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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Debajo de la playa (y de Norman Foster) está la ciudad

¿Cuántos Fosters hacen falta para que una ciudad brille?

Pedro Bravo

“Mi impresión es que la ciudad de Madrid es una de las ciudades más visibles del mundo por su inversión, por la cantidad de proyectos que piensan de verdad cómo devolver una ciudad a los madrileños”. Estas palabras salieron de la boca de Luis Cueto, Coordinador General del Ayuntamiento de Madrid, el pasado miércoles durante la presentación de la remodelación del antiguo edificio Barclays de la plaza de Colón diseñada por Norman Foster. No estuve en el sarao así que no sé si Cueto estaba riéndose por lo bajini mientras hablaba o lo decía convencido. Tampoco sé muy bien por qué un miembro del consistorio, y además uno tan relevante, actuaba de padrino en la promoción de un proyecto arquitectónico privado impulsado por la propietaria del inmueble, CBRE Global Investors —por cierto, uno de los diez principales fondos inmobiliarios del mundo—. Lo que sí sé es que el llamado edificio Axis no devuelve nada de la ciudad a los madrileños. Y lo que no entiendo es por qué desde mi ayuntamiento se me intenta vender semejante burra. Por eso, para intentar descifrarlo, estoy escribiendo esto.

“Los iconos crean valor y Madrid va a valer más cuando Norman Foster lo concluya”. Según recogen las crónicas, esto dijo también Cueto en su discurso. Y aquí ya asoman razones. No se si él o alguien al mando aquí ha leído La arquitectura del poder, de Deyan Sudjic; si lo ha hecho, lo ha entendido al revés. Uno diría que a veces Madrid, quienes la gobiernan ahora como quienes la gobernaban antes, anhela ser una de esas ciudades que detalla Sudjic en las que la arquitectura es una herramienta que usa el poder, político y/o económico, para epatar. Uno diría, aunque nunca lo hubiera dicho hace tres años, que a veces Manuela Carmena y los suyos se imaginan Madrid como Dubái, esa ciudad que presume de diseños de postín, de atraer inversores, de reclamar turistas de compra compulsiva. ¿Exagero? No tanto: en estos mismos días también se está comentando la posibilidad de que el Ayuntamiento permita una playa privada en la misma plaza de Colón; ¿hay algo más dubaití que un parque acuático frente a un edificio de un arquitecto estrella?

Lo que se intuye tras ver noticias como ésta y muchas otras es que los que mandan, como los que mandaban, andan detrás del santo grial de la marca ciudad. Madrid, sus administradores, ha tenido siempre complejo de no poseer una identidad, de no tener un brillo que deslumbre al mundo entero y lo atraiga como sí tiene, por ejemplo, Barcelona, que es con quien se ha hecho siempre la comparación en este asunto. Esto, claro, no le ocurre sólo a quienes gobiernan mi ciudad, sino que es común en muchos otros sitios: se puja por edificios espectáculo y eventos espectaculares, se fomentan las grandes inversiones que se celebran junto a quienes se llevan la rentabilidad, se busca crear eso de la marca de una forma artificial que no suele funcionar siquiera en el ámbito del consumo pero que en ningún caso tiene éxito en la cosa urbana.

Dejar que las cosas sean lo que son

El otro día, en un encuentro con Lavapiés ¿dónde vas?, Luis Alonso hizo una buenísima reflexión que viene muy al caso. Decía Luis que “la renaturalización del Manzanares en su tramo urbano ha hecho mucho más que atraer nueva vida a su cauce; un gesto tan simple como abrir las compuertas ha reconciliado a la ciudad con su río”. Éste es el quid de la cuestión. El Manzanares, lleno de la flora y la fauna que le pertenece de forma natural, es ahora motivo de orgullo para los madrileños. Como lo son también la fiestas (las de los barrios, San Isidro, Veranos de la Villa…), recuperadas no sólo por su programación cercana, sino por la forma de presentarlas. Como dice Luis, se hace bien una ciudad “recuperando la función de las cosas: un río es un río, una vivienda una vivienda o un mercado un mercado” no inventándose relatos que no corresponden a nada existente, ni construyendo castillos en el aire, ni olvidándose de que, finalmente, se gobierna para los habitantes y no para los visitantes. Así, también, se hacen las buenas marcas, apoyándose y apoyando los atributos y valores reales de aquello que se quiere contar.

Curiosamente, todo esto lo explica y lo practica la iconografía que ha presentado esta misma semana Madrid Destino (o sea, este Ayuntamiento bipolar), esa identidad de los brazos que abrazan el nombre de la ciudad y sus cosas culturales y sociales, las que hacen a Madrid ser Madrid. Un recurso de diseño que quiere señalar lo simbólico de este lugar duro y seco pero finalmente acogedor. Como enuncia muy bien el texto que ha colgado el departamento de comunicación del consistorio, “a la hora de recordarla, Madrid hace suya la máxima de Maya Angelou: ‘La gente no recuerda lo que les dijiste, recuerda cómo les hiciste sentir”.

Ahí está: los ciudadanos queremos sentir la ciudad, queremos sentirnos orgullosos de ella por lo que es y por lo que hace, no por el brillo que alguien se invente para ella. En Barcelona, supongo que la gente se sentirá orgullosa de una ciudad que ha aprobado la moción presentada por los movimientos por el derecho a la vivienda, el primer gran paso de cualquier administración española para poner freno a la crisis de alojamiento. En València, supongo que la gente se sentirá orgullosa de una ciudad que propuso al gobierno central recibir al Aquarius y a las personas que venían en él. A Madrid no creo que le digan nada los edificios de Foster ni las playas de pago (y de palo). Los madrileños queremos vivir mejor en la ciudad que tenemos no tener que irnos de una concebida por y para los inversores. ¿Quiere este ayuntamiento tener una marca para Madrid? Fácil: que fomente una ciudad para los ciudadanos, que haga lo que es natural.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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