Un blog de Juventud Sin Futuro pensado por y para los jóvenes que viven entre paro, exilio y precariedad. Si quieres mandarnos tu testimonio, escríbenos a nonosvamosnosechan@gmail.com.
Exilio chárter
Estoy seguro de pocas cosas, pero una de ellas es que soy escritor porque mi madre me contaba historias de niño, aunque nunca me dijo lo que muchos oímos desde que tenemos memoria. Entre esas historias, nos contaron que si trabajábamos, estudiábamos y nos esforzábamos, viviríamos mejor que nuestros padres, que éramos los mejores, los más preparados. Trataron incluso de igualarnos colocando el rasero en un modelo económico nihilista, consumista y arribista, que crecía quemando gasolina a altas revoluciones, mientras los lazos entre algunos de nosotros simplemente iban desapareciendo. Nos hablaron de Europa y finalmente nos dijeron que la culpa fue nuestra, e incluso alguno con un tono algo más grosero, como José Luis Feito de la CEOE en febrero de 2012, nos invitaba a irnos a trabajar a Laponia. Éramos los culpables. L'enfer, c'est l´Autre.
Nos mintieron. Pero la cuestión es que de la manera en la que está concebido el modelo productivo español no hay lugar para un trabajo cualificado que no sea mano de obra barata y precaria en el sector servicios. No nos dijeron que su plan era convertir el país en un retiro bastante asequible para los jubilados de Europa, que ven en esta crisis terrorista la oportunidad para comprar pisos a precio de saldo a las entidades que, según nos contaron, lo hicieron todo de maravilla. Todos los exilios son políticos. No tengo, por suerte, la tragedia de Cernuda, Machado, Tomás Navarro Tomás o Ramón J. Sender. No tengo la tragedia de Machado, pero tengo suficiente memoria para entender que los que les echaron a ellos son los mismos que echaron a la generación de mis abuelos a Alemania, Argentina, Suiza, Francia o Bélgica. Son los mismos que hace tres cuartos de siglo ganaron la guerra. No tengo la tragedia de Machado, pero tengo la propia. Compararme con ellos sería un acto de cinismo y de barbarie. Tengo la tragedia de no haber cobrado nunca una nómina de cuatro cifras, de haber tenido trabajo y aún así no poder valerme económicamente por mí mismo. Aún así, me siento afortunado de no haber sufrido alguno de los dramas humanos que conozco de primera mano. No sólo emigran jóvenes licenciados con máster e idiomas de menos de treinta, sino parados de larga duración sin estudios superiores, de mediana edad y con cargas familiares. En ellos, las motivaciones del exilio no son susceptibles de ser explicadas aludiendo al espíritu aventurero, sino, más bien, a la necesidad y a la supervivencia, palabras que la derecha tradicional y la que se disfraza de socialista suelen tachar de demagogia.
El once de agosto de 2014 parto de Cádiz, esa ciudad lumínica infectada de sal con un 62% de desempleo juvenil y un 40% de paro general. Esa ciudad en la que los trabajadores de Astilleros Navantia, ejemplo de lucha y resistencia, realizaron una pintada sobre el asfalto del Puente José León de Carranza que rezaba: «A Laponia va a ir tu puta madre». La frase cabe en 140 caracteres, pero el asfalto a veces es mejor soporte. Un tren desde Cádiz me lleva al aeropuerto de Jerez de la Frontera y tras dos horas y media de un vuelo low cost, aterrizo en Bruselas, donde otro tren no me lleva a Laponia, pero sí a Gante, Flandes Oriental. Aquí las gentes tienen carácter amable, hablan neerlandés y descubro de nuevo que lo que nos habían contado sobre Europa también era mentira. Sí, puedo pagar con las mismas monedas que traía en el bolsillo desde Cádiz, aunque a un precio bastante más alto; y, también puedo recibir una carta de expulsión si tras registrarme y recibir con un café a la policía en casa, para que comprueben que mis datos son correctos y mi residencia, en efecto, también lo es, no encuentro trabajo en tres meses. Más de 300 españoles fueron deportados de Bélgica en 2013, el tercer grupo después de rumanos y búlgaros. Tampoco fue fácil encontrar alquiler, ni lo está siendo encontrar trabajo estable. Lo que plantean publirreportajes como españoles, andaluces, madrileños o riojanos por el mundo es un porcentaje idílico, qué duda cabe que real, pero que se aleja bastante del día a día de los más de dos millones de exiliados que hemos abandonado España desde el comienzo de la crisis. Antes salían del país en barcos atestados y ahora lo hacemos en vuelos chárter, aunque de low cost el exilio no tiene nada. Ni mal de yeguas, ni la tragedia de Machado, ni quejarse tiene ningún sentido. De hecho, no nos queda más que tener la entereza de continuar, de poner de manifiesto la verdadera cotidianidad de los que se exilian, aún más importante, de los que se quedan y, sobre todo, de recordar. Han intentado muchas veces, con la excusa del fantasma reconciliador, que perdamos nuestra memoria. Hay que tener memoria para construir un país al que volver y para acusar con nombres y apellidos a los responsables del entuerto.
Icíar Bollaín planteaba hace días una cuestión vital en relación a su documental, En tierra extraña: la pregunta no es por qué estoy fuera de España, sino por qué no estoy en España. España, en mi corazón, España, te miro, y el eco llevará de mi canción, a España en un suspiro. Recuerdo a Cortázar recordar a Eduardo Galeano y cómo el uruguayo proclamaba: «La nostalgia está bien, pero es mejor la esperanza». Y así estamos, recordando, haciendo de los símbolos de nuestros abuelos nuestros propios símbolos, mientras que los que nos han echado del país nos reducen a una cifra «políticamente asumible».
Estoy seguro de pocas cosas, pero una de ellas es que soy escritor porque mi madre me contaba historias de niño, aunque nunca me dijo lo que muchos oímos desde que tenemos memoria. Entre esas historias, nos contaron que si trabajábamos, estudiábamos y nos esforzábamos, viviríamos mejor que nuestros padres, que éramos los mejores, los más preparados. Trataron incluso de igualarnos colocando el rasero en un modelo económico nihilista, consumista y arribista, que crecía quemando gasolina a altas revoluciones, mientras los lazos entre algunos de nosotros simplemente iban desapareciendo. Nos hablaron de Europa y finalmente nos dijeron que la culpa fue nuestra, e incluso alguno con un tono algo más grosero, como José Luis Feito de la CEOE en febrero de 2012, nos invitaba a irnos a trabajar a Laponia. Éramos los culpables. L'enfer, c'est l´Autre.
Nos mintieron. Pero la cuestión es que de la manera en la que está concebido el modelo productivo español no hay lugar para un trabajo cualificado que no sea mano de obra barata y precaria en el sector servicios. No nos dijeron que su plan era convertir el país en un retiro bastante asequible para los jubilados de Europa, que ven en esta crisis terrorista la oportunidad para comprar pisos a precio de saldo a las entidades que, según nos contaron, lo hicieron todo de maravilla. Todos los exilios son políticos. No tengo, por suerte, la tragedia de Cernuda, Machado, Tomás Navarro Tomás o Ramón J. Sender. No tengo la tragedia de Machado, pero tengo suficiente memoria para entender que los que les echaron a ellos son los mismos que echaron a la generación de mis abuelos a Alemania, Argentina, Suiza, Francia o Bélgica. Son los mismos que hace tres cuartos de siglo ganaron la guerra. No tengo la tragedia de Machado, pero tengo la propia. Compararme con ellos sería un acto de cinismo y de barbarie. Tengo la tragedia de no haber cobrado nunca una nómina de cuatro cifras, de haber tenido trabajo y aún así no poder valerme económicamente por mí mismo. Aún así, me siento afortunado de no haber sufrido alguno de los dramas humanos que conozco de primera mano. No sólo emigran jóvenes licenciados con máster e idiomas de menos de treinta, sino parados de larga duración sin estudios superiores, de mediana edad y con cargas familiares. En ellos, las motivaciones del exilio no son susceptibles de ser explicadas aludiendo al espíritu aventurero, sino, más bien, a la necesidad y a la supervivencia, palabras que la derecha tradicional y la que se disfraza de socialista suelen tachar de demagogia.