“Creen que pueden doblegarnos, pero no lo conseguirán. Tenemos más fuerza que nunca y venceremos”. Fatou, marfileña de 42 años, lanzaba esas palabras proféticas, micrófono en mano, hace apenas tres semanas, en la enésima manifestación de los trabajadores del 57 Boulevard de Strasbourg, en París.
Hoy puede decirse que sí, que han vencido. El Ministerio y la Prefectura de Policía han cedido. Ha costado casi un año de protesta y ocho meses de huelga y ocupación en la peluquería en donde trabajaban, pero Fatou, junto a Aminata, Precious, Aïcha, Daniel, Ming, Nosa, Madamba y Guiyum recibirán este viernes sus permisos de trabajo, como ya lo hicieron antes el resto de sus compañeros. Eran los últimos nueve empleados en situación irregular de la peluquería 'New York Fashion', en el barrio parisino de Chateau d’Eau.
La lucha de un total de 18 emigrantes, la mayoría sin papeles, comenzó en mayo de 2014. Tras dos meses de sueldo atrasado en un lugar donde trabajaban en condiciones de semiesclavitud —según su testimonio— se pusieron de acuerdo y denunciaron a sus empleadores.
“Lo hicimos porque era una situación insoportable: trabajábamos en negro, sin horario, a veces 15 horas diarias, por 300 o 400 euros al mes”, recordaba hace unos días Aïcha, maliense con dos años de residencia en Francia, desde la peluquería ocupada cuando aún no sabía que habían ganado la batalla.
En junio del año pasado, con ayuda de un sindicato, los empleados lograron obtener contratos de trabajo, lo que abría la vía a su regularización, pero la alegría les duró un mes. En julio, el dueño echó el cierre alegando la quiebra del negocio, y la liquidación judicial dejó en papel mojado los derechos ganados.
Los trámites que habían iniciado para regularizar su situación no valían de nada: la llamada 'circular Valls' (por el actual jefe de gobierno francés, Manuel Valls, que antes ocupaba el cargo de ministro del Interior), exige al menos ocho meses trabajados en dos años para conseguir el permiso de residencia en Francia, y ellos solo tenían una nómina. En agosto, denunciaron de nuevo a sus empleadores, esta vez por “trata de seres humanos, trabajo encubierto y quiebra fraudulenta”, se declararon en huelga y ocuparon el salón de belleza.
El viaje de Precious
“Tomaron la iniciativa quienes menos tiempo llevaban en Francia, los más vulnerables, arriesgándose a ser expulsados en cualquier momento”, recuerda con admiración Marilyne Poulain, la sindicalista que hizo suya desde el principio la lucha de “los 18” (como se les conoce en Francia). Precious Semota fue una de las valientes que dieron el primer paso al frente.
Esta nigeriana solo tiene 29 años, pero en sus ojos brillantes se adivinan varias vidas. Llegó a la Gare de Lyon de París hace dos años, sin dinero, con un niño en cada mano y un tercero en camino. Dejaba atrás dos años de pesadilla en Italia, donde la habían obligado a prostituirse para pagar los 65.000 euros del billete Nigeria-Palermo con escala en Níger, Libia y el CIE de Lampedusa.
También dejó atrás a su marido, al que había encontrado en el viaje hacia Europa. “Los hombres a veces tienen miedo, somos las mujeres quienes tenemos que dar el paso. Si nos quedábamos en Italia no íbamos a sobrevivir. Así que agarré a mis hijos y vine a París”, relataba. Los primeros meses los pasó mendigando y los servicios sociales acabaron quitándole a dos de los niños. En otoño de 2013, su marido llegó a la capital francesa y la pareja consiguió recuperarlos. A Precious le habían ofrecido trabajo como peluquera en el barrio de Chateau d’Eau y esta vez todo iba a ir mejor.
Sistema esclavista en pleno París
Chateau d’Eau es un micromundo dentro de París. Entre el cruce de la calle del mismo nombre y el Boulevard Strasbourg se esparcen un centenar de peluquerías y salones de belleza de colores chillones y nombres sugerentes, intercalados con tiendas en las que se arreglan/venden/piratean teléfonos móviles, boutiques de gusto kitsch y algunos puestos de comida rápida. ¿La particularidad? El público y los comercios son casi exclusivamente africanos. En la puerta de las tiendas, decenas de chicos fuman y charlan, a la espera de clientela potencial a la que interpelar: “¿Trenzas? ¿Extensiones? ¿Alisamiento? Ven y te enseño mis precios”.
El barrio, una especie de meca de la belleza afro, esconde bajo la superficie multicolor un oscuro sistema de economía paralela y explotación laboral. El sindicato CGT calcula que unas 1.500 personas trabajan sin contrato en estas peluquerías. Como a los clientes, los salones captan a sus trabajadores en la calle, ofreciendo un empleo a quienes no tienen papeles, y por tanto, no pueden protestar. Así lo hicieron con Precious.
“Nos separaban según nuestra lengua materna: los chinos en la planta de arriba, los africanos francófonos en la planta baja y los nigerianos en el sótano. No nos dejaban hablar entre nosotros para que no intercambiáramos información y trataban crear rivalidades para dividirnos”, explicaba la mujer hace unos días.
En el local, a medio desmantelar, un colchón para hacer la guardia de noche, artículos de prensa sobre su lucha cubriendo los espejos y las paredes rosa chicle, algún póster medio despegado con modelos de complejos peinados y un gran cartel presidiendo la sala: “Los 18 del 57 resisten”.
Allí quedan jornadas de sol a sol, en un ambiente insalubre, sin ventilación, con salarios de miseria y la amenaza permanente de una llamada a la policía ante la mínima protesta. “Un sistema mafioso y esclavista en pleno París”, resumía Precious.
“No volveremos por aquí”
Tras la denuncia por trata de seres humanos, hubo varios controles en el local. La inspección de trabajo llegó a enumerar más de una decena de infracciones por parte de los dueños (también en otras peluquerías) y les dio la razón en su denuncia: “Aprovechando su vulnerabilidad, los gerentes han hecho trabajar a estos empleados en condiciones incompatibles con la dignidad humana”, afirmaba la entidad en una carta el pasado octubre.
La sindicalista Marilyne Poulain sabe que el de los huelguistas no es un caso aislado. El barrio “lleva años funcionando así, pero parece que a nadie le importa”, lamenta, con la rabia añadida de sospechar una cierta connivencia policial. “Misteriosamente, cuando hay inspecciones laborales, en el salón de turno están las dos únicas personas que sí tienen contrato. Da la impresión de que las autoridades se desentienden porque, al fin y al cabo, son solo negros explotando a negros”.
Los trabajadores del 57 han recibido amenazas en estos meses pero, dicen, les ha dolido más el silencio de quienes se encuentran en su misma situación. El apoyo de un colectivo de cineastas, de varias organizaciones y el amplio eco mediático de su caso no han invitado a otros a levantar la voz y en Chateau d’Eau se han visto totalmente aislados. “Tienen miedo, es lógico. Cada uno tiene sus motivos”, aseguraba comprensiva otra de las peluqueras en huelga, Mariam, marfileña.
“El caso de estos emigrantes es una excepción”, confirma Poulain. “Se atrevieron a denunciar, se enfrentaron directamente a los patrones”. La sindicalista duda de que otros vayan a seguir sus pasos, pero admite que pese la omertà generalizada, algo ha cambiado en el barrio. Las inspecciones han aumentado desde que los empleados del 57 empezaron su huega. Y las peluquerías empiezan a pagar más regularmente para evitar rebeliones.
El sábado hubo celebración en el local ocupado, donde han seguido durmiendo hasta este lunes, por miedo a que alguien “de arriba” cambie de opinión. Pero en cuanto tengan sus papeles en la mano, “no volveremos por aquí”, aseguraba Precious, que ya sueña con su nueva vida.
Del escaparate del número 57 Boulevard de Strasbourg han desaparecido buena parte de las pegatinas y posters de la CGT que había pegados llamando a la resistencia. En su lugar, un gran cartel blanco con letras negras anuncia el cambio de ciclo con un simple “Se alquila”.