Si lo primero que apareció en la mente de Feyisa Lilesa tras cruzar la línea de meta fue su pueblo; si nada más completar los 42 kilómetros de la maratón recordó cruzar sus brazos en alto; si después de ganar una medalla olímpica optó por arriesgar su vida y su plata con un polémico gesto, era porque esa “x” escondía más que una protesta política. Gritaba auxilio ante las “graves violaciones de derechos humanos” contra su etnia, sobre las que esta semana ha vuelto a alertar la ONU.
Utilizando la plataforma mediática inherente a los Juegos Olímpicos, los brazos cruzados del atleta etíope se convirtieron en foco de la alarmante represión ejercida por el Gobierno del país que Lilesa representaba en Río 2016. Difundían la “fuerza excesiva y letal”, las torturas, asesinatos, detenciones arbitrarias o abusos sexuales que tratan de reprimir las manifestaciones de la etnia oromo desde noviembre desde 2015, según un reciente informe de Human Rights Wach (HRW).
La etnia oromo, a la que pertenece un tercio de los habitantes del país, acarrea a nivel histórico su marginación de la vida política y social del país. Pero la represión contra ellos se reavivó tras las protestas iniciadas en noviembre de 2015.
La decisión de las autoridades de Ginchi, una pequeña ciudad a 80 kilómetros al suroeste de Addis Abeba, de levantar un proyecto de inversión en el terreno ocupado por un bosque y un campo de fútbol provocó las protestas en cerca de 400 puntos diferentes en zonas de Oromia.
Salieron a manifestarse contra un plan que, según defendían, “desplazaría a más agricultores oromo” de sus territorios, después de que en la última década muchas personas de esta etnia hayan tenido que abandonar la zona debido a los proyectos de desarrollo gubernamentales. “Tales avances han beneficiado a una pequeña élite, mientras que tiene un impacto negativo en los agricultores y las comunidades locales”, sostienen desde la organización internacional.
Según los testimonios recabados en 125 entrevistas por HRW, “las fuerzas de seguridad dispararon contra la multitud, mataron de forma sumaria a personas durante redadas masivas, y torturaron a los manifestantes detenidos”. Cerca de 400 personas murieron en la represión del Gobierno etíope, asegura la ONG.
Muchas víctimas menores de 18 años
Muchas de las víctimas eran menores de 18 años, dado que los estudiantes de la escuela primaria y secundaria en Oromia fueron los primeros en salir a la calle. Las víctimas aseguran que “en muchos lugares las fuerzas de seguridad fueron a buscar a estudiantes a sus casas, puerta en puerta, durante la noche”.
“Mi hijo había ido a la escuela por la mañana y estaba planeada una protesta. Me dijo que no iría, pero sabía que lo haría. Esa mañana fue la última vez que le ví”, relató la madre de un niño de 15 años desaparecido de la zona de Borana. “Me dijeron que estaba detenido por la Seguridad Federal. Fui a la comisaría, a la oficina de seguridad local, y nadie tenía ninguna información sobre él”, expresó con desesperación a los investigadores de la ONG.
La historia narrada por esta mujer no es aislada. Según los cálculos de HRW, decenas de padres y madres contaron a la organización internacional que desconocían el paradero de sus hijos desde que fueron detenidos por las autoridades.
“Cada noche nos golpeaban con palos y látigos”
Las personas arrestadas y posteriormente liberadas denuncian malos tratos en prisión y, según HRW, existen “numerosos testimonios creíbles” de tortura.
“Estábamos recuperándonos de los gases lacrimógenos en mi casa, cuando las fuerzas de seguridad irrumpieron en los dormitorios. Nos vendaron los ojos a 17 personas de mi piso y nos llevaron a un edificio en obras durante nueve días”, explicó Tolessa, una estudiante del primer año de la Universidad de Adama.
“Cada noche nos llevaban uno por uno a golpearnos con palos y látigos. Nos preguntaban que quién estaba detrás de las protestas y si éramos miembros de Frente de Liberación de Oromía (organización independentista de Etiopía que lucha por la autodeterminación del pueblo oromo). ”Les dije que no sé ni quién es él, y que si trataban así a la gente iban a conducirla al FLO. Entonces, me golpearon más...“, describe.
La joven asegura que escuchó “gritos durante toda la noche” y vio a “estudiantes colgados por las muñecas del techo mientras eran golpeados”. Según HRW, las fuerzas de seguridad han detenido arbitrariamente a estudiantes, profesores, músicos, políticos de la oposición, trabajadores de la salud, y las personas que proporcionan ayuda o refugio a los estudiantes que huyen.
La violencia sexual también se empleó como arma de represión, denuncian. “Varias mujeres han relatado haber sido violadas y agredidas sexualmente durante su detención, la mayoría en los campamentos militares. Según los testimonios, en dos casos estaban involucrados varios soldados”.
Mona, de 22 años, fue una de las víctimas. Ocurrió cuando estaba en “régimen de aislamiento, en la oscuridad total”, ha asegurado a Human Rights Watch. Cuenta cómo fue violada tres veces en su celda por hombres no identificados durante las dos semanas de su detención. Después, durante el día, las fuerzas de seguridad les preguntaban constantemente por los supuestos organizadores de las manifestaciones. Finalmente quedó en libertad bajo la condición de llevar a sus hermanos al campamento para ser interrogados.
Los brazos cruzados de Feyisa Lilesa en plena meta es la forma con la que el atleta ha salido a la calle con el pueblo oromo. “El gobierno de Etiopía está matando a la gente de Oromo y tomando sus tierras y recursos, por eso los oromo protestan y yo apoyo la protesta como oromo”.
Él teme ahora regresar a su país, y el Gobierno etíope ha asegurado a la CNN que no debe preocuparse, que puede regresar, que su miedo es “excesivo”. Recordando la represión ejercida sobre su pueblo, el atleta no se siente seguro: “Si vuelvo, me matarán a mí y a mi familia”.