Un blog de Juventud Sin Futuro pensado por y para los jóvenes que viven entre paro, exilio y precariedad. Si quieres mandarnos tu testimonio, escríbenos a nonosvamosnosechan@gmail.com.
El futuro que quieren para nosotros
Todavía recuerdo la sensación de euforia que se apoderó de mí cuando publicaron las notas de la selectividad, en junio de 2007, y pude comprobar que estaba más que apta, y que por fin podía empezar a construir lo que quería que fuera mi profesión y mi futuro. Con 17 años hice las maletas y las llené de ilusión y ganas por empezar mi nueva vida.
Tan solo eran 65 los kilómetros que separaban mi ciudad natal de la universitaria, pero para mí esos 65 kilómetros eran suficientes para autoproclamarme independiente. Fueron tres años intensos, en los que estudié, aprendí a moverme por la uni y a ser la única responsable de mis actos, hice amistades nuevas, perdí otras más antiguas, me salté algunas clases y disfruté otras. Mi despertar universitario coincidió con el despertar de la crisis económica, y los telediarios empezaron a hablar de cierres de bolsas de trabajo y de lo difícil que estaba el acceso al mercado laboral. No presté mucha atención a esas informaciones porque siempre me habían dicho que estudiar y trabajar eran dos cosas que iban de la mano, así que seguí viviendo mi vida estudiantil con total despreocupación.
Pero conforme pasaban los años y me iban quedando menos asignaturas para acabar la carrera, me di cuenta de que quizá sí debía empezar a hacer caso a esas noticias. Conforme se aproximaba el momento de mi graduación empezaron a asaltarme las dudas, ¿qué debía hacer? Los políticos y toda la gente a la que pedía asesoramiento parecían tenerlo claro: una carrera no era suficiente, había que esforzarse más si quería conseguir un puesto de trabajo. Vale. Acepté ese argumento y cometí el error de creer que yo no valía por lo que era, sino por los títulos académicos que tuviese. Hice caso a esos políticos que se dedican a desmantelar esta educación pública que tanto me ha dado, y que mercantilizan nuestros derechos mientras a nosotras nos siguen pidiendo que nos esforcemos más y más.
Cambié de aires y de ciudad. Una vez acabada la diplomatura de Documentación empecé el grado de Periodismo. Me metieron Bolonia en la segunda carrera, ole, qué suerte la mía. Siempre quise ser periodista así que puedo decir que disfruté mucho estos nuevos años universitarios que me regaló la vida, disfruté Madrid y disfruté también haciendo prácticas precarias, y estoy muy agradecida por todo lo que he aprendido en todos estos años. Aprendí que ser periodista era ser independiente. Aprendí también que ser periodista era ser activista. Aprendí a tocar a todas las puertas, sin cansarme ni rendirme nunca, a buscar la suerte. Pero, ¡oh sorpresa! No conseguía nada que no fueran más prácticas pero, claro, con la carrera acabada ya no podía seguir haciéndolas. ¿Solución? Un máster. Porque lo que ya habíamos hecho nunca era suficiente, porque los señores de traje seguían diciendo que estábamos saliendo de la crisis pero que mi generación no se esforzaba, que éramos conformistas y que así nunca tendríamos un trabajo. Mis amigos y amigas empezaban a irse de la ciudad, empezaban a volver a casa, empezaban a saber lo que era ir cada tres meses a firmar la cartilla del paro o trabajar de cualquier cosa porque necesitaban sentirse útiles, que la gente dejara de mirarlos mal y llamarlos vagos, porque no querían ser uno de esos ninis de los que tanto hablaban los señores del Congreso.
Pues nada, si había que hacer un esfuerzo más, lo haría. Todo por conseguir alcanzar ese paraíso que es la contratación. Cursé un máster, me especialicé, hice más prácticas y me esforcé por tener buenas calificaciones. Nada. Aquí estoy, viendo los meses pasar. No tengo cinco años de experiencia, ni tampoco puedo firmar ya convenios con la universidad, por lo que no hay trabajo para mí.
Es ahora cuando entiendo más que nunca el significado de las palabras paro, precariedad o exilio. Era el proyecto que esos señores habían diseñado para mi generación, mientras se reían y nos pedían que nos esforzásemos más. Mientras nosotros luchamos por encontrar un trabajo digno, ellos luchan por hacernos creer que el paro baja. Mientras nosotros nos resignamos a aceptar que nuestro próximo contrato será temporal o que cotizaremos menos de 10 horas semanales, ellos nos hacen creer que estas medidas son las únicas con las que se puede bajar la cifra del paro. Mientras nosotros sufrimos cada final de mes o cada final de día, ellos esconden los sobres con los que nos han robado el futuro y la dignidad. Mientras ellos hablan de espíritu aventurero, miles de personas lloran en aeropuertos o en ciudades extrañas porque echan de menos a los suyos. Mientras nos animan a emprender, endurecen las condiciones económicas para hacerlo. Si algo he aprendido en estos años de universidad es que no somos títulos, somos lazos, comunidad, proyectos y lucha. Si algo he aprendido es que por mucho que nos quieran robar el futuro, somos la generación que más ganas tiene de pelearlo.
Todavía recuerdo la sensación de euforia que se apoderó de mí cuando publicaron las notas de la selectividad, en junio de 2007, y pude comprobar que estaba más que apta, y que por fin podía empezar a construir lo que quería que fuera mi profesión y mi futuro. Con 17 años hice las maletas y las llené de ilusión y ganas por empezar mi nueva vida.
Tan solo eran 65 los kilómetros que separaban mi ciudad natal de la universitaria, pero para mí esos 65 kilómetros eran suficientes para autoproclamarme independiente. Fueron tres años intensos, en los que estudié, aprendí a moverme por la uni y a ser la única responsable de mis actos, hice amistades nuevas, perdí otras más antiguas, me salté algunas clases y disfruté otras. Mi despertar universitario coincidió con el despertar de la crisis económica, y los telediarios empezaron a hablar de cierres de bolsas de trabajo y de lo difícil que estaba el acceso al mercado laboral. No presté mucha atención a esas informaciones porque siempre me habían dicho que estudiar y trabajar eran dos cosas que iban de la mano, así que seguí viviendo mi vida estudiantil con total despreocupación.