Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Este Madrid
El aire de Madrid es irrespirable. Y no lo digo (solo) por ese ventilador de mierda que tenemos en marcha y que, para cuando acabe de escribir estas líneas, seguramente haya enviado a otro respetable miembro de nuestra política y nuestra alta empresa al despacho de un juez. El aire de Madrid es irrespirable por la porquería que se deposita en el suelo y por la que corre por el cielo. Madrid, ahora que lo pienso, es como un gigante sándwich en el que nosotros, sus habitantes, somos el jamón y el queso y vivimos atrapados entre rebanadas de inmundicia.
Por fortuna, tenemos unos gobernantes que se lo toman con calma y hacen lo que mejor saben hacer: nada y, si eso, esperar a que llueva. La semana pasada volvieron a saltar todas las alertas por contaminación para avisar a aquellos que viajan encerrados entre los cristales del coche oficial y el fresquito del aire acondicionado de algo que ya sabíamos los que respiramos cada día el aire de aquí: que el dióxido de nitrógeno estaba por encima de lo legal y de lo saludable. Días después, aquí sigue nuestro vecino el NO2 y con amigos como el O3 y otros gases malos para la salud.
¿Medidas? Recomendar el uso del transporte público y de los gimnasios —porque supongo que de eso trata el consejo a la población para que “se abstenga de realizar ejercicio al aire libre”—. Y eso a pesar de que la alcaldesa presentó el pasado julio en rueda de prensa un protocolo que podía, en caso de situaciones como esta, limitar la circulación, la velocidad, el aparcamiento y hasta cerrar la M30 al tráfico. El típico anuncio que suena bonito en titulares pero que se queda encerrado por la política verité aparcada en segunda fila (el protocolo en cuestión parece que estaba previsto para su aprobación en septiembre pero de momento no tiene fecha de salida).
Así que, hemos dejado de hacer ejercicio al aire libre pero aún así seguimos viendo cómo nuestros velazqueños cielos van convirtiéndose en pinturas negras de las de Goya. Como además vivimos en un verano perpetuo, no tiene pinta de que vaya a caer ni una gota de lluvia que se lleve por delante esas partículas en suspensión que nos provocan desde tos hasta daños pulmonares pasando por todo tipo de alergias e infecciones.
Claro que es difícil saber de donde le viene a uno la infección porque el suelo también está estupendo. Contenedores rebosantes, colillas por doquier, botellones de restos perennes, mierdas de perro, olor a pis de personas, animales y hasta cosas y, en general, todo el catálogo de detritus que está convirtiendo Madrid en el estercolero más grande de Europa. Y ahora repito la pregunta: ¿medidas? Ninguna porque los controles establecidos señalan que las calles están mejor que antes. Sí, a pesar de lo que dicen nuestros sentidos y de lo que sabemos de las contratas a precio de saldo, el Ayuntamiento jura por Francisco Nicolás que vivimos en una ciudad sin trabajo para Don Limpio.
Y aquí podría dejar el texto y quedar como un auténtico madrileño. Pero no. Porque echar la culpa de la mierda de ciudad en la que vivimos a los que la gobiernan es justo pero también es necesario responsabilizarse de la mierda que cada uno echa a su ciudad. Y somos nosotros los que fumamos y tiramos la colilla al suelo. Los que bebemos y dejamos las botellas en el parque. Los que sacamos a pasear al perro sin bolsa. Los que meamos en cualquier lado. Y, desde luego, somos nosotros los que estamos llenando de veneno nuestro propio aire, yendo constante e innecesariamente en coche a todas partes en ese atasco permanente en que se ha convertido la circulación aquí.
Según publica el Ayuntamiento en su anuario y yo leo en EnbiciporMadrid, en 2013 hay unos 57.000 coches menos pagando impuestos en Madrid. No es una buena noticia porque el uso del transporte público cae de forma similar y porque el censo también se ve reducido en 49.000 personas, así que parece que todo permanece igual. Es decir, nada fluye. En el Informe del Estado de la Movilidad, también del Ayuntamiento y de 2012 (el de 2013 debe de estar al caer), se dice que los residentes en Madrid realizan sus desplazamientos en transporte privado y a motor un 3% menos que el año anterior (un 35% del total) pero que los que vienen de fuera lo hacen cada vez más en coche, con lo que la cosa se queda como estaba. Muy mal. Curiosamente, en esta encuesta los que se suben a su automóvil dicen hacerlo porque les parece (con razón) que el transporte público es cada vez más caro y lento y, sin embargo, lo único que consiguen con su elección de movilidad es ralentizar aún más sus tiempos de desplazamiento y, por supuesto, el precio del mismo. Además de contaminar y contaminarse.
Es decir, las estadísticas confirman lo que el ojo nos muestra cada día. Un buen porcentaje de madrileños y de nuestros visitantes insiste en elegir la peor opción para moverse por la ciudad, la más cara, la que más tiempo quita. Y las que nos está envenenado. Es como si hubiésemos decidido encerrarnos en un garaje con el motor encendido y suicidarnos a base de llenar de porquería nuestros pulmones. Pero echándole toda la culpa a los que nos gobiernan, eso sí. Como si eso, que nos gobierne quien nos gobierna, tampoco fuese responsabilidad nuestra.
En fin, que en vista de cómo está de tóxico y crispado el ambiente por aquí, uno agradece mucho la iniciativa de Boamistura de intervenir con mensajes los pasos de cebra para sacarnos una sonrisa y “humanizar la ciudad”. Pero, la verdad, con tanta porquería a nuestro alrededor, no me puedo quitar de la cabeza la canción de Leño. Esa que decía: “Es una mierda este Madrid, que ni las ratas pueden vivir”. Esta:
El aire de Madrid es irrespirable. Y no lo digo (solo) por ese ventilador de mierda que tenemos en marcha y que, para cuando acabe de escribir estas líneas, seguramente haya enviado a otro respetable miembro de nuestra política y nuestra alta empresa al despacho de un juez. El aire de Madrid es irrespirable por la porquería que se deposita en el suelo y por la que corre por el cielo. Madrid, ahora que lo pienso, es como un gigante sándwich en el que nosotros, sus habitantes, somos el jamón y el queso y vivimos atrapados entre rebanadas de inmundicia.
Por fortuna, tenemos unos gobernantes que se lo toman con calma y hacen lo que mejor saben hacer: nada y, si eso, esperar a que llueva. La semana pasada volvieron a saltar todas las alertas por contaminación para avisar a aquellos que viajan encerrados entre los cristales del coche oficial y el fresquito del aire acondicionado de algo que ya sabíamos los que respiramos cada día el aire de aquí: que el dióxido de nitrógeno estaba por encima de lo legal y de lo saludable. Días después, aquí sigue nuestro vecino el NO2 y con amigos como el O3 y otros gases malos para la salud.