Cuando piensa en el 24 de junio de 2022, Ibrahim se recuerda corriendo con la cabeza ensangrentada, pero sin ser ni consciente de la gravedad del golpe, para evitar ser atrapado por la Guardia Civil y esquivar una probable devolución. Fue uno de los primeros en saltar la valla, pero no conoció la magnitud de la tragedia hasta 15 días después, tras salir del hospital de Melilla. Se enteró entonces de que su amigo Saeid se había quedado atrás. Nadie sabía nada de él.
Ahora Ibrahim vive en Córdoba, tiene residencia en España como solicitante de asilo y aprende español con el objetivo de seguir adelante en suelo europeo, como tanto había deseado. Sus palabras, sin embargo, no transmiten felicidad. “Este era mi sueño, pero ahora se ha convertido en un sueño triste. Nunca me había imaginado que para entrar a Europa tenía que perder a tanta gente y a tantos amigos”, dice el joven chadiano, de 20 años, por teléfono desde la ciudad donde reside después de haber sido trasladado a la península tras su paso por Melilla.
Un año después de la tragedia de Melilla, supervivientes de los hechos –distribuidos ahora entre Marruecos, España y distintos países europeos– piden justicia y relatan a elDiario.es el impacto que ha tenido en sus vidas lo ocurrido en la frontera el 24 de junio de 2022. Según las cifras oficiales, 23 personas perdieron la vida en la valla melillense, pero la ONG Caminando Fronteras eleva los datos a 40 fallecidos y 70 desaparecidos. Aquel día, casi 2.000 migrantes intentaron alcanzar la ciudad autónoma sorteando la frontera por el paso fronterizo de Barrio Chino, donde se formó una avalancha humana en la que fallecieron decenas de personas, tras una respuesta violenta por parte de los gendarmes marroquíes y un dispositivo caracterizado por la falta de auxilio de las autoridades españolas y marroquíes.
A pesar de la insistencia del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en que “ningún hecho trágico” sucedió en Melilla, la investigación periodística del consorcio Lighthouse confirmó que al menos una persona cayó muerta en el lado español de la frontera. Un año después de los hechos no hay ninguna investigación independiente abierta sobre lo sucedido, después de que el PSOE bloquease una comisión de investigación solicitada en el Congreso. La única instrucción sobre la tragedia, abierta por la Fiscalía, fue archivada. La semana pasada, cinco ONG registraron una querella en los juzgados de Melilla para solicitar una investigación rigurosa de lo ocurrido en la frontera, aunque aún no ha sido admitida a trámite.
“Ha sido un año muy duro”
“Ha sido un año muy duro. He sufrido mucho. Desde entonces, hemos estado muy pendientes de nuestros amigos desaparecidos y aquellos que creemos que están en prisión”, cuenta Ibrahim por teléfono desde Córdoba. “Lo más duro ha sido la separación de mi amigo. Él era un pilar para mí y me preocupa no saber nada de él”, repite Ibrahim. 87 migrantes que participaron en el salto aún se encuentran detenidos en Nador y en otras cárceles del país, según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH). “No hay información pública sobre los juicios a estas personas ni sobre el resto de personas que fueron trasladadas” a otros puntos del país, ha denunciado Amnistía Internacional.
Por mensaje, Ibrahim muestra un listado, facilitado por la AMDH de Nador, de los nombres de los sudaneses encerrados en prisión por Marruecos tras la tragedia de Melilla. Señala uno de ellos con una flecha verde. Saeed Musa Ahmed Adam. Piensa que puede ser su amigo. “Su nombre es Saeid Ahmed Musa Adam, pero aquí está registrado una mezcla”. Confía en que sea él.
Un nombre y unos apellidos desordenados son todas las noticias que tiene Ibrahim de su amigo Saeid, sudanés de 22 años, con quien realizó la mayor parte de su trayecto hasta Marruecos. “Durante muchos meses no supimos si estaba vivo o muerto”. No ha podido hablar con él, y su familia no deja de llamarle para preguntar sobre el estado de su hijo o hermano. También los de otros compañeros, de los que no tiene ninguna información.
Durante estos 12 meses, solo una familia ha logrado identificar y enterrar uno de los cuerpos de los al menos 23 cadáveres de las víctimas de la tragedia. Se trata del de Adam Bikhit. El resto de cadáveres continúan en las morgues de Marruecos, según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos de Nador, que no deja de recibir las llamadas desesperadas de los familiares de desaparecidos. “Marruecos no da ninguna información. No sabemos nada. No podemos responder a los familiares. Están desesperados. Un duelo en estas circunstancias es un duelo eterno”, dice Helena Maleno, fundadora de Caminando Fronteras, en contacto también con los allegados de las víctimas. “Las autoridades marroquíes han declarado que no enterrarán los cadáveres sin identificación, pero tampoco facilitan la identificación de los cuerpos”, sostiene Amnistía Internacional.
En España, Ibrahim se ha recuperado de la contusión sufrida en su cabeza hace un año. Intenta aprovechar los 18 meses en un alojamiento para solicitantes de asilo en Córdoba para aprender español. “Estoy muy triste. Tengo que asimilar que hay que salir adelante, estudiar… pero nos acompaña ese dolor, ese pensamiento”, reflexiona el chadiano, quien buscaba llegar a Francia pero ha decidido permanecer en nuestro país hasta que se resuelva su solicitud de protección internacional. “Hay una cierta culpa para los que hemos pasado a España. Estamos aguantando, nos estamos armando de paciencia, nos callamos por aguantar. No se nos escucha, no puedo hablar con mi amigo, no sé nada de él, ni de mucha gente querida desaparecida”.
“La culpa siempre nos va a acompañar a quienes ese día nos quedamos en Melilla. ¿Por qué mi hermano se queda y yo paso? ¿Quién no va a sentir culpa?”, lamenta el chadiano.
“Me siento abandonado”
Entre los que se quedaron al otro lado de la valla de Melilla, quienes pasaron horas al sol amontonados unos sobre otros en el patio del paso fronterizo de Barrio Chino, se encuentra Salah. Este joven sudanés de 20 años llegó a Marruecos un mes antes de la tragedia. Aquel 24 de junio fue su primer intento de entrada a la ciudad autónoma. Desde Dajla –Sáhara Occidental ocupado–, relata su trayecto migratorio, su paso por Libia, Níger y Argelia, pero le cuesta recordar lo vivido en la frontera española. “Lo pasé muy mal, sufrí como todos los demás”, se limita a decir. El sudanés, potencial refugiado, llegó a entrar en España tras saltar la alambrada pero fue devuelto en caliente por la Guardia Civil, como lo hicieron con 470 personas, según las cifras aportadas por el Ministerio del Interior al Defensor del Pueblo.
Tras el salto, Salah cuenta que fue encerrado en un centro de detención durante tres días y, una vez liberado, los agentes le trasladaron en la frontera con Argelia. “Me dejaron allí abandonado y conseguí volver a Marruecos”, recuerda el joven. “No sé dónde están muchos de mis amigos”.
Tras pasar por distintas ciudades de Marruecos, Salah se ha trasladado con varios amigos a Dajla, la ciudad que se ha convertido en punto clave de salida en la ruta migratoria hacia Canarias, una de las más peligrosas. “La vida es muy difícil en Marruecos, bajo a Dajla porque nos dejan tranquilos. Aquí consigo algunos días de trabajo en la construcción, me da para salir adelante y comer algo”, explica el sudanés, quien quiere volver a intentar migrar a España. “Me da igual mar o tierra. Pero el mar es caro, la valla no. No sé si tendré suficiente dinero para pagar una barca. Si no, lo volveré a intentar por Ceuta y Melilla”. Durante las semanas posteriores a la tragedia de Melilla, desde el Ministerio del Interior se destacaba el papel de las mafias en la organización del salto a la valla. Sin embargo, desde el inicio, los supervivientes defendieron que no había ninguna red detrás del intento de entrada, sino la autoorganización, ya que los migrantes no tienen que pagar dinero por intentar sortear la alambrada, como sí ocurre en el caso de las travesías en patera.
“Pido justicia. Con la situación que hemos vivido, y siendo refugiados, pido que se nos permita viajar a Europa”, dice Saleh, mientras continúa malviviendo en Marruecos a pesar de haber pisado España y no poder regresar a su país, donde el conflicto se ha recrudecido en los últimos meses. “Mi situación es muy complicada. Me siento abandonado. Estoy en un limbo, no sé qué hacer”, lamenta el joven.