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Laura Villadiego forma parte del colectivo Carro de Combate, que ha lanzado una campaña de financiación para investigar en profundidad la industria del aceite de palma. Se puede colaborar aquí.
Desde hace varias semanas, las selvas de Indonesia echan humo. Los satélites de la NASA han identificado más de 117.000 incendios tan sólo este año en algunos de los ecosistemas más ricos del planeta. Aunque hay más culpables detrás de semejante desastre, los ojos se tornan hacia un principal sospechoso: la industria del aceite de palma, el más consumido en el mundo, empleado en todos tipo de productos, desde alimentación industrial a velas y cosméticos.
Según el gobierno indonesio, unas 1,7 millones de hectáreas han sido arrasadas en 2015 por unos fuegos que se repiten cada año, pero que en los últimos meses han sido más intensos que nunca debido a la sequía provocada por el Niño. La ONG Amigos de la Tierra ha calificado a las feroces llamas como el peor desastre medioambiental provocado por el hombre desde el vertido de petróleo de BP en el Golfo de México.
“Si la deforestación continúa este ritmo, de aquí a 15 años no quedará nada”, dice Panut Hadisiswoyo, fundador del Orangutan Information Centre (OIC) que trabaja por conservar el Parque Nacional de Gunung Leuser, donde viven, además de los orangutanes, otras especies únicas como el rinoceronte o el tigre de Sumatra. “El compromiso [para acabar con la deforestación] tiene que ser ahora”, continúa. Según un estudio de la Universidad de Maryland, Indonesia sobrepasó en 2012 a Brasil en la rapidez con la que pierde sus bosques y tiene ahora la tasa de deforestación más elevada del mundo.
El propio Parque de Gunung Leuser, en la isla de Sumatra, una de las más afectadas por los incendios, es una estampa fiel de cuál es el problema en Indonesia. A pesar de ser una zona protegida por el gobierno, donde la tala o la plantación de cualquier tipo de cultivo está prohibida, grandes plantaciones ilegales de palma aceitera arañan continuamente las lindes del bosque, compitiendo por el suelo.
Indonesia es el segundo productor mundial de aceite de palma, el aceite más consumido en el mundo que se utiliza en todos tipo de productos, desde alimentación industrial a velas o cosméticos. Algunas de las marcas que lo utilizan son las patatas Lay's, margarina Tulipán, helados y margarina Ben & Jerry's, Panrico, Nocilla o galletas Fontaneda.
La voracidad de esta industria, cuya producción ha crecido anualmente un 10% en la última década, según FAO, ha sido relacionada con los incendios que cada año arrasan Indonesia. WWF asegura así que cada hora se deforesta en Indonesia la superficie equivalente a 300 campos de fútbol para plantar estas enormes palmeras. Una de las denuncias más recientes viene a través de Greenpeace difundiese unas imágenes de palmas aceiteras creciendo en zonas recién quemadas cerca de una zona reservada para orangutanes en la provincia de Kalimantan, en la isla de Borneo, una de las principales afectadas por los fuegos.
El aceite de palma no es, sin embargo, el único culpable. Según la iniciativa Global Forest Watch, los fuegos han sido frecuentes en las concesiones para plantar los eucalipto y las acacias con las que se hace luego la pulpa del papel. En septiembre la policía indonesia arrestó a siete ejecutivos, incluyendo uno de Bumi Mekar Hijau, uno de los proveedores de la gigante papelera Asia Pulp and Paper.
El problema de los incendios va más allá de la destrucción de hábitats de un alto valor ecológico. Buena parte del suelo que está ardiendo es turba, una capa originada por la acumulación de material orgánico, muy rica en carbono. Los incendios liberan ese carbono, lo que ha hecho que Indonesia se haya convertido este año en el mayor emisor de gases de efecto invernadero, por delante de economías mucho más grandes, como Estados Unidos o China. “Es la forma más rápida de limpiar el suelo. Por eso la utilizan”, explica Panut Hadisiswoyo.
Los incendios han provocado también una densa nube de humo, que ha cubierto buena parte del Sudeste Asiático y ha llegado incluso al sur de Tailandia, a 2500 kilómetros de Indonesia y que ha provocado la muerte a al menos 10 personas, mientras que otras 500.000 personas han tenido problemas respiratorios, según la Agencia Nacional de Gestión de Desastres de Indonesia.
Las grandes multinacionales han sido durante años las primeras señaladas como responsables de los fuegos y las investigaciones de las autoridades y de organizaciones independientes han puesto de manifiesto que a menudo las zonas devastadas terminan convirtiéndose en plantaciones de su cadena de suministro. Pero no son las únicas y, en el terreno, los activistas apuntan a un enemigo más difícil de combatir: la pobreza.
Aproximadamente un 40% del aceite de palma en Indonesia procede de pequeños agricultores que venden su producción a empresas más grandes y que subsisten gracias al rojo aceite. “Las autoridades sólo se fijan en los grandes propietarios, pero en realidad el gran problema son las comunidades locales”, asegura Rudi Putra, uno de los principales activistas por la conservación de los bosques primarios en Indonesia.
“La palma genera más ingresos que otros cultivos. Cuando la población ve que hay más ingresos, la zona se especializa y hay mayor presión por la tierra”, asegura Pablo Pacheco, investigador del Centro para la Investigación Internacional sobre Bosques (CIFOR en sus siglas en inglés). “Prefieren el aceite de palma porque pueden tener dinero cada mes [la cosecha es mensual], con otros cultivos es sólo una vez al año”, dice Rudi Putra.
Las comunidades locales han ido así ganando terreno poco a poco a los bosques para plantar aceite de palma, al mismo tiempo que han abandonado cultivos tradicionales como el arroz o los vegetales. “A menudo se nos ve como los malos [a los activistas y a los forestales] porque queremos recuperar el bosque y nos dicen que les quitamos su medio de vida”, dice Panut Hadisiswoyo, quien asegura que las comunidades podrían obtener mayores ingresos de los bosques que del aceite de palma si supieran explotarlos. “Tienen que darse cuenta de que necesitan los bosques. Si no hay bosques, no hay agua. Si no hay agua, no hay vida”, añade Rudi Putra.
La industria del aceite de palma ha sido durante años uno de los principales objetivos de las organizaciones ecologistas debido a su fuerte impacto medioambiental. La polémica llevó a la industria a aceptar en 2004 la creación de la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible (RSPO en inglés), una especie de certificación para asegurar que la producción del aceite de palma cumplía unos requisitos sociales y medioambientales mínimos.
En la actualidad, un 20% del total del aceite de palma está certificado, según RSPO. Sin embargo, los numerosos escándalos que han rodeado a esta iniciativa, que permite, entre otras cosas, que se plante en antiguos suelos de turba, han puesto en entredicho los criterios utilizados por la certificación.
Los más optimistas ven en la certificación la única manera de dar respuesta, sin un balance demasiado trágico, a la creciente demanda de aceite de palma procedente de la industria alimentaria y cosmética, pero también de los biocombustibles. “El aceite de palma requiere nueve veces menos terreno que la misma cantidad de aceite de soja”, asegura Michelle Desilets, fundadora del Orangutan Land Trust, otra ONG que trabaja en la conservación de estos animales. “La única alternativa al aceite de palma es el aceite de palma sostenible”. Muchos temen, sin embargo, que las mejoras en la certificación lleguen demasiado tarde y que Indonesia pierda para siempre sus ecosistemas únicos en el mundo.
Laura Villadiego forma parte del colectivo Carro de Combate, que ha lanzado una campaña de financiación para investigar en profundidad la industria del aceite de palma. Se puede colaborar aquí.