Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Madrid Central y el conflicto como forma de gobierno
Pues ya está. El nuevo gobierno de la ciudad ha aprobado la moratoria de las multas en Madrid Central hasta el 30 de septiembre. El ruido está hecho. Por lo que cuentan quienes han hablado de cerca con el alcalde, no parece que esté en sus planes eliminar la restricción de tráfico; básicamente, porque “no pueden”. Pero cualquiera sabe. También pensábamos que Trump no iba a ser tan bruto como para cumplir todo lo prometido y en un mes ya había hecho reales buena parte de los delirios que habían salido de su cuenta de Twitter. La comparación no es casual.
Convertir asuntos como la salud, la contaminación y el cambio climático en muros para la división ideológica es una irresponsabilidad gravísima y, al mismo tiempo, una tendencia mundial. No, Madrid Central no consiste en proteger un distrito para hacerlo mejor que otros. Es una medida que quiere evitar el tráfico de paso (el que usa las calles como carreteras) y, por tanto, reducir el uso del vehículo privado, mejorar la calidad del aire y la vida en general. En toda la ciudad.
Mientras hemos estado hablando de si se acababa o no Madrid Central, esta alcaldía a tres ha quitado los semáforos y el carril bus de la A5 y ha tenido el cinismo de contárnoslo como una mejora de la movilidad. Es decir, ha devuelto la condición de autopista urbana a esa vía y, así, la división a un barrio roto. Puede que los semáforos no fueran la mejor ni, desde luego, la definitiva solución para la zona. Pero mientras llega el prometido soterramiento, si llega, la vida de sus habitantes vuelve a ser peor. Y se vuelve al facilitar otra vez el tráfico de paso que llena de coches, ruido, malos humos e inseguridad vial la ciudad.
Racismo institucional
Mientras hemos estado hablando de Madrid Central, han pasado otras cosas que no tienen que ver con la movilidad pero sí con la convivencia. Este ayuntamiento reaccionario ha dicho que suprime el plan PIPE, un programa que buscaba rebajar el racismo en las identificaciones de la policía municipal (que ha explicado muy bien en este artículo Fernando Peinado). Mientras hemos estado hablando de Madrid Central, esta coalición de política iracunda ha censurado mensajes relativos a algo tan enraizado en Madrid como el Orgullo, ha impedido la utilización del espacio público (el de todos) para echar unos bailes, ha parado programaciones culturales y, en general, ha mostrado que su línea de gobierno va a estar sostenida en el conflicto.
El conflicto forma parte de la esencia de la ciudad, de cualquier ciudad. Las urbes son espacios de relación permanente y, por eso, de ocasionales enfrentamientos. La manera de gestionar esto es el diálogo, el encuentro, la conversación, la búsqueda constante de puntos en común. Juntar en vez de separar. Ya tenemos claro que quien manda no quiere que nuestra vida los próximos cuatro años vaya por ahí.
El nuevo gobierno ha decidido romper la ciudad en dos. Ha decidido que va a ir en contra de los que no tienen una casa para habitar, de quienes vienen a ganarse la vida como pueden y como les dejamos, de quienes son distintos, de quienes crean su propia cultura, incluso de quienes sólo pretender respirar y moverse mejor. Para hacer un muro no hace falta hormigón, basta con imponer políticas de división y enfrentamiento. En Madrid ya tenemos nuestro muro. Nos toca trabajar para desmontarlo.
Pues ya está. El nuevo gobierno de la ciudad ha aprobado la moratoria de las multas en Madrid Central hasta el 30 de septiembre. El ruido está hecho. Por lo que cuentan quienes han hablado de cerca con el alcalde, no parece que esté en sus planes eliminar la restricción de tráfico; básicamente, porque “no pueden”. Pero cualquiera sabe. También pensábamos que Trump no iba a ser tan bruto como para cumplir todo lo prometido y en un mes ya había hecho reales buena parte de los delirios que habían salido de su cuenta de Twitter. La comparación no es casual.