un traumatismo craneoencefálico grave provocado por el golpe de un miembro de las fuerzas de seguridad chinas después de investigar lo sucedido en las escuelas que se derrumbaron durante el terremoto de Sichuan, en 2008, y tuvo que ser operado en Alemania.
Cuatro años después desapareció sin dejar rastro durante los 81 días en los que estuvo retenido de forma ilegal antes de que se formalizasen cargos contra su empresa por evasión fiscal. Él asegura que todo tiene que ver con su exigencia de reformas políticas que no llegan.
Para Ai, Internet es la herramienta más poderosa en el camino hacia la democracia. “Es la única ventana al mundo en esta caja sellada, y el único elemento que puede impulsar un cambio. Por eso le preocupa al Gobierno, que trata de silenciar Internet para que el pueblo no pueda expresarse”, analiza en una entrevista con este medio. “Mientras tanto, el mundo dice: 'Dejemos a China que se desarrolle y ya se democratizará'. Pero yo digo: 'Si no haces algo por la democracia eres parte del crimen'. El cambio nunca llegará si nos quedamos mirando”, prosigue.
Desafortunadamente, para Ai y para prominentes activistas como Hu Jia, que a menudo utilizan las redes sociales extranjeras para hacer llegar su mensaje fuera de China –dentro no tiene ningún predicamento–, el posible bloqueo de las VPN puede suponer un gran golpe.
De momento, el ministerio de Industria y de las Tecnologías de la Información ha negado que vaya a prohibirlas todas, pero sí ha recordado que su uso solo está autorizado a quienes tienen la licencia correspondiente. En la práctica, eso quiere decir que se tratará de mitigar el impacto económico de la medida, pero no el que tendrá entre quienes desean acceder a información global libre.
La batalla por el ciberespacio chino
Aunque siempre ha estado censurado y vigilado, la actual batalla en el ciberespacio chino se remonta a 2010, cuando Google decidió dejar de plegarse a la legislación china que le obligaba a filtrar los resultados de sus búsquedas. Durante un tiempo estuvo redirigiendo el tráfico de la China continental a su buscador en Hong Kong –donde Internet es libre–, pero Pekín terminó por bloquear todos sus servicios: desde el buscador, hasta el correo electrónico, pasando por el 'mercado' de aplicaciones Google Play. Desde entonces, en varias ocasiones se ha rumoreado el retorno de Google, pero todavía no se ha producido.
Quien sí ha anunciado recientemente el establecimiento de un servidor en China es Apple. Y ha confirmado que acatará las leyes, incluida la nueva y polémica Ley de Seguridad Nacional. De esta forma, si el Gobierno requiere información privada sobre sus usuarios, la multinacional americana tendrá que proporcionársela.
Es una decisión que contrasta con sus reiteradas negativas a colaborar con las autoridades estadounidenses y que muchos han interpretado como una victoria de los dirigentes chinos sobre la empresa californiana, que tiene en China su principal motor de crecimiento.
Como apunta Ai, este recién adquirido poder económico es una de las principales razones por las que China puede permitirse actuar con arrogancia y sin temor a represalias internacionales. Atrás ha quedado la posibilidad de que se le impongan sanciones, como se hizo tras la matanza de Tiananmen. Ahora China es el principal actor del comercio internacional y la segunda potencia mundial. No hay quien le tosa.
Y no parece que su presidente, Xi Jinping, tenga intención alguna de dar un golpe de timón. De hecho, cuando asumió el cargo en 2013, muchos se refirieron a él con el calificativo de reformista. Creyeron que iba a convertirse en el hombre que relajase el sistema político chino. Sin embargo, a punto de acabar su primer mandato, lo que ha hecho ha sido acumular poder hasta alcanzar el mismo nivel que Mao Zedong y Deng Xiaoping, y acrecentar la represión política.
49 periodistas y blogueros encarcelados
Es una percepción que comparten los responsables del informe gubernamental canadiense al que hace unos días tuvo acceso la prensa de ese país. En él se dice tajantemente que “en los dos últimos años el respeto a los derechos humanos en China vive un claro retroceso”. El estudio afirma que libertades como la de prensa o la de expresión están seriamente amenazadas, y recoge diversas razones para sustentar esta conclusión.
Por ejemplo, “en marzo de 2016, el presidente Xi Jinping visitó las principales cadenas de televisión del país y dijo a sus periodistas que deben estar al servicio del Partido Comunista y respetar su liderazgo”. Además, el informe también recalca que “Sina y Tencent –dos de las principales empresas de Internet del país– tienen ahora prohibido publicar noticias propias, lo cual otorga a la prensa estatal –controlada directamente por el Partido– el monopolio de la información”.
Al menos 49 periodistas y blogueros están en cárceles chinas, y los periodistas extranjeros a menudo critican que sufren el acoso de las autoridades, e incluso detenciones arbitrarias, mientras hacen su trabajo. El estudio también refleja la preocupación por la libertad religiosa después de que cientos de cruces de iglesias cristianas hayan sido retiradas “bajo el pretexto de que son estructuras ilegales”. El único aspecto positivo que ve el gobierno canadiense es la estimada reducción en el número de ejecuciones, que sigue siendo un secreto de Estado.
Mientras tanto, la comunidad internacional calla. Se acabaron las cumbres en las que jefes de Estado criticaban a China por su falta de respeto hacia los derechos humanos. Ahora, como mucho, los comunicados al respecto los emiten instituciones de tercera categoría. Y la razón de este vuelco es muy clara: hay demasiados intereses en juego. Sobre todo económicos. Pero, curiosamente, las empresas extranjeras establecidas en China también se quejan de que cada vez es más difícil hacer dinero allí.
“El presidente Xi Jinping se erige en adalid de la globalización en Davos y habla sobre las bondades del libre comercio, pero en China pone en práctica todo lo contrario”, critica Carlo D’andrea, vicepresidente de la Cámara de Comercio Europea, que presentó el último informe anual de la institución en mayo. “La era dorada para las empresas en China ha acabado”, sentencia.
La razón, afirma D’andrea, está también en el incumplimiento de las reformas económicas que el propio Xi prometió. Y en el establecimiento de nuevas barreras proteccionistas. “Nuestra reacción no puede ser aumentar el proteccionismo europeo sino presionar a China para que abra sus puertas como prometió”, declara el empresario. Desafortunadamente, también reconoce que quizá ya sea demasiado tarde para que esa presión, si llega en algún momento, surta efecto.