Voces en Madrid contra la violencia en las fronteras para no olvidar la tragedia de Ceuta

“Ibrahim ha caído”. “Nos han disparado pelotas de goma”. “Han sido los españoles”. La voz de la activista Helena Maleno se rompe al recordar las primeras palabras que escuchó al otro lado del teléfono aquella mañana del 6 de febrero. Vuelve a ese fatídico día frente a las cerca de 300 personas que homenajearon este viernes en Madrid a supervivientes y víctimas de la tragedia del Tarajal, un año después de la muerte de 15 personas en un intento de entrada repelido por la Guardia Civil con pelotas de goma y botes de humo.

Ella fue la voz de las voces que hicieron estallar los titulares hace un año: “La Guardia Civil disparó pelotas de goma y botes de humo en la tragedia de Ceuta”. El Ministerio del Interior, tras la presión mediática, comenzó a reconocer por fascículos la verdad negada horas antes, días antes. Lo admitió: el Instituto Armado empleó material antidisturbios hacia el agua mientras más de cien personas intentaban llegar a España. Los supervivientes, pese al riesgo que conlleva, se unieron para denunciarlo. Exigían justicia. Hablaron con periodistas, compartieron vídeos hechos por ellos mismos de los momentos posteriores a la tragedia, mostraron sus heridas a los activistas de la ONG Caminando Fronteras, se dejaron fotografiar sus ojos hinchados, sus heridas, sus pies inflamados.

Muy cerca estaba Helena Maleno. Este viernes lo recordó en Madrid, orgullosa de ellos y avergonzada del Gobierno español, en un acto organizado por la ONG Coordinadora de Barrios. “Saben que sus vidas están en Marruecos y a sabiendas del riesgo y los problemas que podía acarrearles hablar, no les importó. Se creó un ejercicio de ciudadanía increíble para denunciar la actuación de la Guardia Civil e identificar a los responsables de la muerte de sus compañeros”, afirma la investigadora de Caminando Fronteras. Maleno fue su altavoz.

“Un año después, algunos de ellos han logrado cruzar a Europa. Otros siguen en Marruecos, o llegaron a España y fueron expulsados de forma ilegal. Algunos se han quedado con secuelas físicas y psíquicas de por vida”, cuenta la activista.

Para Ibrahim, Armand, Larios, Dauda, Oumar, Ousman, Youssuf, Samba, Nana, Josephp, Larios, Yeannot, Yves todo acabó aquel día. Igual que para las personas fallecidas de las que aún hoy se desconoce su nombre. Como se finalizó también una parte dentro padre de Armand. Ese hueco le impulsó a emprender un viaje, como años antes había iniciado su hijo. “Se plantó en Marruecos con lo puesto”, describe la investigadora. De allí no se iba sin el cuerpo de su pequeño. Sin el chico de 16 años que, como recordaba Iker hace poco menos de un año, “era un estupendo bailarín”. Lo logró. Sus restos yacen en su país, Camerún.

No todos conocen qué ocurrió con sus familiares desaparecidos. “Muchas familias no saben cómo han muerto sus hijos. El Estado Español no se ha preocupado y tienen ese derecho”. El padre de Larios Fotio, describe Maleno, no da crédito tras observar una fotografía del espigón del Tarajal. “¿Ahí? No es posible. ¿Cómo ha podido morir ahí? Ahí es muy complicado matarse... ”, espetó el hombre con la imagen en sus manos, según traslada la activista.

El saliente rocoso con el que finaliza la frontera hispano-ceutí se introduce en el agua escasos metros. Con marea baja es posible rodearlo a pie. “¿Por qué murieron 15 personas en un lugar donde físicamente es muy difícil ahogarse?”, se pregunta, Javier Baeza, el sacerdote de la parroquia San Carlos Borromeo.

“Nos expulsaron como si fuéramos basura”

Maiga salió de Mali, su país, para alcanzar Europa. No se podía imaginar el esfuerzo y la imaginación que le costaría lograrlo. Lo primero que aprendió es que llegar no era sinónimo de victoria. Maiga alcanzó tres veces suelo español (dos a través de la valla de Melilla y una por Chafarinas) y acabó expulsado casi de inmediato a Marruecos. Una devolución ilegal, sin una identificación, sin acceso a un abogado y sin derecho a pedir asilo, como establecen las leyes nacionales e internacionales. La Guardia Civil, cuenta, “me pegó y me devolvió como a basura”. Aunque Maiga recuerda que este proceder no es una devolución: “Eso sería si me enviaran a mi país, pero me dejaron en Marruecos”.

Después de tres ocasiones más en las que arriesgó su vida, consiguió entrar en España por Granada. Y lo más difícil, quedarse. “Tuve suerte”, llega a decir y recuerda a sus amigos que, tras esas devoluciones, “han perdido un ojo, una oreja, un brazo”. Otros han muerto, como las 15 personas del Tarajal. Para los que Maiga pide justicia: “Es muy cruel que siga la misma lucha aquí en el lado español que en el lado marroquí”.

El 6 de febrero arrojó un poco más de luz sobre las devoluciones sumarias e ilegales (conocidas como 'devoluciones en caliente'), ya que quedaban retratadas en las imágenes oficiales que publicó el Ministerio del Interior dos semanas después de los hechos. Pero, la exposición pública de una práctica ilegal no se saldó con dimisiones ni castigos, sino con excusas y justificaciones. El Gobierno defendió que las expulsiones cumplían la ley porque los inmigrantes no habían alcanzado suelo español según un concepto “operativo” de frontera: España no se alcanza hasta superar a los agentes de la Guardia Civil.

Aunque el Ejecutivo defiende que la práctica es legal, ahora pretende regularizarla mediante una enmienda a la Ley de Seguridad Ciudadana, que requiere aún la aprobación del Senado. Una luz verde al camino de Maiga y al de tantas otras personas, al ir y venir entre la vida y la muerte para entrar a España. Porque ellas, las personas que necesitan acceder a una vida mejor o más segura, seguirán intentando llegar.

El homenaje se cerró en silencio con una vela por cada nombre, con una vela por cada persona sin identificar, con una vela por cada una de las 15 personas que murieron al lado del montón de piedras que separa Marruecos de Ceuta. La emoción contenida de unos y el llanto inevitable de otros reflejaron la fuerza de los testimonios, el dolor transmitido en las palabras formuladas, en los recuerdos compartidos, en las poesías recitadas o en las canciones entonadas en un acto que clamó justicia por las víctimas de las fronteras.