'Volunturismo': ir de voluntaria a África y descubrir que perjudicas más que ayudas
Siete años atrás, Pippa Biddle escribió en su blog un post sobre su experiencia como voluntaria en el extranjero. En él contaba sus dificultades para hablar en español a niños con VIH en República Dominicana y cómo los lugareños en Tanzania pasaban toda la noche rehaciendo las construcciones defectuosas que ella y sus compañeros de clase habían hecho.
“Participar en proyectos de ayuda humanitaria donde no eres particularmente útil no es beneficioso”, escribió. “Es perjudicial”.
El post, que alcanzó más de dos millones de visitas, impactó entre un movimiento de personas que se sentían igualmente intranquilas respecto al número creciente de voluntarios no cualificados en orfanatos, escuelas y hospitales alrededor del mundo.
En aquel entonces, Biddle tenía 21 años y sabía poco sobre el tema más allá de sus propias experiencias. “Creí que había inventado el término 'volunturismo'. No sabía que era una palabra que la gente usaba”. La respuesta alentó a Biddle a investigar sobre el turismo de voluntariado y las maneras en las que ha dañado y continúa dañando a las personas que pretende ayudar, lo que le llevó a escribir su libro 'Ours to Explore: Privilege, Power, and the Paradox of Voluntourism' ('Lo nuestro por explorar: Privilegio, poder y la paradoja del volunturismo').
La pobreza como atracción turística
Antes de la pandemia, el turismo de voluntariado era una industria en crecimiento. La cifra anual de participantes de voluntariados en el extranjero rondaba los 10 millones. Los 'volunturistas' se gastaron 1.450 millones de euros en sus viajes durante 2019. Si bien los perfiles y las actividades varían, el turismo de voluntariado está compuesto en gran parte por voluntarios jóvenes, no cualificados y, por lo general, blancos, que pasan estadías breves en comunidades vulnerables.
Los críticos dicen que el turismo de voluntariado transforma la pobreza en una atracción turística, en la que los visitantes desean ver sin involucrarse de manera significativa en ella. Los turistas-voluntarios pueden, sin darse cuenta, exacerbar los problemas que buscan combatir, quitando puestos de trabajo a residentes locales, afectando el desarrollo psicológico de niños y reforzando los estereotipos denigrantes sobre las comunidades pobres en los países en vías de desarrollo.
Biddle dedica varios capítulos a estudiar cómo el trabajo voluntario con niños (una de las actividades más populares en este tipo de viajes) puede ser dañino para su bienestar y desarrollo. Por ejemplo, el turismo asociado a actividades humanitarias ha aumentado la demanda de niños en orfanatos. Algunos centros de atención de menores ofrecen dinero a sus padres para reclutarlos, lo que ha provocado la separación de familias.
Muchas organizaciones no evalúan a los voluntarios, por lo que los niños resultan expuestos a situaciones de peligro en lugares con inadecuados procedimientos de protección. La rotación constante de voluntarios puede causarles trastornos de apego y afectar a su desarrollo psicológico.
El libro expone lo que sucede cuando voluntarios no cualificados tienen que enfrentarse a situaciones para las que no están formados, como el caso de un joven voluntario médico que se desmayó durante una cirugía.
Satisfacer las necesidades de los voluntarios, no de las comunidades
Las historias de Biddle sugieren que la industria está construida con el objetivo de satisfacer las necesidades de los voluntarios, pero no las de las comunidades. El problema no es simplemente que los voluntarios no estén formados para estas actividades, sino que el negocio en su totalidad parece ser una extensión de la mentalidad colonial y de las estructuras coloniales de poder económico y político.
Biddle dice que no quiere demonizar a los voluntarios, pero espera poner luz sobre estos problemas. Según explica, la historia del turismo de voluntariado cuenta con “demasiados casos” en los que los occidentales deciden en qué consiste la ayuda, mientras demasiadas comunidades luchan por que sus voces sean escuchadas.
Para aquellos familiarizados con el turismo voluntario o la ayuda humanitaria, estos argumentos no son nuevos, pero Biddle busca generar un debate más accesible para principiantes.
Las experiencias interculturales pueden ser más útiles para voluntarios y comunidades si estas incluyen formación sobre colonialismo, ayuda humanitaria y privilegio, indica el libro. Con esa finalidad, Biddle propone posibles soluciones, como sistemas de certificación para las organizaciones de voluntariado y mejoras en las leyes de protección del menor.
La autora defiende que, como mujer blanca que ha cometido sus propios errores, no depende de ella decidir cómo se deben crear proyectos de voluntariado más responsables: “La conversación debería ser dirigida por las comunidades afectadas por esta cuestión”.
Desde el post de Biddle en 2014, han surgido campañas como Barbie Savior y No White Saviors, que piden nuevos enfoques en los proyectos y campañas de organizaciones de ayuda humanitaria y voluntarios.
Sin embargo, según Biddle, el sector del turismo de voluntariado sigue funcionando sin que se produzca un cambio sistémico. “Cada año hay millones de personas que piensan que es correcto pagar por estar con niños vulnerables, y después difundir imágenes de ellos en internet. Esto no solo se considera aceptable, sino valiente”.
Biddle espera que sus experiencias prevengan que la gente cometa los mismos errores. “No hagáis como nosotros pero, por favor, aprended de ello”.
Traducción de Julián Cnochaert
15