Mohamed tiene 13 años y un sueño: aprender a escribir. Cuando estalló la revolución siria en 2011 comenzó a trabajar como costurero en su Alepo natal. Por entonces tenía ocho años y unos padres enfermos. Huyó a Turquía hace un año y medio, donde continuó con la misma labor.
Muchos pequeños cruzan de Siria a Turquía en su huida de la guerra. Como Mohamed, algunos lo hacen solos. El dueño de la fabrica en la que empezó a trabajar se frotó las manos cuando le conoció: había encontrado una joya. Un joven sirio que hacía un trabajo que muchos adultos no eran capaces o se negaban a hacer. Trabajaba 12 horas al día, toda la semana, a cambio de 75 liras turcas mensuales, unos 25 euros.
Las calles de las principales ciudades turcas atestiguan el continuo tránsito de menores que venden pañuelos o barritas de chocolate por una lira. Algunos están literalmente solos, son niños de la calle. Otros son víctimas de mafias y el resto ayudan a sus familias a sobrevivir.
Turquía es uno de los mayores exportadores textiles del mundo. En las calles de las ciudades fronterizas de Gaziantep o Nizip se multiplican las fabricas de calzado pobladas por niños de siete años en adelante. El diario britanico Daily Mail desveló hace unas semanas que los uniformes tejidos en las fábricas de Antioquía van a parar a los combatientes de los grupos terroristas Estado Islámico o Frente Al Nusra, filial de Al Qaeda en Siria.
Gran parte de la familia de Mohamed continúa en Alepo. “Tengo 25 primos allí, sus cuatro padres murieron en la guerra. Cuando intentaban venir junto a sus madres a Turquía fueron detenidos por combatientes del Daesh y hace un mes que no sabemos nada de ellos”, relata. Sus edades comprenden entre un año a los 15. Paradójicamente los zapatos que Mohamed solía coser podrían acabar con mucha facilidad en las manos de los captores de su familia.
Desde hace dos meses, la vida de Mohamed ha cambiado y asiste con regularidad al centro que laAsociación de Solidaridad con Solicitantes de Asilo y Migrantes (ASAM en siglas inglesas) tiene en Gaziantep. Se ha fijado una meta: escribir y leer en árabe e ingles. Su energía y motivación le delatan y pide al profesor que diga al resto de alumnos que no se rían de él.
Hamsa es otro joven sirio que solía asistir al centro de Malumat en Gaziantep donde niños sirios de la calle acuden a jugar y aprender ingles. Con la llegada de su tercera hermana se ha visto obligado a prescindir de ello. Ahora vende pañuelos en la calle.
El centro de Malumat es un hervidero de las heridas de la guerra, las profundas, las no visibles. Cada martes y jueves, Ahmed se aparta del grupo en la esquina. Tiene cinco años y solo ha visto guerra y pobreza. El trauma le ha quitado el habla.
Uno de cada tres niños escolarizados
Según un informe de Unicef, el 99% de los niños sirios estaban escolarizados antes del comienzo de la guerra que ya supera el lustro. En la actualidad cada vez mas pequeños engrosan la lista de una generación perdida, ya sea en su país natal o al otro lado de la frontera. En Turquía puede ir al colegio uno de cada tres niños, según Acnur.
El joven Hasan, de 18 años, era nadador profesional en Alepo. En Turquía encontró un trabajo en una tienda de libros. “Me pidieron que también limpiara la casa y trabajara en la granja, aparte de más cosas que no quiero contar”, señala. Al cabo de dos semanas dejó el trabajo sin cobrar una sola lira.
La organizacion Human Rights Watch calcula que más de 400.000 los pequeños que no tienen acceso a la educación en Turquía, país al que la UE devolverá a los refugiados y migrantes que lleguen a las islas griegas a cambio de 3.000 millones de euros. Con ese acuerdo, que se cerró a comienzos de marzo, el Gobierno de Erdogan se comprometía a frenar el tránsito de personas hacia el Viejo Continente e invertir este dinero en mejorar la vida de los refugiados sirios en Turquía, especialmente en las áreas de sanidad, educación y alimentación. A cambio, Turquía recibiría ciertos privilegios: dinero extra para las autoridades turcas, acelerar la adhesión a la UE y conceder visados para acceder a Europa.
Pero los resultados no llegan y la vida se endurece por momentos. La mayoría de los sirios no tienen permiso de trabajo y se ven así mismos como ciudadanos de segunda. Muchos no constan en ningún registro y el idioma dificulta más la búsqueda de empleo, lo que empuja a los menores, algunos de tan solo tres años, a la calle.