“No es una crisis de refugiados, sino de un sistema de asilo defectuoso”
En marzo del año pasado, el redactor jefe de Internacional del periódico británico the Guardian decidió que el tema de las migraciones en Europa merecía tener un periodista dedicado a ello en exclusiva. Encargó ese cometido a Patrick Kingsley, que desde entonces, a sus 27 años, ha recorrido unos veinte países y ha hablado con gran cantidad de refugiados, traficantes, autoridades y todo tipo de personas cuyo punto de vista podía ayudar a entender por qué tanta gente decide abandonarlo todo para venir a Europa. La mayoría de veces, arriesgando sus vidas a través del Mediterráneo.
¿Por qué los refugiados no se quedan en otros países de Oriente Medio? ¿Qué ocurre con los llamados “migrantes económicos”? ¿Son los traficantes los culpables de esta crisis? ¿Sería fácil evitar los naufragios? ¿Por qué muchos refugiados solo quieren ir a Alemania o a Suecia? En La nueva odisea (publicado en España por la editorial Deusto), Kingsley responde a estas y otras preguntas a través de la historia de Hashem al Souki, que huyó de Siria para poder dar un futuro a sus hijos, y de tantos otros como él.
¿Piensa que los medios de comunicación están informando de forma adecuada sobre las migraciones?
En general no creo que los medios estén haciendo un gran trabajo de explicar por qué vienen los refugiados, lo inevitable que es que la gente venga y las posibles ventajas e inconvenientes de que vengan a Europa. Las migraciones son más o menos inevitables, van a ocurrir nos guste o no. Y no hay muchos medios que se estén adentrando en las razones por las que la gente viene. Todo lo que oímos es que llegan para aprovecharse de la sociedad europea y el daño que eso hará.
No oímos hablar de que el fracaso de Europa en acoger a más gente en el pasado es una de las causas de toda esta migración irregular del presente, ni de por qué la llegada de nuevos trabajadores nos ayudaría a resolver el problema que tendremos en las próximas décadas porque muchos de nuestros trabajadores se jubilarán. No estamos teniendo un debate realista sobre las ventajas económicas de las migraciones.
En uno de los capítulos de su libro explica por qué no solo deberíamos dar soluciones a los refugiados sino también a los denominados migrantes económicos. Al poner el foco en el derecho al asilo, ¿se está dejando de lado a los otros migrantes?
El año pasado, las personas más progresistas plantearon que dejáramos de usar la palabra migrantes porque la mayoría de las personas que vienen se pueden considerar refugiados: gente que huye de guerras o de la persecución. Querían desestigmatizar a las personas que vienen y hacer que los europeos empatizaran más con ellos. Sin embargo, tenemos que asumir que la gente también viene por otras razones diferentes de la guerra y la persecución política y eso no va a parar. Que no se pueda considerar a alguien refugiado porque huye de la pobreza o de los efectos del cambio climático no significa que no merezca nuestra solidaridad. Estas personas seguirán viniendo nos guste o no, así que deberíamos trabajar en las formas de recibirlos y hacerles parte de nuestra sociedad en lugar de buscar métodos costosos de expulsarlos. Es mejor hacer que estas personas paguen impuestos de forma legal que dejarlos en los márgenes de la sociedad.
También explica en su libro que quizá incluso entre los refugiados hay diferentes niveles de protección, que los sirios de alguna manera tienen más oportunidades que las personas de otros países. ¿El foco en la guerra de Siria tiene un efecto negativo en la protección de los refugiados de otras nacionalidades?
Más o menos, sí. Estamos hablando de la crisis de refugiados casi como si fuera exclusivamente una crisis siria. Sin embargo, incluso si no hubiera llegado un solo sirio de Turquía a Grecia el año pasado, el número de afganos que llegaron a suelo heleno desde Turquía también habría supuesto la mayor ola de migración hacia Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Nos hemos centrado en los sirios y no explicamos por qué tantos afganos están abandonando su país. Algo parecido ocurre con Irak y Eritrea. Y el acuerdo entre la UE y Turquía no hará nada por los muchos afganos que están viviendo en Turquía ni los reasentará a Europa porque solo se centra en los sirios.
La Unión Europea ha intentado de algún modo mostrar a los traficantes como los grandes culpables de esta crisis. ¿Cuál es su perspectiva sobre el papel de los traficantes?
Los políticos europeos tratan de presentar a los traficantes casi como la causa de la migración, pero más que una causa, son una consecuencia. Responden a la demanda: allá donde hay una mayor demanda, hay más traficantes. Los que yo he conocido a menudo son refugiados ellos mismos, que recurren al tráfico como un medio para salir adelante en una situación económica pésima. Hay gente que vive en zonas empobrecidas de Níger o Libia en las que casi la única oportunidad económica que tienen es traficar. Creo que debemos tener una visión más matizada de lo que es el tráfico.
Hay que tener en cuenta que los países europeos no hemos proporcionado un acceso seguro y legal a los refugiados que huyen de la guerra y de la persecución política. Eso es lo que provoca un aumento de los traficantes, y no al revés.
En el último año ha conocido probablemente a cientos de refugiados, con historias muy duras. ¿Cuál le parece especialmente representativa de esta crisis?
El entrevistado central de mi libro, Hashem. Es alguien que de verdad intentó quedarse en Siria, pero destruyeron su casa, bombardearon a sus hijos mientras iban al colegio y pasó varios meses en una cárcel del régimen de Asad sin motivo. Como la comunidad internacional no ha intervenido y la guerra continúa, se vio obligado a irse con su familia. Primero intentó vivir en Egipto, pero como los refugiados no tienen verdaderos derechos en países como Egipto, Líbano o Jordania, su existencia se hace muy difícil y después de un tiempo se dan cuenta de que no hay un futuro para ellos en los países de Oriente Medio, que los tratan como ciudadanos de segunda clase.
En ese momento tratan de solicitar reasentamiento en Occidente, y eso es lo que hizo Hashem. Pero después de un tiempo vio que esos procesos formales no funcionaban. Cuando te das cuenta de que no puedes sobrevivir en Siria ni en los países de Oriente Medio, es cuando recurres a la última opción, que es hacer una travesía en barco enormemente peligrosa hacia Europa.
Hashem intentó una primera vez entrar en un barco, pero lo detuvieron, y unos meses después volvió a intentarlo. Su historia muestra cómo el fracaso de Occidente en intervenir en Siria, en proporcionar apoyo sostenible a los refugiados sirios de Oriente Medio y en darles opciones de reasentamiento en Occidente ha contribuido a este enorme flujo de personas que vienen a Europa por medios irregulares.
¿Habrá un final de esta crisis?
No creo que crisis de refugiados sea el término adecuado, por dos razones. Primero, porque no tiene por qué ser una crisis: el número de personas que llegaron el año pasado, un millón, es bajo si lo comparamos con la población de la UE, 500 millones, y es el mismo número de refugiados que viven en Líbano, con una población de 4,5 millones. Si Líbano puede lidiar con un millón de personas, la UE puede, y por eso no deberíamos llamarla crisis europea de refugiados a pesar de lo que dice el subtítulo de mi libro.
Segundo, porque si es una crisis no es una crisis de refugiados, sino una crisis de asilo. Una crisis de nuestro sistema de asilo defectuoso y de nuestras políticas de asilo defectuosas. Debería ser posible para países tan ricos lidiar con esta cifra de refugiados, pero nuestro sistema de asilo no está funcionando adecuadamente. Países como Grecia e Italia, deprimidos económicamente, tienen que lidiar con el grueso de la crisis, y no estamos siendo suficientemente rápidos en la reubicación de personas de Grecia e Italia al resto de Europa.