A última hora del domingo, se escucharon suspiros de alivio y aplausos en la alcaldía de Jambaló, un pequeño pueblo del Cauca colombiano. El presidente Juan Manuel Santos acababa de anunciar por televisión que el cese al fuego con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) continuaba vigente a pesar del inesperado rechazo a los acuerdos de paz en el plebiscito. En Jambaló, donde un equipo de funcionarios realizaba el último recuento, el 86% de la población votó sí a los acuerdos.
El resultado del referéndum cayó allí como una losa. Tan inesperado como en el resto del país, pero reavivando miedos y recuerdos de una guerra que en pocos lugares golpeó tan duro como en sus calles. Desde los inicios del conflicto, más de 261.000 personas han muerto en la región de Cauca, según cifras oficiales de la Unidad de Víctimas.
“Menos mal que me jubilo en un mes”, bromea tétricamente el inspector local de Policía de Jambaló. Lleva años trabajando en un contexto de hostigamientos guerrilleros desde los montes circundantes que se convirtieron durante décadas en rutina diaria para la población y las fuerzas estatales. “Va a tocar volver a esconderse debajo de la cama”, comenta otro joven, también en un tono sarcástico, mientras consulta los resultados en su móvil.
Nada más conocerlos, sin embargo, la alcaldesa del pueblo se quedó muda. “Pero ahora hay que seguir luchando, no hay que dejar que la tristeza se imponga”, dijo Flor Ilva Tróchez, cuando por fin consiguió articular palabra. La líder indígena estuvo años amenazada por la guerrilla. “Tenemos que seguir trabajando con mayor fuerza por los jóvenes. Los adultos ya vivimos 20, 30, 40 años esta guerra, dejemos vivir a nuestros jóvenes en una vida distinta, más humana”, añade la alcaldesa.
Territorio vedado
El panorama de Jambaló también se vive en Toribío, en Corinto, y en otros tantos pueblos indígenas del norte del Cauca que han sido durante décadas territorio vedado para forasteros, autoridades y periodistas, y que ahora empezaban a ver la luz tras el cese al fuego entre la guerrilla y la fuerza pública. Las FARC ocuparon el vacío que dejó el M-19 –otra guerrilla desmovilizada a principios de los 90– y la zona se convirtió entonces en uno de los escenarios más duros del conflicto desde el inicio del siglo XXI.
En 2002, cuando en Jambaló no había ningún tipo de presencia policial, la población, cansada de la arbitrariedad de la guerrilla, inició un motín con “palos y piedras”, según relata el personero local, Héctor Idrobo. El regreso de las fuerzas estatales por orden del presidente Álvaro Uribe no hizo sino recrudecer un conflicto en el que la población civil se vio atrapada.
Siete años más tarde, en la vecina vereda de Paletón, la guerrilla afirmó haber derribado un caza del Ejército durante un combate, aunque el Gobierno defendió que se había tratado de un accidente. En el mismo escenario, las FARC volaron en 2011 la torre de comunicaciones, dejando al pueblo cuatro años sin señal telefónica. La empresa se negaba a regresar para repararla.
“El resultado del plebiscito duele porque la gente que no ha sufrido la guerra es la que ha votado 'no”, declara Arcadio Urcué, presidente de la Junta de Acción Comunal de Paletón. “Los hijos de la gente con plata (dinero) de las ciudades no vienen a luchar y sufrir la guerra como nosotros”, añade.
Gran movilización por la paz
La situación actual en el norte Cauca, donde el 'sí' se impuso en todos los municipios, es tan incierta como en el resto del país. Aunque la esperanza de las organizaciones civiles que apostaron fuertemente por hacer campaña por el apoyo a los acuerdos, no cesa.
Dispuestas a presionar para que el proceso de paz no se venga abajo, su gran baza es ahora el artículo constitucional que reconoce la paz como un derecho para todos los colombianos. En un comunicado publicado el lunes, la Organización Nacional de Indígenas de Colombia (ONIC) llamó a su “base social y política, a los sectores sociales y populares y al país en general, a movilizarnos masiva y contundentemente en defensa del acuerdo de La Habana”.
Entre tanto, representantes de los “cabildos abiertos” –consejos municipales en los que los habitantes pueden participar directamente para dicutir puntos de interés para la comunidad– del norte del Cauca acudieron a Bogotá este viernes para participar en un congreso nacional indígena en la capital colombiana desde el sábado.
Días antes, las autoridades y comuneros de la zona ya empezaron a establecer las bases de su nueva estrategia y su incorporación a las multitudinarias movilizaciones por la paz que comenzaron el miércoles. Mientras, en su territorio, los acuerdos de paz podrían ser refrendados en un acto simbólico a través de este cabildos abiertos para iniciar su implementación a nivel local.
En Jambaló, la personificación de esta resistencia a dejar que el proceso de paz naufrague es su alcaldesa. “La tristeza de anoche se ha convertido hoy en energía y esperanza”, asegura Flor Ilva Tróchez, que el mismo lunes comenzó a llamar a sus conciudadanos a la movilización. Micrófono en mano, ante la asamblea local de Paletón, Tróchez anuncia: “No me cansaré de trabajar con los jóvenes hasta que tengamos vida en este territorio”.