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La vida por una naranja: Aldrich Rivera, el temporero nicaragüense que murió electrocutado mientras trabajaba sin papeles en Huelva

Aldrich Rivera, nicaragüense de 29 años, fallecido en Huelva mientras trabajaba en la recogida de la naranja.

Gabriela Sánchez

11 de mayo de 2021 22:31 h

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El pasado 4 de mayo, el nicaragüense Aldrich Rivera debería haber descansado, pero no se lo podía permitir. El manijero que solía conseguirle empleo en la recolección de fruta no había encontrado nada para su cuadrilla de temporeros. “Fíjate que mañana no hay trabajo. Voy a buscar por otro lado, ¿te animas?”, le dijo a su compañero Danilo Carranza, ambos en situación irregular. “Sí, la quincena pasada solo trabajamos seis días. Y nos toca pagar la luz”, le respondió. 

Horas después, a través de otro intermediario, Rivera ya había encontrado una finca para obtener su jornal. A la mañana siguiente, se desplazaron a La Palma del Condado (Huelva) desde un barrio obrero de Sevilla, donde residen en un piso compartido. Las primeras reticencias empezaron entre algunos de sus compañeros que, a las puertas de la parcela, dudaban en trabajar allí o no, cuenta Carranza. Los árboles, se quejaban, eran demasiado altos y había pocas naranjas, por lo que temían obtener poco rendimiento económico en una jornada de gran esfuerzo físico. 

Pero Aldrich tampoco se podía permitir volver a casa: “¿Te vas a echar para atrás? Dale, que ya estamos aquí”. Después de varias horas de recolecta, se encontraron con una serie de cables en la corona de uno de los árboles. “Era peligroso y alguien de la finca, que no sabemos quién es, nos dijo que no tocásemos esa parte”, recuerda. Cuando se alejaban del cableado, donde dejaron a sus espaldas unas pocas naranjas debido al riesgo de descarga eléctrica, un tractorista empezó a exigirles que regresasen a por la fruta que faltaba: “'Está peligroso. Eso no lo vamos a coger', dijimos. Pero al tractorista se le agarró que se tenía que sacar y se tenía que sacar”. 

Ninguno de los jornaleros quería recoger esas pocas naranjas que dejaron atrás. Aldrich tampoco, pero, de nuevo, no se lo pudo permitir. Ante la insistencia del tractorista —del que desconocen si tenía un puesto de poder en la finca o no—, se acercó a aquel árbol con resignación: “Anda, voy yo”. 

“Aldrich cargó la escalera para arriba. Ni siquiera llegó a subirse, la parte superior de la escalera chocó con los cables y se escuchó una especie de trueno. Pegó un grito y cayó en el suelo”, continúa Carranza, compañero la cuadrilla, de piso y amigo desde la infancia.

Aldrich Rivera, de 29 años, murió esa misma mañana por electrocución, según la Delegación del Gobierno en Andalucía. La víctima fue evacuada por sus propios compañeros de trabajo hasta el centro de salud de la localidad, donde se registró su fallecimiento, explica Carranza y confirma el servicio de Emergencias 112 de Andalucía. Según la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, los accidentes laborales mortales en el campo se incrementaron un 33% en 2020, cuando 59 agricultores y ganaderos fallecieron mientras trabajaban.

Los servicios sanitarios de la Junta de Andalucía solicitaron al centro de coordinación “la activación del protocolo judicial tras la muerte de un obrero electrocutado por un cable de alta tensión”. Tras el accidente laboral, el equipo de Policía Judicial de la Guardia Civil procedió a la detención de dos personas por supuesto delito contra los derechos de los trabajadores “por utilizar a personas en situación de estancia irregular para realizar los trabajos de recolección de la fruta”, según la Delegación del Gobierno. 

Ni la Delegación del Gobierno ni los allegados del fallecido han dado a este medio el nombre de la empresa que estaba detrás de la explotación donde ocurrió el accidente. Los temporeros que acudieron a aquella finca con Rivera aseguran desconocer esta información: “Nosotros vamos a trabajar a donde nos llevan sin saber apenas nada”, dice Carranza.

El viaje desde Nicaragua

Aldrich Rivera vivía en España sin papeles. En octubre de 2019, el veinteañero abandonó Nicaragua, donde trabajaba como taxista, tras el inicio de la crisis política despertada en el país, que derivó en en el empeoramiento de las condiciones económicas de buena parte de su población. Era licenciado en Banca y Finanzas, aunque nunca pudo ejercer como tal.

Atrás dejó a dos hijos, su madre, sus hermanos. “Empezó a tener deudas y migró para poder pagarlas lo más pronto posible. Quería ayudar a su mamá y hacerle su casita a los dos niños”, cuenta su actual pareja, la nicaragüense Gleydis Tinoco, a quien conoció en España. Su plan era trabajar, regularizarse e intentar viajar a Estados Unidos. “Allí las condiciones son mejores. Así conseguiríamos el dinero que necesitábamos más rápido para construir la casa para sus hijos y para mi mamá, y poder volver a Nicaragua antes. Los dos queríamos volver”, cuenta por teléfono.

Llegó en avión y, una vez en Sevilla, donde se instaló con el objetivo de trabajar en el campo, se quedó en situación irregular transcurridos los 90 días permitidos para un viaje turístico.

Aunque desde su llegada había trabajado prácticamente todas las semanas en fincas de distintos puntos de Andalucía, no podía empezar los trámites de regularización por arraigo hasta haber pasado tres años sin papeles, como establece la Ley de Extranjería. 

“Somos emigrantes y nos tenemos que acoplar a las condiciones que se nos imponen”, dice Tinoco, quien vive desde hace siete años en España. “Cuando llegué sin papeles, trabajaba por 600 euros interna y solo salía una vez al mes. Sin horas libres, sin nada. Cuando una viene con la necesidad de trabajar, deja a sus hijos, deja deudas, se tiene que conformar con lo que le den”, explica para ejemplificar la situación que vivía su pareja. “Se aprovechan  de la condición en la que venimos. No les conviene pagar lo establecido por el convenio, a los que estamos irregulares nos pagan lo mínimo. Con papeles, ya es diferente. Y lo mismo pasa con los trabajadores del campo”. 

Cada mañana, se levantaba a las cinco o seis de la madrugada, en función del lugar al que debía desplazarse. “Daba un salto de la cama antes incluso de que sonaba la alarma. Se despertaba siempre el primero, a hablarle a los otros dos muchachos con los que vivíamos: '¡Venga que nos vamos, huevones!' Con esa energía podía aguantar esas duras condiciones”, cuenta Tinoco.

Uno de los amigos que escuchaba esos gritos desde primera hora era Danilo Carranza. Creció con Aldrich Rivera en el municipio nicargüense de Camoapa (departamento de Boaco). “Estudiamos juntos en secundaria. Yo migré a España dos meses después que él y me ayudó a salir adelante en Sevilla. Aquí trabajábamos siempre juntos”, cuenta, poco después de salir de trabajar. El temporero fallecido vivía con él y otros compañeros jornaleros en un piso compartido en el barrio de la Macarena (Sevilla). Su pareja también residía junto a ellos tres días de la semana, pues el resto trabaja como interna en una casa donde cuida de una persona mayor. 

“La naranja es más importante que nosotros”

Carranza describe las difíciles condiciones a las que se ha enfrentado junto a su amigo como jornaleros en situación irregular.La palabra difícil es poco. Recogiendo cebolla a 40 grados en pleno sol, donde te pagan por la cantidad recolectada. Te tenés que poner la pilas porque por un cajón te pagan 10 euros. Tenés que hacer cinco cajones para que te rente el día. Si pagan por jornal, siempre nos dan menos del sueldo establecido en el convenio (48 euros)”, describe el temporero, quien resalta que además muchas veces los empleados sin papeles son víctimas del “robo” del dinero por parte de los intermediarios, quienes en ocasiones no les pagan por el trabajo realizado. “Antes de venir, me comentaban que era duro, pero no pensé que fuera tanto. Aún así es más de lo que podíamos ganar en Nicaragua”.

Recuerda también los meses del confinamiento, en los que no pararon de trabajar, pero debían esconderse de los controles policiales cuando realizaban sus desplazamientos. “Como no teníamos contrato no lo podíamos justificar, así que salíamos a las tres de la mañana para evitar los controles y a veces dormíamos en finca”.

Un día y medio después de haber visto morir electrocutado a su mejor amigo, Danilo Carranza ya estaba en otra finca cortando naranjas, pero sin el compañero con el que siempre se repartía el trabajo: “Lo peor es que aquí uno no se puede poner triste. No me puedo dar ese lujo de no ir a trabajar”. En ese momento, Carranza recuerda algunos de los chistes habituales en su cuadrilla. “Cuando estás en una escalera y alguien se cae, decimos: '¿Está bien la naranja?'. Lo importante es la naranja. Más que nosotros. Si tú te golpeas, ya mañana viene otro. Cuando Aldrich murió, al día siguiente ya había otro. Así nos ven a nosotros. Pero, por una naranja, te pueden echar. Por eso se murió Aldrich, por recoger las tres o cuatro naranjas que había en ese maldito árbol. Porque para algunos es lo más importante”.

Su familia espera la repatriación del cuerpo

En su pequeña casa de Camoapa, su hermano y su madre esperan la repatriación del cuerpo sin vida del Aldrich. La empresa que está detrás de la finca se ha comprometido con la familia a financiar los gastos. “Es algo muy doloroso. De un día para otro se nos fue. Hay un gran vacío en la casa”, dice por teléfono Óscar, su hermano. Se escucha la voz de su madre de fondo, indicando al hijo las respuestas que debía decir a algunas de las preguntas de elDiario.es.

“Mi mamá hablaba todos los días con él. Ella lo pasaba muy mal, porque Aldrich a menudo nos contaba tristezas. Decía que la vida en otro lugar era súper dura: horas de trabajo bajo el sol, escapar de la policía… Mi mamá se ponía a llorar y le rogaba que se viniera, que si no se sentía bien, se volviera”.

Rivera dejó en su país dos hijos, de un año y medio, a los que no llegó a conocer: “Ellos lo conocían por videollamada. Cuando vayan creciendo, les vamos a ir contando la vida de su padre”. A pesar de las grandes dificultades que su hermano le relataba desde Sevilla, Óscar preparaba ya su viaje a España: “Allí es complicado los primeros años, pero luego hay más oportunidades que aquí: juntos sería más fácil, nos apoyaríamos”. Ya estaba ultimando los trámites, cuando una llamada de teléfono de su cuñada les anunció la muerte de Aldrich: “Ya no me voy. No merece la pena”. 

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