Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Nostalgia de un mañana que nunca llegará
No es fácil escribir del futuro y lo es mucho menos cuando se hace mirando con nostalgia a un mañana que nunca llegará. Si no cambia mucho la línea de coqueteos y pactos habida hasta ahora, en la ciudad de Madrid va a gobernar de nuevo la derecha y la experiencia de eso que se llamó nueva política se ha quedado en flor de una legislatura. Puede que nos pasemos cuatro años buscando los votos que marcaron la diferencia o puede que pensemos en que hubo una oportunidad histórica para hacer de verdad las cosas de otra manera y no se aprovechó. La responsabilidades pueden repartirse por todas partes. Por la exigencia y la militancia impaciente, pero también por las personas que, desde el gobierno, quizás no entendieron que para mantener la ilusión y la movilización necesaria para marcar la diferencia en un lugar que tiende a lo rancio, hacía falta ser más valiente y dialogante. Por lo que sea, hoy toca escribir de lo que viene.
Madrid es el motor económico de España, una de las grandes capitales de Europa por población y de las que más crece el empleo, una ciudad atractiva para los grandes capitales y para el turismo internacionales. De todo esto se ha presumido en esta legislatura, compartiendo ese afán competitivo tan actual, esas ganas de ser una ciudad global que gane no se sabe muy bien qué. Madrid, al mismo tiempo, es una de las capitales más desiguales de la OCDE, un lugar en el que la tasa de pobreza está por encima del 20% y la mitad de los hogares tienen dificultades para llegar a fin de mes y en el que, como señalaba el estupendo trabajo de datos de Ana Ordaz y Analía Plaza de hace unos días, se gana menos que hace cuatro años pero se paga un 40% más por el alquiler de un piso. Madrid, por todo lo expresado en este párrafo, necesita urgentemente medidas de contención para esa tendencia de hacer de las urbes tableros para inversores y visitantes que es fuente de desequilibrios cada vez más difíciles de revertir. Sin duda, esa contención no ha sido suficiente por parte del gobierno que nos deja. Tampoco se puede dudar de que el que viene no sólo no la va aplicar, sino que muy probablemente abrirá el grifo para que nos ahoguemos un poco más.
El principal problema de esta ciudad es la vivienda. Es un asunto mundial que aquí afecta especialmente porque la oferta social escasea especialmente. Aunque ha presumido mucho de ello en campaña, el gobierno de Carmena no ha destacado especialmente en este ámbito en el que, por otra parte, las competencias y recursos son fundamentalmente regionales. A pesar de que en su programa promete 15.000 viviendas de alquiler a precio tasado, no es de esperar que el PP haga nada decente en este tema y sólo podemos soñar que su política no sea tan indecente como la que practicó anteriormente, que consistió en malvender miles de propiedades públicas a fondos buitre. En cuanto a las viviendas de uso turístico, parte importante de problema, el frágil Plan Especial de Hospedaje que sacó en el último momento la concejalía de urbanismo tiene pinta de no resistir mucho tiempo, lo cual dejaría el decreto de la Comunidad como la norma imperante y, salvo intervención del Estado, nos veremos ante una práctica liberalización del sector.
La movilidad y el medio ambiente son otros dos temas clave. Las ciudades no sólo son las fuentes principales de contaminación, también son las principales receptoras de sus consecuencias. Madrid en estos cuatro años ha mejorado en esto. Mucho —aunque en este asunto mucho nunca sea suficiente—. Para empezar, se ha medido bien la calidad del aire y se ha propuesto un Plan A en el que la norma estrella ha sido, por supuesto, la más polémica. Madrid Central quizá haya llegado tarde pero ha llegado para bien, ha bajado los índices de contaminación, ha reducido el tráfico, no ha afectado a los comercios y, más allá de los titulares y los exabruptos en redes sociales, no ha supuesto un trauma real para la población. ¿Lo revertirá el nuevo alcalde? Parece difícil, y no sólo por las complicaciones legales y de costes. Las limitaciones a la circulación de vehículos privados son costumbre ya en todo el mundo, los incumplimientos de los límites de contaminación de la UE salen muy caros y ni siquiera Ciudadanos se atreve a hablar en su programa de acabar con él sino de “mejorarlo”.
Más allá de la Gran Vía
En estos años, se ha cuidado más el espacio público, los trayectos peatonales, la mirada a las plazas y jardines y, por supuesto, el entorno del río, recuperado para el imaginario de una ciudad que jamás pensó que pudiera tener algo a lo que llamar así. De esto se ha hablado y se ha presumido menos, nos hemos quedado en Gran Vía cuando ha habido mucho más (y más que habrá, por eso de la lentitud en la tramitación de los proyectos). Ojalá siguiera la tendencia, porque la ciudad necesita ampliar constantemente el espacio para que nos encontremos. Pero el subjuntivo demuestra que tampoco soy optimista en este tema.
A pesar de la caricatura de Joaquín Reyes poniendo a Carmena como una máquina de pintar carriles bici, se han hecho pocos kilómetros y la mayoría regulares. Los programas de las derechas hablan de revertir algunos de ellos, o sea, de devolver espacio al coche y a la contaminación. La cosa, así, irá a peor. ¿Y en el transporte público? Desde la izquierda se quería devolver al ayuntamiento a la gestión del Metro. No va a suceder y seguiremos sufriendo su lamentable servicio. Claro que todo puede empeorar si aplican el mismo método de gestión destructiva de lo público a una EMT que ha funcionado fantásticamente estos cuatro años y que ha recuperado Bicimad y algunos aparcamientos con éxito. Y aquí llega otra nostalgia de un futuro inexistente: adiós a la municipalizaciones.
Hay muchos más temas sobre los que hablar y sobre los que pensar —el anhelo de crear, con el acompañamiento de la Comunidad, una entidad metropolitana eficaz, la mejora de los procesos participativos iniciados, la descentralización de la cultura, la atención a la periferia que nunca llegó, la limpieza, el control de los VTC, la movilidad compartida y demás —, pero también hay que acabar de escribir y empezar a beber para olvidar que mañana será otro día. La tristeza es mayor porque la Comunidad, más importante en la gestión de buena parte de los asuntos urbanos que el propio Ayuntamiento, va a seguir gobernada por una derecha fragmentada pero decidida a ser cada día más intolerante y neoliberal.
No, el Orgullo no se irá a la Casa de Campo y Madrid seguirá siendo una ciudad abierta y diversa a pesar de lo que demuestra su manera de votar. El problema es que con eso no basta para parar las amenazas de unos capitales cada vez más concentrados, acelerados y voraces y de un calentamiento global que no entiende de izquierdas verdaderas ni de izquierdas cuquis. Ahora sólo sabemos que lo ha que ha pasado significa que lo que no terminó de pasar no pasará jamás (en los próximos cuatro años, al menos). Eso, y que tenemos que estar firmes en la defensa de un modelo de ciudad que esté más cerca de las personas que de los mercados. Desde los medios, desde los partidos, desde los movimientos sociales, desde las calles.