Los supervivientes del salto de Melilla denuncian que la Guardia Civil los golpeó y devolvió a Marruecos a personas heridas
En grupos pequeños para no llamar la atención, una decena de sudaneses llegan cabizbajos a un lugar seguro de Casablanca donde poder contar lo ocurrido en el lado español de la frontera durante el último salto de la valla. Ven en la prensa que todo sucedió en Marruecos el pasado 24 de junio, pero ellos cuentan haber pisado España antes de estar tumbados y amontonados unos encima de otros en el lado marroquí de la frontera.
Ya lejos de la alambrada, tras ser alejados del norte del país en autobuses, supervivientes del salto denuncian en testimonios recogidos por elDiario.es haber sido golpeados y rociados con gas lacrimógeno por la Guardia Civil antes de ser devueltos “en caliente”, a pesar de que algunos se encontraban heridos o incluso “inconscientes”. Tres de los retornados con los que ha hablado este medio aseguran ser menores. Fuentes de Interior reconocen el “rechazo en frontera” –término empleado por el Gobierno para referirse a las devoluciones “en caliente”– de un centenar de personas durante el último salto de la valla de Melilla, pero aclaran que “ninguno precisaba atención médica de relevancia”.
Nasser Abdebagui Abdallah pensó que ya había llegado a España y, aunque exhausto, corría con la felicidad de saber que había sorteado el cordón policial que aún retenía a algunos de sus compañeros en suelo español, pero muy cerca de la valla marroquí. Él ya se encontraba más alejado, en una zona de olivares ubicada a unos 100 metros del punto de la frontera donde tuvo lugar el salto, en Barrio Chino, cuando le frenó el paso un agente “escondido entre los árboles”, relata.
“La gente empezó a abrir la puerta y a entrar. Había muchos guardias civiles, yo entré corriendo mucho hacia un olivar. Vi que había un campo de fútbol, casas, y pensé que lo había conseguido. Veía a gente jugando al fútbol, ya estaba dentro. Pero de repente salió un guardia civil escondido y me pegó en el pecho con la porra”, dice el joven de 20 años. El sudanés venía de “sentir que se asfixiaba” en uno de los puntos más críticos del salto a la alambrada, donde según la versión oficial murieron algunas de las 23 personas fallecidas –según las ONG, fueron 37–. También estaba herido en la cabeza por la “pedrada de un policía marroquí” y, tras cruzar a España, fue rociado con gas lacrimógeno por parte de los agentes españoles, según su relato.
“Me puso las rodillas en el pecho”
“Me salía sangre de la cabeza por la pedrada, estaba asfixiado porque iba corriendo, me habían echado spray en los ojos, no veía bien, me escocía y, de repente, el golpe de los españoles”, describe Abdebagui Abdallah. “Me dio con la porra una vez en el pecho y me caí. Fue solo una vez, pero fue muy fuerte. Después, puso su rodilla en mi cuello para esposarme con bridas y ya no recuerdo más. Me quedé inconsciente”.
El joven sudanés cuenta haber recuperado el conocimiento poco a poco un tiempo después, pero dice que apenas se podía mover y se encontraba “aturdido”: “Me pusieron de lado, aparte, fueron a por más gente, porque entraban muchos”. Todos los testimonios recabados por elDiario.es mencionan el uso de gas lacrimógeno, las defensas y balas de goma por parte de la Guardia Civil en el último salto. Este medio localizó restos del material antidisturbios en los alrededores del punto de la valla por donde se produjo el intento de entrada.
A pesar de estar en suelo español, el sudanés denuncia haber sido devuelto por dos agentes marroquíes. “Estando así, llegó un gendarme. Me acuerdo de que tenía dos estrellas en el hombro. Vino, me cogió, intentó arrastrarme, pero no podía. Vinieron otros dos marroquíes y me llevaron a la puerta de Marruecos. Estaba tan mal que no me atrevía a escapar, perdí la esperanza”. Aquel 24 de junio, como revelaron las imágenes publicadas por Publico.es, miembros de la gendarmería del país vecino entraron en España –más allá de la alambrada– para colaborar con el dispositivo de seguridad español y devolver a refugiados y migrantes a su territorio. La imagen que abre esta información, firmada por Javier Bernardo, de la Agencia AP, prueba la entrada de Nasser en territorio español.
“Me desperté en Marruecos”
Mohamed Ali, de 17 años, también cuenta haber sido devuelto y denuncia violencia policial. “Me golpeó primero la policía marroquí, luego la española”, detalla este joven, sentado en colchones desperdigados por el suelo en una escuela abandonada de los suburbios de Casablanca. Tras el golpe recibido “en la cabeza” por un agente español, dice, se quedó inconsciente: “Perdí el conocimiento con los españoles y, de repente, me encontré que estaba en Marruecos”, dice el adolescente, con un vendaje que cubre su frente. Las devoluciones de menores están prohibidas en base a la normativa española e internacional.
Otros dos sudaneses supervivientes del salto denuncian que perdieron el conocimiento ya en Marruecos, tras su devolución por parte de España. Uno de ellos es Mohamed. Los puntos de su ceja aún son visibles. Uno de sus ojos está completamente rojo. Tiene marcas en la espalda. “Los marroquíes ya me habían dado con piedras, mucho y fuerte. El golpe en el ojo, fueron los marroquíes. Los españoles me dieron en la espalda –con balas de goma–. El ojo rojo fue por los gases: de marroquíes y españoles”, dice el veinteañero, procedente de Darfur. “Me caí al suelo, los policías españoles me pusieron bridas y los brazos en la espalda”. Se señala la frente para mostrar otra herida que, cuenta, se hizo en suelo español cuando apoyaron su frente contra el suelo en el momento en que le maniataron.
“Ahí todavía estaba consciente. Pero cuando llegué a la parte de Marruecos me golpearon dos o tres veces más. En la espalda y en la cabeza, por haber pasado a España. Y ahí perdí el conocimiento”, asegura. Mira con atención el vídeo en el que aparecen decenas de personas inconscientes, fallecidas o agotadas en el lado marroquí de la frontera. Señala una camiseta amarilla: “Soy yo”.
Algo similar cuenta Nurdin, quien asegura que los agentes españoles le pegaron “en el pecho”. “Me esposaron las manos, me pidieron que me tumbara en el suelo, de rodillas mirando al suelo. Con las manos atrás, esposadas. Dos policías españoles me cogieron y me llevaron a la puerta, donde me recogieron los marroquíes”. “En Marruecos empezaron a pegarme, pero cuando vieron la sangre del ojo, pararon”, continúa. “¿La Guardia Civil vio también la sangre en tu ojo?”, preguntamos al joven. “Sí, pero entró gente peor que yo a España, más herida, y también los devolvieron”.
En el lugar al que fueron expulsados, que España considera un “país seguro”, a Nasser también le esperaban “más golpes”. “Me dieron con la porra en la nuca, luego otro en la boca del estómago, me llevaron a la zona donde había gente que no podía distinguir si estaban muertos o vivos. Luego uno me pisó la cabeza dos veces con sus botas. Me insultaban con cosas racistas, había bates de béisbol, nos daban con ellos. Algunos tenían cuchillos”.
Devolver a refugiados
Las devoluciones en caliente son ilegales según la legislación internacional, pues las expulsiones sin proceso administrativo alguno impiden reconocer entre los retornados a solicitantes de protección internacional, menores u otros perfiles vulnerables. Interior, sin embargo, defiende su legalidad, porque el Gobierno del Partido Popular intentó regularizarlas mediante la figura del “rechazo en frontera” en 2014 a través de la Ley de Seguridad Ciudadana, pero esta normativa matiza que estas prácticas deben cumplir con los tratados en materia de derechos humanos, como la Convención de Ginebra, que protege el derecho al asilo.
Como la mayoría de participantes en el salto de Melilla, Nasser es sudanés, una nacionalidad cuya tasa de reconocimiento de la protección internacional en España llega al 88%. Es, por tanto, un potencial refugiado. El joven asegura haber salido de su país en su huida de los picos de violencia ligados a las milicias en Darfur. “He perdido a las personas más queridas de mi vida, como mi padre, que murió defendiéndose cuando fuimos atacados en los asentamientos de refugiados”, describe en Marruecos donde, lamenta, no puede progresar ni tampoco se siente seguro.
“Podría morir si regreso a mi país de origen por las masacres que ocurren hasta el día de hoy”. Su viaje, que suma ya dos años, incluye las torturas sufridas durante nueve meses en una cárcel para migrantes en Libia. También ha intentado saltar la valla de Ceuta sin éxito nueve veces. Nadie le preguntó a Nasser el 24 de junio por ninguna de las muchas razones que le empujaron a salir de Sudán y, ahora, a intentar llegar a España.
A su regreso, en Marruecos, se encontró los cuerpos sin vida de varios amigos. Ahora, desde el lugar en el que malvive en Casablanca, se le repiten las imágenes del llamado “viernes negro”: “Después de ese día solo veo gente muerta y herida en mi cabeza. Desde que me quedé inconsciente y me devolvieron, tengo mucho miedo. Creo que necesito ayuda psiquiátrica”.
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