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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Cuando el nuevo norte es el de siempre: especulación y desigualdad

“Como si fuera una maldición —o una premonición—, la especulación acompañó a la nueva capital desde el primer momento”. La casualidad ha querido que la aprobación de la Operación Chamartín, ahora conocida como Madrid Nuevo Norte, me pille leyendo Barcelona – Madrid. Decadencia y auge (ED Libros, 2019), de Josep Maria Martí Font. El libro, que es como una extensión de otro del mismo autor, La España de las ciudades (ED Libros, 2017), pero con una mirada más en detalle a las dos grandes urbes nacionales, relata los porqués de la caída de Barcelona y el auge de Madrid. Como cuenta Martí Font, Madrid creció en época de Franco engullendo pueblos y convirtiéndolos en barrios con la intención de ponerla como ciudad hegemónica de la Península. Con la Transición y, sobre todo, con el primer gobierno socialista, la pugna entre ambas localidades se igualó. Con Aznar, volvió el desequilibrio.

“Aznar diseñó el Madrid actual con la idea de que fuera la Miami europea; una capital de cómo mínimo diez millones de habitantes”. Para ello, explica el autor, se crearon las infraestructuras convenientes —como la red radial de alta velocidad, que no sólo conecta lugares lejanos sino que absorbe poblaciones cercanas (Toledo, Segovia, Guadalajara, Cuenca, Ciudad Real) para extender la mancha urbana, y la ampliación de Barajas y su pretensión de ser hub internacional, sobre todo para conexiones americanas—, se culminó la privatización de grandes empresas públicas como Telefónica, Repsol y Endesa y se hizo del ladrillo el eje de la productividad española. Todo ello alimentaba unos capitales instalados en el centro, bien cerca del poder que tan bien les complacía, y perfectamente conectados para recibir inversiones de todo el mundo y redistribuirlas, si eso y comisiones aparte, por el resto de un país cada vez más dependiente de su capital. Pero el desequilibrio territorial consecuente no sólo lo padecía el estado, la propia ciudad veía cómo ese crecimiento se quedaba cada vez en menos manos y la desigualdad crecía. Madrid es hoy la segunda gran ciudad con más desigualdad social de Europa y la capital más segregada del continente, una urbe rota en dos por una diagonal de suroeste a noreste que deja la riqueza para la parte de arriba.

El Madrid Nuevo Norte ahora aprobado por unanimidad por todos los grupos del Ayuntamiento y aplaudido por la mayoría de los medios de comunicación es un ciclo de esteroides para esta situación. Por mucho que se repita que la operación responde a la necesidad de “cerrar una herida urbana” —la abierta por las vías de la estación—, el plan es, desde el principio, un negocio inmobiliario. La cosa nace en 1993 con González de presidente y Borrell como ministro de Fomento y responsable por eso de Renfe, que adjudica a Argentaria (ahora BBVA) suelo público, previamente expropiado, para un desarrollo urbanístico. La operación va engordando pero también va siendo frenada por diversas circunstancias hasta que, justo cuando llega al poder de la ciudad la confluencia municipalista que prometió preocuparse por vigilar el desequilibrio territorial y los movimientos especulativos, se acelera.

Aunque se haya aprobado en uno de los primeros plenos presididos por Martínez-Almeida y su gobierno uno y trino, la medalla hay que ponérsela a la exalcaldesa Manuela Carmena, a su coordinador general, Luis Cueto, y al exconcejal de Urbanismo, José Manuel Calvo. De hecho, se la ponen ellos mismos en textos como éste publicado esta semana en El País, en el que avisan de que van a dar razones de su defensa de la operación pero no terminan de razonar gran cosa. Que su proyecto tenga menos edificabilidad, un poco más de vivienda pública y algo más de atención al transporte público que el de Ana Botella no parece responder a las grandes preguntas que plantea el también conocido como “mayor desarrollo urbanístico de España”. ¿Tiene sentido usar suelo público para desarrollos privados y no aprovecharlo totalmente para vivienda social cuando por aquí no pasamos del 1% de la misma? ¿Por qué sumar poderío al norte de una ciudad segregada territorialmente en la que el sur es siempre el que pierde? En un país en estado de burbuja inmobiliaria permanente y en un mundo asolado ya por el cambio climático, ¿qué inversión de futuro es apostar por el ladrillazo de siempre?

Madrid quiere ser Londres

En realidad, la idea de Aznar de convertir Madrid en Miami ha ido mucho más allá y ahora la capital parece que quiere ser Londres. Madrid está haciendo todo lo posible por lucirse como una de esas ciudades globales hechas por y para los inversores y no por y para sus habitantes. Lo de la participación público-privada, otro hito del que se presume sonoramente en esta operación, no tiene por qué ser una mala idea siempre que lo privado esté supeditado al servicio de los intereses comunes. Lo de construir vivienda tampoco suena mal siempre que no se haga según el modelo especulativo que imponen los mercados internacionales y que nos está hundiendo en esta emergencia habitacional en la que vivimos.

Madrid Nuevo Norte recuerda a esos desarrollos londinenses que, a partir de la privatización del suelo público, se convierten en un jugoso negocio para los que manejan el tablero de juego económico del mundo y ponen a toda la región en el foco de nuevas y rentables inversiones, como explica Javier Gil aquí. Según cuenta El Confidencial, BBVA ya tiene preparada la venta del negocio a un fondo, parece que de Oriente Medio —aunque seguramente la subasta sólo acaba de empezar con la aprobación del Ayuntamiento—. Da igual que esto ocurra justo cuando el banco y la división con la que opera en este proyecto estén manchados por imputaciones judiciales; quizá tampoco importe la denuncia de Podemos e IU a 28 de los responsables de este asunto. Probablemente el tema no vaya mucho más allá. Los grandes medios de comunicación tienen como accionistas a esta y otras entidades bancarias y a un buen montón de fondos buitre. Las conexiones de los poderes privados financieros e inmobiliarios con los poderes públicos son tantas que, más que conexiones, son el mismo poder.

Tiene razón Martí Font, la especulación que hizo de Madrid la capital del reino era una premonición. Entonces fue el Duque de Lerma, que convenció a Felipe III, de quien era valido, para mover primero la capital a Valladolid y luego a Madrid después de haber comprado fincas en ambos lugares y lograr así dos pelotazos en uno. Hoy, los ganadores son los bancos y los fondos internacionales pero el asunto es el mismo. El nuevo norte de Madrid es el de siempre: más especulación, más desigualdad.

(Es justo decir que, en Barcelona - Madrid. Decadencia y auge, Josep Maria Martí Font tiene una visión de la Operación Chamartín distinta de la mía. Dedica dos o tres párrafos a elogiar el proyecto corregido por el equipo de Carmena que, sostiene, posiciona a la ciudad para continuar un crecimiento que, para él, es acertado. Aunque también menciona la alarmante desigualdad de Madrid, no termina de relacionarla con este modelo de crecimiento. En general, defiende la evolución de la capital, sobre todo frente a la decadencia que, en su opinión, está sumida Barcelona. Quizá sea por la decepción que esto último le supone o quizá por lo bien que se ve todo con un poco de distancia, aunque de cerca las cosas sean de otra manera).

“Como si fuera una maldición —o una premonición—, la especulación acompañó a la nueva capital desde el primer momento”. La casualidad ha querido que la aprobación de la Operación Chamartín, ahora conocida como Madrid Nuevo Norte, me pille leyendo Barcelona – Madrid. Decadencia y auge (ED Libros, 2019), de Josep Maria Martí Font. El libro, que es como una extensión de otro del mismo autor, La España de las ciudades (ED Libros, 2017), pero con una mirada más en detalle a las dos grandes urbes nacionales, relata los porqués de la caída de Barcelona y el auge de Madrid. Como cuenta Martí Font, Madrid creció en época de Franco engullendo pueblos y convirtiéndolos en barrios con la intención de ponerla como ciudad hegemónica de la Península. Con la Transición y, sobre todo, con el primer gobierno socialista, la pugna entre ambas localidades se igualó. Con Aznar, volvió el desequilibrio.

“Aznar diseñó el Madrid actual con la idea de que fuera la Miami europea; una capital de cómo mínimo diez millones de habitantes”. Para ello, explica el autor, se crearon las infraestructuras convenientes —como la red radial de alta velocidad, que no sólo conecta lugares lejanos sino que absorbe poblaciones cercanas (Toledo, Segovia, Guadalajara, Cuenca, Ciudad Real) para extender la mancha urbana, y la ampliación de Barajas y su pretensión de ser hub internacional, sobre todo para conexiones americanas—, se culminó la privatización de grandes empresas públicas como Telefónica, Repsol y Endesa y se hizo del ladrillo el eje de la productividad española. Todo ello alimentaba unos capitales instalados en el centro, bien cerca del poder que tan bien les complacía, y perfectamente conectados para recibir inversiones de todo el mundo y redistribuirlas, si eso y comisiones aparte, por el resto de un país cada vez más dependiente de su capital. Pero el desequilibrio territorial consecuente no sólo lo padecía el estado, la propia ciudad veía cómo ese crecimiento se quedaba cada vez en menos manos y la desigualdad crecía. Madrid es hoy la segunda gran ciudad con más desigualdad social de Europa y la capital más segregada del continente, una urbe rota en dos por una diagonal de suroeste a noreste que deja la riqueza para la parte de arriba.