Hasta en diez ocasiones intentó Abderramah Addam entrar a Marruecos desde Argelia. En la frontera con el país vecino, cuenta el sudanés, sufrió los efectos de lo que describe como una “estrategia de fatiga” contra su intento de migrar hacia la Unión Europea. “No te dan de comer, te dan líquidos para que sigas vivo pero débil: un poco de pan, suero... Cuando estás muy débil, te llevan a Níger”, dice el joven a elDiario.es en Casablanca, donde ahora aguarda una nueva oportunidad para llegar a España a través de Ceuta o Melilla. El territorio argelino se ha convertido en un punto clave, nada fácil de atravesar, para quienes acaban intentando entrar en España.
Muchos de los migrantes que tratan de alcanzar las costas españolas o las mortíferas vallas de sus ciudades autónomas pasan por Argelia, el país más extenso de África, opaco en su política fronteriza y protagonista de redadas y violentas deportaciones que tratan de frenar y obstaculizar el avance hacia el norte de migrantes y potenciales refugiados.
Argelia y, en menor medida, la vecina Libia, devuelven forzosamente cada mes a Níger a más de dos mil migrantes procedentes de todas partes de la geografía africana. Médicos Sin Fronteras (MSF) denuncia que el 70% de las personas atendidas por sus equipos en Assamaka, la primera ciudad nigerina, han sufrido violencia y todo tipo de actos denigrantes por parte de las fuerzas de seguridad de cada país.
Devoluciones
A Abderramah Addam lo devolvieron a Níger muy debilitado, según su relato. “Yo caminé por el desierto y logre volver a Tamanrasset (Argelia). Estuve a punto de morir, era verano, me moría de sed, caminé mucho, nadie me ayudaba. Llegué a un pueblo y me ofrecí a ayudar a una familia a cambio de agua. Estaba a 400 kilómetros para intentar ir a la frontera con Marruecos. Caminé 90 kilómetros y me encontré con un grupo de sudaneses. Paramos un coche que nos llevó a 50 kilómetros de la frontera y de ahí, fuimos en autobús”, recuerda el hombre, uno de los sudaneses que intentaron saltar la valla de Melilla el pasado 24 de junio, cuando al menos 40 personas fallecieron, según las ONG locales.
“La aventura de emigrar no es fácil. Te tratan como si fueras un animal”, relata a MSF una mujer retornada a Níger junto a su pareja, ambos de Camerún. Huyeron de su país en febrero de 2020, tras perderlo todo en un atentado. De Nigeria cruzaron a Níger y atravesaron Argelia, a donde fueron devueltos tras lograr cruzar la frontera con Marruecos.
Fueron detenidos por la gendarmería argelina en el sur del país, en Tamanrasset, la ciudad con mayor población de migrantes subsaharianos por ser el primer punto de encuentro de los migrantes que llegan desde Mali y Níger. “Las violaciones empezaron allí [en Tamanrasset], cuando nos soltaron para volver a Assamaka”, narra con un hilo de voz el camerunés.
Sin agua, apenas comida y en condiciones de hacinamiento, algunas personas pueden pasar varios días, e incluso semanas, en este trayecto que comienza con redadas en calles, viviendas y asentamientos, cuenta con paradas en centros de detención informales repartidos a lo largo del país —hay al menos seis, según Global Detention Project— y avanza hacia el corazón del desierto, donde se produce la expatriación.
Cada pocas semanas, en camiones y autobuses, la gendarmería argelina traslada a los migrantes en grupos que pueden superar el millar de personas. La expulsión se produce a 15 kilómetros de la frontera de arena con Níger, el conocido como ‘punto cero’, desde donde son forzados a terminar el camino de su deportación a pie.
Las duras condiciones climáticas y la larga mochila de guerras, miseria y trabajo esclavo que arrastran la mayoría de los migrantes, hacen que muchos lleguen en “muy malas condiciones físicas y de salud mental, o incluso que se extravíen en esta parte del camino”, explica Daniel Remartínez, coordinador del proyecto de MSF en Níger. En diciembre del año pasado, un hombre sudanés falleció tras ser abandonado en el ‘punto cero’.
Los datos de MSF muestran que en 2021 se ejecutaron 27.208 deportaciones desde Argelia y Libia, un incremento del 17,40% con respecto a 2020 cuando, pese a que las fronteras debían estar cerradas por la pandemia, se devolvió a 23.175 personas. Entre enero y marzo de este año 2022, ya se han superado las 14.000 expulsiones a Níger: 6.749 personas eran extranjeras, 139 eran mujeres y 30 eran niños.
Las nacionalidades de estos migrantes son muy diversas, aunque la mayoría procede de la zona occidental de África, donde existe un acuerdo que permite la libre circulación. Según los informes de la red de activistas de Alarm Phone Sahara, el grueso de los extranjeros deportados el último año son originarios de Mali y Guinea Conakri. En tercer lugar, estaría Sudán.
Tasajir es sudanés y pasó por Libia, donde fue secuestrado, torturado y tratado como esclavo, según su testimonio. En junio de 2021, salió del país norteafricano con el objetivo de intentar atravesar la ruta con destino a Ceuta y Melilla. El hombre relata las dificultades encontradas en su camino por Argelia. “He sufrido muchísimo en menos de un año. Crucé la frontera con Argelia con algo de dinero. Los argelinos nos cogieron y nos devolvieron atrás, nos dijeron que la siguiente vez, nos llevarían a Níger. Nos pegaron, lo pase muy mal”, dice. En un segundo intento, Tasajir caminó tres días hasta llegar a la frontera con Marruecos, pero lo cogieron de nuevo.
“La amenaza se cumplió, nos montaron en un autobús. Había hasta 20 autobuses con gente de Guinea Conacky, Guinea Bissau, Camerún, Congo, Senegal... Nos llevaron a Tamanrasset (Argelia). En la frontera con Níger, nos entregaron a las autoridades y tuvimos que caminar 22 kilómetros. Era verano, hacía muchísimo calor. Nos llevaron al centro de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en Agadez. Lo único bueno era que comíamos dos veces al día. Pero psicológicamente estaba muy mal, después de todo lo que he vivido solo me ofrecían la posibilidad de volver a Sudán. Si nosotros volvemos estamos amenazados de muerte”, relata.
El papel de Argelia
Aunque sobre el papel no existe un acuerdo oficial que permita que Argelia efectúe este tipo de devoluciones a Níger, en 2014 ambos estados firmaron una declaración de intenciones que facilitaba la repatriación de una inmigración creciente de nigerinos en el país vecino.
Níger es uno de los países más pobres del mundo, ocupa el último puesto en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, así que una parte creciente de su mano de obra emigra a Argelia como trabajadores estacionales en sectores como la minería o la construcción. Sin embargo, una vez expiran estos permisos laborales, los nigerinos permanecen en el país indocumentados y en situación de calle y mendicidad.
Bajo este acuerdo informal, que entró en vigor en 2015 coincidiendo con la crisis humanitaria en Europa, aumentaron drásticamente todo tipo de deportaciones: tanto de nigerinos, lo que las organizaciones de Derechos Humanos en el terreno conocen como “caravanas oficiales”, como de extranjeros “no oficiales”.
Desde verano de 2017 y durante 2018, las autoridades argelinas expulsaron a más de 34.500 personas, entre las que había extranjeros documentados, solicitantes de asilo y refugiados, según un informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Este organismo, junto a organizaciones internacionales como Human Rights Watch o Amnistía Internacional, denuncian devoluciones forzosas ilegales de personas que cuentan con la protección internacional o son potenciales solicitantes en Argelia.
Argelia: cruce de caminos y llave de la migración
La vasta extensión de Argelia y la debilidad de las fronteras de los países que la rodean la han convertido en un país fundamental en las rutas migratorias. “Argelia cumple una triple función de ser país de emisión, destino y tránsito de migrantes”, resume Cristina Fuentes, doctora en Políticas Migratorias y coordinadora de investigación en PorCausa.
De emisión, porque Argelia es la salida de los llamados harraga o emigrantes irregulares, un fenómeno que comenzó como una fuga de cerebros hacia Europa a mediados de los dos mil, ahora alentado por la inestabilidad política y la recesión que generó la pandemia.
Y es también un país de destino de los suwadin —migrantes subsaharianos—, así como de tránsito de rutas migratorias hacia Libia, Marruecos o Europa. Este papel se agudizó en 2016 resultado de la desestabilización de países vecinos y el consecuente recrudecimiento de los caminos que los atravesaban: la frágil situación de Túnez tras las primaveras Árabes, el conflicto en el norte de Mali o la descomposición de Libia tras la caída de Gadafi en 2011.
A pesar de este significativo papel en el mapa del control migratorio (y, por supuesto, energético), su opacidad, falta de transparencia y un bajo perfil diplomático han impedido que Argelia desarrolle fuertes alianzas con la Unión Europea (UE), algo que sí han podido hacer Marruecos, socio aventajado de España y Bruselas, e incluso Níger, según escribe Kheira Arrouche, investigadora por la universidad de Leeds.
Sin embargo, pese a no existir esta colaboración explícita, las prácticas cada vez más frecuentes de retornos forzados verticales hacia el sur corresponden a la política de externalización de fronteras de la UE, que consiste en desplazar la frontera europea hacia el sur, cediendo soberanía y otorgando recursos a otros países para que ejerzan de tapón y gendarmes migratorios, señala por teléfono Xavier Aragall, responsable del programa de Migraciones del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed).
Está por ver cómo el nuevo mapa energético y el refuerzo fronterizo marroquí tras el cambio de posición del Gobierno español con respecto a la soberanía del Sáhara afecta a las rutas migratorias este verano, coinciden los expertos. La ruta argelina, que sale de las costas de este país hasta diferentes puntos de España (Murcia, Almería y las Baleares) e incluso Italia, lleva años creciendo y aumentando poco a poco el número de nacionalidades que la utilizan.
Lo que sí está claro, insiste la doctora Fuentes, es que Argelia tiene y tendrá un papel importante en la política migratoria: “Argelia controla cuándo abrir la facilidad de cruzar a Marruecos y la salida de pateras desde sus costas. Es el país más grande de África y tiene la llave de las rutas Atlántica y Mediterránea”.