¿Por qué hay menos saltos en la valla de Melilla?
Tánger is the new black. Tánger es el nuevo Gurugú. El futuro europeo y prometedor que anhelaban miles de inmigrantes más allá del grito de “¡Bosa Bosa!” (victoria) en la valla de Melilla, lo ven ahora a bordo de las “¡Lampa Lampa!” (zodiac) de las aguas del Estrecho. El monte Gurugú y la valla fronteriza de la ciudad autónoma se han vaciado; son pocos los que tientan la suerte y menos los que lo consiguen: cinco intentos de salto –o más bien, aproximaciones a la valla– en los últimos siete meses. Por esta vía, solo 40 personas consiguieron llegar a territorio europeo en lo que llevamos de 2015, según los datos de la Delegación del Gobierno en Melilla recopilados por eldiario.es. Fueron 500 quienes lo consiguieron durante el mismo período del año pasado y miles los que lo intentaron.
El desplazamiento de la ruta en Marruecos hacia Europa desde Nador-Gurugú a Tánger comenzó en agosto del año pasado, cuando cientos de inmigrantes comenzaron a llegar al barrio tangerino de Boukhalef animados por la célebre “promoción”: las puertas del mar estuvieron abiertas durante 48 horas y los brazos de la Gendarmería estuvieron cruzados. Dos días sin vigilancia en las costas marroquíes que permitieron a 1.300 personas cruzar en botes hasta la costa andaluza. Tánger empezó a verse como el último peldaño del purgatorio marroquí. “Desde entonces llegaron a Boukhalef de todas partes de Marruecos, miles”, asegura Sisco, uno de los chairman (líderes) de la comunidad camerunesa.
Como si fueran las rebajas de todos los meses de agosto, algunos inmigrantes esperan que se repita la jornada de puertas abiertas. A los nuevos les cuentan la historia en cuanto llegan a Oujda, en la frontera con Argelia, y algunos de los veteranos aún conservan un poco de esperanza. Sin embargo, aquello se atribuyó a un hecho puntual: el enfado y represalia del rey Mohamed VI después de que la Guardia Civil le diera el alto a su embarcación en aguas próximas a Ceuta.
Aissatu, una de las veteranas de Tánger, ya lleva años instalada en un piso en la medina de Tánger, pero a veces tiene arrebatos de dejarlo todo: “Ya no soporto estar en Marruecos. Si no abren, me da igual. Voy a coger un bote, voy a meter a los niños –tiene cinco– y la silla de ruedas –tiene una lesión en la pierna– y me voy de aquí”.
Entre enero y junio de 2015, 1.298 personas llegaron a las costas andaluzas a bordo de 197 pateras. Salen, la mayoría, de la costa entre Tánger y Ceuta, pero también desde Nador y Alhucemas. En el mismo período de 2014, fueron 564 personas a bordo de 110 pateras, un incremento del 130%, según datos de Salvamento Marítimo.
En el monte o pensiones temporales tras los desalojos
El desalojo forzoso de Boukhalef el pasado 1 de julio en pleno Ramadán ha sido, para muchos, la puntilla de un largo historial de penalidades en una larga lista de ciudades, montes y vallas en Marruecos. Los desalojados del barrio han sido expulsados, en su mayoría, por no pagar el alquiler y por las protestas de los vecinos del barrio: dicen que no se adaptan a las costumbres del país. Las agresiones a inmigrantes en este barrio se repiten periódicamente.
Hay muchas familias y niños pequeños entre estos inmigrantes, que se han repartido entre los montes alrededor de Tánger, los de Belyounech –en la carretera que lleva a Ceuta– y las pensiones que, durante un mes, les ha buscado la Delegación de Migraciones del arzobispado de Tánger.
Los pequeños bosques de Tánger se han convertido en un 'mini Gurugú': se calcula que unas 400 personas duermen al raso, como en el Gurugú; también se agrupan por nacionalidades, llegan las redadas de la policía, se buscan la vida para bajar a cargar los teléfonos y buscar algo para comer.
A las 150 personas –la mayoría mujeres y niños– que han sido alojadas por la Delegación de Migraciones se les acaba el mes de alojamiento en pocos días. “No sabemos qué vamos a hacer después, o a dónde ir”, comenta Marie, de Camerún, acostumbrada a la incertidumbre después de pasar tres años en Marruecos. En el arzobispado se han puesto en contacto con varias organizaciones humanitarias marroquíes en busca de una solución, pero todavía no hay nada decidido, según fuentes de la Delegación consultadas por eldiario.es.
Stéphane, Sara y sus dos hijos de 5 y 7 años, Anderson y Ludovic, han sido alojados en un apartamento del barrio de Mesnana, que linda con Boukhalef. En el desalojo de Boukhalef, cuando medio millar de inmigrantes fueron trasladados en autobús a otros puntos del país, las fuerzas de seguridad marroquíes separaron a la familia. Stéphane se quedó en Tánger y a su mujer y sus dos hijos les llevaron a Oulad Teima, cerca de Agadir, a casi 800 kilómetros de distancia.
Estuvieron 10 días comiendo pan, cuenta Sara, en un edificio gubernamental, hasta que la policía les dio 50 dirhams (unos 5 euros) para coger un autobús y volver a Tánger. “No entendemos la estrategia de Marruecos en este asunto”, señala, en conversación con eldiario.es Stéphane Julinet, responsable jurídico de la organización de apoyo a los inmigrantes, GADEM. “Desalojaron a gente que tiene la tarjeta de residencia. Fueron trasladados de forma ilegal”, explica.
“Hace una semana salieron unos ”barbudos“ (salafistas) en Mesnana gritando que no quieren allí a los inmigrantes, que ahora el problema de Boukhalef está en Mesnana”, cuenta un vecino que prefiere no dar su nombre.
El mar como alternativa a la valla
El otro factor que ha contribuido a que se llene Tánger y se vacíe el Gurugú es la macro redada de las fuerzas de seguridad marroquíes en el monte, en febrero pasado. El 9 de febrero, el gobierno marroquí hizo balance del proceso de regularización que puso en marcha durante el año 2014, en el que 17.000 extranjeros fueron regularizados. Unas pocas horas después, las fuerzas auxiliares marroquíes quemaron y desmantelaron los campamentos. Fueron arrestadas, sin mediación judicial, más de 1.200 personas que fueron trasladadas a diversos puntos del sur del país con el objetivo de alejarles de la frontera con Melilla.
Desde entonces, el monte y los alrededores de la ciudad de Nador están tomados por las fuerzas de seguridad. Se calcula que apenas hay 150 inmigrantes, repartidos en distintos puntos, escondidos. Las redadas son diarias. “No es normal que te paren en la calle, les enseñes los papeles y aún así te lleven a comisaría. Llevo 15 años en Marruecos, pero sigo pensando en irme a Europa”, cuenta Paul, de Ghana. “A los que no tienen tarjeta de residencia les meten en un autobús y les llevan a otras ciudades, a Fez o a Meknés”, añade Omar Naji, de la sección de Nador de la AMDH (Asociación Marroquí de Derechos Humanos).
El pasado 15 de julio un inmigrante senegalés murió después de ser atacado por varias personas cerca del supermercado Marjane de Nador. La AMDH ha pedido una investigación a las autoridades marroquíes, que todavía no han dado una respuesta.
Según Jesús Mancilla, presidente de Algeciras Acoge, “ante esta situación de presión y violencia en Marruecos y también en Argelia, los inmigrantes se lanzan al mar, en cualquier medio, en embarcaciones cada vez más frágiles”. Mancilla cree que la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, que da cobertura a las devoluciones 'en caliente', también ha contribuido a que los inmigrantes busquen otras vías que no son la valla de Melilla para llegar a Europa. Apenas se acerca nadie a la valla de Ceuta, mucho más difícil de sortear por la orografía montañosa de la zona: la única zona accesible es la frontera, extremadamente vigilada. Casi todo el mundo busca su oportunidad en el mar.
Este lunes, el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, ha presentado dos nuevas patrulleras que se incorporarán a la flota del Servicio Marítimo en la provincia de Cádiz.
Otras 1.278 personas fueron rescatadas por las patrulleras marroquíes. Mancilla cuestiona el verbo: “¿Cómo podemos decir que han sido rescatadas, si van a volver a enfrentarse a la misma incertidumbre y violencia en Marruecos? ¿Qué rescate es ése?”. De la patera se puede salir con vida pero, para muchos inmigrantes, Marruecos no es una vida sino un limbo interminable ambientado en varios escenarios: unas veces un monte a los pies de una valla; otras veces, un barrio tangerino.