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El PSOE de regreso, no

Marea Granate

Jorge Castrillón Castán —

Mi generación ostenta un curioso récord: hemos sido emigrantes antes incluso de intuir que tendríamos que irnos de nuestro país. Yo, por ejemplo, llegué un 2 de abril de 2013 a Montevideo, pero en realidad mi emigración comenzó, sin yo saberlo, casi 2 años antes, el 23 de agosto de 2011. Recuerdo bien ese día. En Valladolid, mi ciudad, se paraba un  desahucio, y el grupillo que estabamos a cargo de las redes alucinábamos viendo en directo cómo PSOE y PP votaban en bloque la reforma del artículo 135 de la Constitución: en un par de horas quedaba consagrado el déficit cero y se daba a la prioridad del pago de la deuda el rango de dogma. Sin debate previo y, desde luego, sin referéndum. El PPSOE imponía el mayor austericidio de las últimas cuatro décadas, y con él nuestra emigración. O nuestro exilio, como preferimos llamarlo muchos de nosotros. 

Somos conscientes de que es arriesgado plantearlo así porque, de un tiempo a esta parte, mucha gente (por descontado de derechas pero también perteneciente a la izquierda verdadera de toda la vida) se pone muy nerviosa al oír esta palabra. Pero es exilio económico porque, aunque sorprenda, nuestra emigración no es fruto del cambio climático, de una erupción volcánica o de cualquier otra catástrofe natural, inevitable e imprevisible. No, estamos a miles de kilómetros de nuestras casas y de nuestras familias por una decisión política. Y dicha decisión la representa como nada la imagen del tablero de voto del Congreso de los Diputados, con el PPSOE tiñendo de verde un cambio constitucional que consagraba el austericidio si no con nocturnidad, sí con alevosía: ese día, sin saberlo, volvimos a ser un país de emigrantes. 

Montevideo es linda. Tiene hermosas playas, un montón de arquitectura art-decó y mucha gente buena. También hay una sede del PSOE (y otra del PP, por supuesto: las desgracias nunca vienen solas), a la que acudimos con motivo de la visita que el ex presidente Zapatero hizo a Uruguay. Cuando apareció y comenzamos a silbar y a recordarle que no, que no nos ha representado nunca, una señora nos dijo muy disgustada: “pero si el PSOE está con los emigrantes, que lo ha dicho Pedro Sánchez”. Señalaba una foto en la que el interfecto, con sonrisa profidén, prometía cambiar la ley del voto rogado. No es lo único que Pedro Sánchez ha prometido cambiar: Twitter mediante (porque él es un candidato moderno, no lo olviden) también se  arrepiente mucho de su voto en aquel día de verano de 2011, de haber inflado la burbuja inmobiliaria o de primar los desahucios expeditivos sobre los derechos de las personas. Y para ello apela a nuestra comprensión. Que se equivocaron, nos dice compungido. Y que bueno, que eso pasa, pero hay que mirar para adelante y -sobre todo- votar al PSOE. O al menos no hablar mal de él. Y menos si eres emigrante, o exiliado (económico), no vaya a ser que recordemos todos de pronto qué decisiones nos han traído hasta aquí y quiénes las han tomado. 

Pero lo llevan crudo: del PSOE lo único que esperamos es que pida perdón, entregue las sedes y se disuelva (o se amalgame definitivamente con el PP). El resto es palabrería de quienes tuvieron una oportunidad histórica y antepusieron la razón de régimen al bienestar colectivo: hoy nosotros seguimos emigrados (o exiliados) y ellos continúan sin representarnos. Y no lo harán jamás.

Mi generación ostenta un curioso récord: hemos sido emigrantes antes incluso de intuir que tendríamos que irnos de nuestro país. Yo, por ejemplo, llegué un 2 de abril de 2013 a Montevideo, pero en realidad mi emigración comenzó, sin yo saberlo, casi 2 años antes, el 23 de agosto de 2011. Recuerdo bien ese día. En Valladolid, mi ciudad, se paraba un  desahucio, y el grupillo que estabamos a cargo de las redes alucinábamos viendo en directo cómo PSOE y PP votaban en bloque la reforma del artículo 135 de la Constitución: en un par de horas quedaba consagrado el déficit cero y se daba a la prioridad del pago de la deuda el rango de dogma. Sin debate previo y, desde luego, sin referéndum. El PPSOE imponía el mayor austericidio de las últimas cuatro décadas, y con él nuestra emigración. O nuestro exilio, como preferimos llamarlo muchos de nosotros. 

Somos conscientes de que es arriesgado plantearlo así porque, de un tiempo a esta parte, mucha gente (por descontado de derechas pero también perteneciente a la izquierda verdadera de toda la vida) se pone muy nerviosa al oír esta palabra. Pero es exilio económico porque, aunque sorprenda, nuestra emigración no es fruto del cambio climático, de una erupción volcánica o de cualquier otra catástrofe natural, inevitable e imprevisible. No, estamos a miles de kilómetros de nuestras casas y de nuestras familias por una decisión política. Y dicha decisión la representa como nada la imagen del tablero de voto del Congreso de los Diputados, con el PPSOE tiñendo de verde un cambio constitucional que consagraba el austericidio si no con nocturnidad, sí con alevosía: ese día, sin saberlo, volvimos a ser un país de emigrantes.