Seis meses en España para descansar de las amenazas de “hombres poderosos” por defender a las mujeres prostitutas en Congo
Haciendo periodismo de investigación sobre las mujeres trabajadoras sexuales en la República Democrática del Congo, Sylvie Luzala (Kinshasa, 1972) ha evidenciado la hipocresía de la sociedad. Ellas son la emanación de algunas de las dobleces sociales y, al mismo tiempo, son la diana de todo el rechazo. Esa hipocresía es uno de los elementos de un ciclo de violencia que Luzala considera necesario romper. La guerra, la violencia, las violaciones, los embarazos forzados, el cuerpo de la mujer convertido en campo de batalla, los prejuicios morales que les obligan a dar a luz hijos rechazados por la comunidad, desplazados, marginados y convertidos en carne de cañón para los grupos armados. Hasta que, de nuevo, comienza el ciclo.
Esta periodista congoleña, empujada por las presiones y por su propia experiencia, decidió después de 15 años de ejercicio dejar el bolígrafo y la libreta y dedicarse íntegramente a defender los derechos de las mujeres, a través de la organización Étoile du Sud. El hostigamiento hacia ella nunca ha parado y, por eso, necesita darse un respiro. Durante seis meses, Luzala está en Barcelona para participar en un un programa de protección para defensoras de Derechos Humanos de la Associació Catalana per la Pau. A través de la distancia, la activista busca darse seis meses para curar heridas, retomar fuerzas y visibilizar sus luchas en República Democrática del Congo.
Luzala optó por el periodismo para canalizar su necesidad de rebelarse ante una desigualdad que se le hizo evidente demasiado pronto. “En mi comunidad, nacer mujer significa nacer privada de algunos derechos”, confiesa con contundencia. Desde su casa hasta los estudios, desembocando en el acceso a la universidad y después en el trabajo en los medios, esta periodista iba descubriendo todas las caras de esa discriminación, al mismo tiempo que construía una herramienta contra ella. “Al fin y al cabo, el periodismo es denunciar las injusticias y para mí era la manera de conseguir una voz para hacerme oír”, señala.
Sus inquietudes le empujaron a centrar su trabajo en las mujeres trabajadoras sexuales. “Además de todas las injusticias que sufren las mujeres en nuestra sociedad”, advierte, “las que ejercen la prostitución se encuentran con el rechazo de la mayor parte de la gente, pero al mismo tiempo son una emanación de nuestra propia sociedad que ha permitido esa situación”. Y se fue familiarizando con otra paradoja: “Están en contacto con líderes políticos, económicos, militares, muchos de los que están en la cúspide de la sociedad. Hablando con ellas me he dado cuenta de que la sociedad está generando las condiciones para que las mujeres se mantengan en una situación de pasiva, de espera”.
El origen poderosos
Estas relaciones oscuras acabaron poniéndola a ella misma en el punto de mira. “Esos hombres poderosos con los que se relacionan las mujeres trabajadoras sexuales, empezaron a pensar que, por mi contacto con ellas, yo también los conocía, también sabía quiénes eran”, comenta. Empezó a recibir presiones y amenazas, por lo que decidió reorientar su trabajo: dejar de lado la exposición de los medios y centrarse en un trabajo más discreto que ya había comenzado, dentro de la organización Étoile du Sud, dedicada a los problemas relacionados con la salud de las mujeres.
Luzala continuó denunciando la situación de las mujeres trabajadoras sexuales: “Son mujeres a las que no se ofrece alternativas”, explica la periodista. “Sufren las consecuencias de la situación a la que se han visto empujadas. En ocasiones, tienen hijos, por ejemplo, y necesitan mantener a sus familias, pero no se les ha dado acceso a aprender un oficio, no han podido estudiar para acceder a un trabajo… no han tenido oportunidades y ¿cómo puedes juzgarlas hoy?”, se pregunta.
Una de las estrategias más recientes para abordar la violencia sufrida en República Democrática del Congo, cuenta la periodista, ha sido la creación de “comités populares para la paz”, con los que trabajan las comunidades en la toma de conciencia de los miembros, para empezar haciendo frente a los pequeños conflictos cotidianos como fórmula para rebajar la tensión. En estos comités se pone de manifiesto la complejidad de la situación, pero también la determinación y la creatividad para hacerle frente y, por ello, incluyen formaciones en autodefensa y masculinidades positivas.
Para Sylvie Luzala, hay una clave fundamental para atajar la espiral de violencia de sufre el país: romper el ciclo de la violencia sexual convertido en un arma de guerra que perpetúa el conflicto. “Trabajamos en la recuperación de las mujeres víctimas de violaciones y de violencia. Nos ocupamos de ellas y de sus hijos, sobre todo en los casos en los que sean fruto de violaciones”, asegura la activista. Su experiencia le ha permitido evidenciar el uso de la violencia sexual por parte de los combatientes como una herramienta para conseguir sus fines. “Los grupos armados hacen todo lo posible para que esas mujeres regresen embarazadas”, relata la periodista y activista, “con lo que consiguen que la mujer sea rechazada por su familia y por la comunidad. Y, a menudo, ella misma rechaza también al hijo que lleva, pero las convicciones religiosas le impide abortar”.
En la mayoría de casos, la madre continúa con el embarazo y da a luz a ese bebé marcado en ese contexto hostil: “Son los niños de la calle, que han crecido con toda la opresión, entre burlas y rechazo por ser los hijos de una violación. Cuando tienen no más de nueve o diez años, se buscan entre sí para estar juntos y formar algo parecido a su propia familia y son los niños que los mismos grupos armados acaban buscando para reclutar como niños soldados”.
El trabajo de esta activista congoleña se orienta hacia colectivos especialmente estigmatizados. La vulneración de derechos como marco, le lleva a la defensa de las mujeres que ejercen la prostitución y las víctimas de violencia sexual, los hijos de esas mujeres violadas, pero también la comunidad LGBTIQ+: “Se enfrentan a un contexto en el que simplemente su realidad no es aceptada. La gente no llega a comprenderlo. Cuando hacemos acciones de difusión, nos califican de brujas, dicen que es cosa de la brujería de los blancos. Y, en seguida, aparecen las cuestiones religiosas: que no está aceptado por la Biblia, que es un acto contranatura… Nuestra organización lleva solo tres años trabajando sobre los derechos de la comunidad LGBTIQ+ y tenemos mucho trabajo que hacer en sensibilización”.
Aunque Luzala prefirió aparcar su apuesta por el periodismo como herramienta de denuncia debido a las presiones, no se ha librado de ellas. “Es una muestra de la cultura hipócrita, porque, en realidad, la Constitución reconoce todos esos derechos, pero si te manifiestas de detienen”, lamenta la activista. En los últimos dos años ha sido arrestada en tres ocasiones por participar en reivindicaciones de derechos reconocidos por las leyes congoleñas. La última vez, después de cuatro días en comisaría, fue liberada sin cargos.
Tiempo antes, la periodista había pasado tres semanas y media en prisión, por “incitación al odio”, pero la movilización de la sociedad civil provocó su liberación. Luzala, además, incorpora a estos arrestos la propia presión social. “Para una mujer casada y con hijos esta situación es incómoda, puede provocar problemas con el marido o con la familia política, tal vez porque lo habitual es que sea el hombre el que lleve los problemas a casa”, ironiza esta periodista y activista. Mientras permanece en Barcelona, la periodista pretende reponer fuerzas durante la duración del programa de protección, en el que busca reflexionar sobre su seguridad, “tomar conciencia de los límites”, difundir la situación contra la que lucha en la República Democrática del Congo y fortalecer las redes de colaboración con otras organizaciones internacionales.
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