Ala'a quiere acabar sus estudios. Esta chica de 17 años, nacida en la ciudad siria de Homs, abandonó el país con parte de su familia cuando tenía solo 11 años. Jordania era la opción más fácil y segura, pero cuando llegó a Amán, la capital, después de un largo viaje, no pudo matricularse en ninguna escuela: había perdido demasiado tiempo sin ir a clase, no estaba preparada para seguir el curso, ni tampoco había plaza para ella. Tuvo que esperar un año, hasta que empezara el siguiente curso lectivo, para estudiar de nuevo, en un nivel inferior al que le tocaba por edad.
Cuando acabe la guerra en Siria, la siguiente generación tendrá que reconstruir un país en ruinas. Se trata de una generación de niños y adolescentes que, en demasiados casos, están perdiendo la oportunidad de recibir una educación. Parte de ellos crece en Jordania, el país que, solo por detrás de Turquía y el Líbano, acoge más refugiados desde que empezó la guerra: 670.429 están registrados por Naciones Unidas, aunque la cifra real es, según las organizaciones humanitarias, mucho más alta.
De ellos, un 28% de los que tienen edad para ir a la escuela no tiene acceso a la educación, según el último informe de UNICEF, de enero de 2017. Los datos no son exactos y cambian en función de la fuente: Naciones Unidas elevaba la cifra hasta el 38%, en febrero de 2018.
A su vez, en Zaatari Camp, el campo de refugiados más grande de Jordania –y el segundo del mundo–, un 40% de los niños no asisten a la escuela. Y del 60% escolarizado, casi la mitad abandona la educación antes de finalizar los estudios, según datos de la organización Questscope, que lleva a cabo programas de escolarización para adolescentes.
El pasado curso escolar, y por primera vez desde que empezó el éxodo de refugiados sirios, el Gobierno jordano aprobó el acceso universal a la educación. Hasta entonces, los refugiados sin documentación reglada –porque habían entrado de forma irregular en el país o habían perdido papeles durante el éxodo, como el certificado de nacimiento u otra documentación requerida– no podían asistir a la escuela.
Ahora, los niños siguen enfrentándose a numerosos obstáculos que los alejan cada día más de los centros educativos, como la falta de nivel para seguir las clases a causa de los años que han pasado sin asistir a la escuela, la situación traumática que han vivido, los matrimonios precoces, el trabajo infantil o la falta de transporte.
Estudiar a pesar de todo
Ala'a tuvo el mismo problema que muchos de los niños refugiados que llegaron a Jordania durante los primeros años del conflicto, cuando el país recibía cada día miles de personas. “En un primer momento, el Gobierno no era capaz de ofrecer todos los servicios que los refugiados necesitaban. Es lógico, tienes unas aulas preparadas para 25 alumnos y, de repente, muchas veces con el curso ya empezado, recibes veinte solicitudes de inscripción. Sencillamente no las puedes asumir. Por eso, muchos sirios se quedaron fuera los primeros años”, sostiene Julie Delarie, educadora en una ONG que brinda apoyo a los refugiados en Jordania.
En ese momento, el Gobierno apostó por desdoblar las escuelas y crear dos líneas educativas, una para jordanos, por las mañanas, y otra para refugiados, por las tardes, lo que permitió acceder a la escuela a muchos de los menores sirios, como Ala'a.
No obstante, este sistema ha reducido las horas lectivas en la educación obligatoria de ambas líneas y los docentes tienen que asumir más horas de trabajo. “Los profesores no tienen las herramientas ni la formación para enseñar a niños con traumas psicológicos u otros problemas causados por la guerra. Tampoco es fácil para un niño de 9 años, que arrastra una situación difícil y se incorpora por primera vez a la escuela, tener que compartir aula con niños de 6 años”, explica Catherine Ashcroft, directora de la ONG Helping Refugees in Jordan.
Puesto que la educación que recibe Ala'a en el instituto no es suficiente, la adolescente acude a la escuela de educación informal Bareeq, en Amán, una vez por semana, junto con su hermana mayor, Hiba. Bareeq es una organización creada por profesores de origen sirio que quieren ayudar a los niños y adolescentes que han perdido años de enseñanza a equipararse con el nivel que deberían haber adquirido a su edad.
“Estoy estudiando mucho porque en el futuro me gustaría irme al extranjero, a Europa o América. En todos los países árabes, los sirios no tenemos muchos de los derechos básicos, por eso quiero estar preparada para emigrar”, dice Hiba, de 20 años.
Superar la incertidumbre
Las organizaciones de educación informal, como la escuela Bareeq o Questscope, intentan suplir carencias del sistema educativo y conseguir que los niños y adolescentes obtengan la educación secundaria. Mohammed estaba convencido que nunca lo conseguiría, hasta que este curso pasado, con 16 años, retomó los estudios que había abandonado cuando dejó Damasco.
Mohammed también pasó por la escuela pública jordana, pero solo fue circunstancial, ni siquiera un curso escolar entero: no seguía el ritmo de sus compañeros, más pequeños que él, y no se sentía comprendido por nadie. Como la situación familiar no era buena, decidió dejar la escuela y empezar a trabajar para ayudar a su familia. En aquel momento tenía 13 años y, desde entonces, trabaja en una fábrica de muebles, según él, “el peor trabajo que puede hacer un niño”.
Con el apoyo de Questscope, trabaja por las mañanas y va a clase por las tardes. “Los profesores nos tratan mucho mejor que en la escuela del Gobierno, hay empatía y proximidad con ellos”, asegura. Actualmente estudia para acabar la educación básica, porque considera que con ella podrá acceder a un mejor trabajo y conseguir, como desea, una vida digna. También está convencido de que cuando acabe la guerra, volverá a Siria, donde aún vive su padre.
“El caso de los adolescentes es el más complicado, porque quieren colaborar con sus familias. Se preguntan por qué tienen que estudiar si ya pueden trabajar. Además, si han perdido años de escuela, no siguen las clases y no se sienten capacitados”, afirma Julie Delarie.
Por esta razón, la organización para la que trabaja centra gran parte del esfuerzo en trabajar la confianza de los jóvenes. “Son niños a los que se les ha frustrado el futuro, sus sueños se han estancado y tienen una gran incertidumbre sobre qué va a pasar con sus vidas. Lo más importante es ayudarles a manejar esta incertidumbre, porque probablemente la tendrán durante muchos más años, aunque el conflicto se acabe mañana”, explica Curt Rhodes, director de la organización.
Moath Amreh, uno de sus formadores, recuerda especialmente uno de sus primeros días en el aula cuando preguntó a uno de los niños qué quería ser de mayor: “Me respondió que lo único que quería era tener una pistola y volver a Siria para matar a los que habían asesinado a sus padres. Estos chicos necesitan un lugar donde se puedan sentir aceptados y valorados, donde puedan canalizar la incertidumbre y reducir el odio. Si no, puede ser muy peligroso”.
Las niñas, más vulnerables
En Jordania, en el caso de las niñas hay un problema añadido en su acceso a la formación: los matrimonios infantiles. Según Questscope, es el principal motivo por el cual las niñas abandonan los estudios es el matrimonio. Desde que empezó la guerra, el 39,5% de las chicas sirias en Jordania se casan cuando tienen menos de 18 años, según Study Higher Population Council.
Al casarse, la familia de la chica recibe la dote que el novio paga por ella. “Las familias aceptan la boda porque la entienden como una forma de proteger a las chicas. Creen que si casan a sus hijas con un hombre de familia con tiene mejores condiciones económicas, podrá tener una vida mejor. Este fenómeno nace del adán de protección”, subraya Delaire.
La Organización de Mujeres Árabes de Amán organiza talleres de concienciación sobre esta problemática e intenta ofrecer a las familias alternativas para progresar económicamente que no conlleven el matrimonio de sus hijas.
Wala'a Hasan, abogada de la entidad, denuncia cómo muchos hombres en Jordania se aprovechan de la situación. “A ellos les interesa, porque como las familias están en una situación de necesidad aceptan una dote inferior a la que piden los jordanos”.
En Questscope también hay chicas casadas, menores de 20 años, que asisten a las clases. “No les podemos decir que es tarde para aprender a leer y escribir. De hecho, las chicas sacan mejores notas que los chicos y se implican más en las materias. Para muchas de ellas la escuela es el único espacio de socialización, donde pueden salir del ámbito familiar. Los chicos como mínimo tienen las calles, las chicas ni eso”, sentencia Ziad Afanih, supervisor de proyectos.
La brecha que sufren los menores refugiados a la hora de ejercer su derecho a la educación ha crecido en el último año. Según un informe reciente de Acnur, un total de cuatro millones de niños refugiados en el mundo no van actualmente a la escuela, lo que supone medio millón más de menores en solo un año. Asimismo, la Agencia de la ONU sostiene que el 8% de todas las personas refugiadas en el mundo, muchas de ellas en Jordania, necesitarían ser reasentadas por otros Gobiernos, pero los países no ofrecen un número suficiente de plazas para acogerlos.