“He llevado un tiempo largo en calle, más de 10 años. Ha habido algún que otro personaje, por llamarlo de alguna manera fina, que me ha tratado, en vez de como persona y mujer, como objeto y como basura. Como yo no soy ni un objeto ni basura, prefiero levantar mi cabeza y seguir para adelante. A veces se te quedan mirando al pasar delante tuya. Y yo les digo: 'En lugar de quedarte mirando, podrías llevarme a casa que no he cenado todavía'. Se echan para atrás y yo sigo mi camino. ¿Por qué no te acercas y me dices 'necesitas algo'? Estoy en calle por circunstancias de la vida, he tenido problemas en casa y he decidido salir de ese entorno problemático. Yo soy un estorbo en la casa. Considero más familia a mis compañeros de calle que a mi familia. Familia de sangre, yo no tengo. Yo la ayuda la encuentro más de la gente de la calle que de la propia”.
- Un 47% de las personas sin hogar han sido víctimas de, al menos, un incidente o delito de odio por aporofobia en 2015, según el Observatorio Hatento
“Orinaron sobre mí mientras dormía”. “El cuarto de baño es para clientes, no para indigentes”. “Mientras dormía en mi coche, me arrojaron una colilla”. “Me dieron una paliza mientras dormía en un cajero”. “En los 10 años que he vivido en la calle me han tratado, en vez de como persona y mujer, como objeto y como basura”. Estos son testimonios de las personas sin hogar que habitan nuestras ciudades, nuestras plazas. La violencia y los delitos de odio contra las personas sin hogar son una realidad social que no es posible tolerar en sociedades con una mediana calidad democrática.
El sinhogarismo es la forma más extrema de exclusión social. De manera sorprendente (o quizás no tanto, piensa por un momento), de la ausencia de un hogar se deriva la vulneración de otros derechos fundamentales como la dignidad de las personas, la seguridad o la salud.
Pero podemos decir que, como sociedad, convivimos con esta vulneración de derechos de manera rutinaria, convirtiendo en invisibles a personas sin hogar con la torpe estrategia de hacer que no las vemos, de cambiar de acera cuando nos las encontramos durmiendo en un cajero o directamente apartando la mirada. Conviven en nuestras ciudades y nos incomodan, pero no hacemos mucho para evitarlo. Hemos aprendido a tolerar un fenómeno que no puede ser tolerado.
Esta tolerancia hacía el sinhogarismo en realidad significa intolerancia hacia las personas sin hogar. Y esta intolerancia, y de manera creciente, se manifiesta en violencia contra ellas. Se estima que entre 25.000 y 30.000 personas no tienen casa en España y que cada noche 8.000 duermen en la calle.
El año pasado, el Observatorio Hatento estimó que un 47% de las personas sin hogar han sido víctimas de, al menos, un incidente o delito de odio por aporofobia. De hecho, entre estas personas, en un 81% de los casos las personas habrían sido víctimas de delitos de odio en más de una ocasión. Las personas sin hogar saben que vivir en la calle mata.
En RAIS Fundación no nos resignamos y te animamos a hacer lo mismo. Creemos que la mejor forma de prevenir los delitos de odio contra las personas que no tienen un hogar es abordar el problema desde la base: erradicar el sinhogarismo. Reivindiquemos ante las administraciones públicas el desarrollo de políticas y servicios de acceso a la vivienda para que consigan sacar a las personas de la calle y situarlas donde puedan comenzar sus propios procesos y proyectos de vida.
Solicitemos a los medios de comunicación que aborden el fenómeno del sinhogarismo y los delitos de odio contra las personas sin hogar desde un enfoque de derechos humanos. Y no toleremos en ningún ámbito las actitudes discriminatorias o violentas hacia cualquier colectivo vulnerable.
Como sociedad, igual que una cadena, somos lo fuerte que sea nuestro eslabón más débil. No podemos tolerar perder ningún eslabón. Todas las personas son valiosas. Ignorarlas, de nuevo, sería tolerar lo intolerable.