Sobrevivir al río Grande, la peligrosa ruta migratoria hacia el “sueño americano”
Dos pequeños flotadores hinchables con dibujos de animales acuáticos en colores brillantes yacían junto al río Grande, bajo el puerto de entrada a la ciudad de Eagle Pass, en el estado de Texas, el pasado 3 de septiembre. El día anterior, 13 personas habían perdido la vida mientras intentaban cruzar el río que recorre la frontera entre Estados Unidos y México.
Un padre había colocado a su hijo en los flotadores y se lanzó a un río que parecía estar en calma. Los guardias nacionales encargados de vigilar esa sección de Eagle Pass sabían sin embargo que aquella era una masa de agua traicionera y profunda, con remolinos entre los pilares que sostienen el puente internacional. “Ese es el problema con la gente de otros países”, dice Tom Schmerber, el sheriff del condado de Maverick. “Vienen acostumbrados a ver ríos grandes. Este no es demasiado grande para ellos, pero tiene muchas corrientes”, describe.
Las muertes en el río se han convertido en algo habitual en el último año, después de que un cambio migratorio empujara a miles de personas hacia este lugar. “Casi todos los días intervenimos en el río y recuperamos al menos un cuerpo al día”, dice Manuel Mello, el jefe de bomberos de Eagle Pass, que recuerda que a principios de esa semana habían localizado cuatro en un día. Mello estima que, desde marzo, se han recuperado unos 30 cuerpos del río cada mes.
Los “encuentros” con migrantes [como denomina EEUU a las personas que cruzan la frontera sin papeles y son puestas bajo custodia mientras se resuelve su situación migratoria], los rescates y las tasas de reincidencia aumentaron drásticamente después de que durante la pandemia entrara en vigor el Título 42, una política de salud pública que impide a los migrantes solicitar asilo.
Una travesía interminable
Los habitantes de la zona dicen que las lluvias de las dos últimas semanas han aumentado el caudal del río, que venía de una sequía, lo que ha aumentado su volatilidad. Muchos migrantes cruzan terrenos peligrosos como el infame Tapón del Darién, en el sur de Panamá, u otras rutas arriesgadas.
Jhoana Contreras, venezolana de 33 años y madre de tres hijos, llegó a Eagle Pass después de que la patrulla fronteriza la dejara en libertad y la enviara a Mission: Border Hope, un centro de acogida en la localidad que ayuda a orientar a los migrantes en su travesía hacia Estados Unidos. “Pensaba que nunca iba a terminar”, dice sobre el trayecto, “porque fueron días, días y días, ríos, ríos y ríos”.
Contreras se derrumba al relatar otras ocasiones en las que ella, su marido y su hermano estuvieron a punto de perderlo todo: “En Guatemala nos secuestraron. Pasamos por cosas que nunca imaginamos que íbamos a pasar. Doy gracias a Dios que siempre nos mantuvo a salvo”.
Contreras y sus familiares cruzaron a EEUU a través del río Grande (o río Bravo, como lo llaman en México por su naturaleza salvaje). En un momento dado, dice, se sumergió en el agua y tuvo que ser rescatada por su marido. Ella fue una de las afortunadas.
El 3 de septiembre, Mission: Border Hope recibió a decenas de migrantes. Los padres bajaban de los autobuses con sus niños en brazos. Algunos de ellos estaban profundamente dormidos. Otros, muy despiertos. Los de Contreras, sin embargo, no estaban con ella. “No me gustaría que tuvieran la experiencia que tantos niños tuvieron en el camino –dice–. Vi a algunos desmayarse. Necesitaban comida, agua y medicamentos”. Su madre se ha quedado a cargo del cuidado de sus hijos mientras ella y su marido trabajan para conseguir el permiso para traerlos a Estados Unidos.
“Sentí que me ahogaba”
Algunos padres, como Andrés Lecuna, venezolano de 39 años y padre de una niña de cinco años, trajeron a sus familias consigo a pesar del peligro. “Es algo que yo mismo viví: mi hija y mi mujer estuvieron a punto de ahogarse. Algunas personas con las que viajábamos ayudaron a salvarlas”, dice Lecuna. “Mis brazos cedían, porque la corriente era muy fuerte. Llegué a sentir que me ahogaba”.
La hija de Lecuna, que lleva una camiseta rosa y trenzas hechas por su madre, juega con unas piedras a las afueras del centro de acogida mientras su padre se detiene a pensar sobre el destino de los que murieron a principios de septiembre en aquellas mismas aguas. “Me sorprendió, porque algunos de los que murieron fueron personas que viajaron con nosotros. Murió la madre de un niño autista. Viajaba junto a su marido y su hija”, dice Lecuna. The Guardian no ha podido verificar su relato.
Lecuna cuenta que otros hombres se sumergieron, hombres que sabían nadar como él. “Me sumergí con los pies tocando el suelo, la parte superior de mi cabeza ni siquiera rozaba la superficie”, dice. Calcula que la profundidad era de entre dos y tres metros. “Te dan calambres. Los brazos se cansan. Entras en shock”.
Los migrantes suelen viajar en grupo para poder ayudarse mutuamente en los lugares difíciles. “Si venimos juntos, cruzamos juntos”, dice Jorge Luis Acosta, un hombre cubano, soltero, de 34 años: “Era un poco peligroso, porque era profundo. Vigilábamos a las mujeres y a los niños para que no les pasara nada malo”.
“Creo en el sueño americano”
En los dos últimos años un número récord de personas han intentado cruzar la frontera de manera irregular. Este año, el sector de la patrulla fronteriza que incluye Eagle Pass ha recibido casi tantos migrantes como el sector del Valle del río Grande, la tradicional ruta de entrada. En la región de Eagle Pass se produjeron unos 376.000 “encuentros”, mientras que en el Valle hubo casi 413.000. Muchos han intentado entrar al país más de una vez. Las tasas de reincidencia aumentaron del 14% en 2015 al 26% y al 27% en los últimos dos años respectivamente.
A medida que crece la desesperación, más personas se disponen a arriesgar su vida. De 2019 a 2022, los rescates casi se triplicaron, con un aumento del 284%, según datos del Gobierno estadounidense. El cambio comenzó el año pasado: casi 13.000 rescates, en comparación con los alrededor de 5.000 producidos en 2020.
“Hay mujeres que se ahogan. Algunas de las que encontramos estaban embarazadas. Sus hijos se ahogan. No se trata solo de ellas, sino de familias enteras”, dice el sheriff Schmerber.
Para muchos, el riesgo parece valer la pena. “No es fácil pasar por tantas adversidades, pero merece la pena porque creo en el sueño americano”, dice Lecuna. “Son personas como tú. Gente que busca una vida mejor: una economía mejor, una manera de poder alimentar, vestir y educar a sus hijos. Eso es todo lo que quieren”, dice Acosta.
Traducción de Julián Cnochaert.
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