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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Por última vez

Parece casi una broma que los artículos sobre el voto exterior empiezan a tomar un peligroso parecido con la circularidad temporal de la novela Cien años de soledad: sin chuleta, no hay forma de saber si el Arcadio mencionado es el abuelo, el hijo o el nieto; lo mismo sucede con el voto exterior: no se puede, sin chuleta, saber de cuál de las siete elecciones que se han celebrado desde el “loregazo” de 2011 (reforma de la ley electoral, LOREG) se habla cuando se menciona el impedimento de registro consular, las zancadillas generales del ruego, la llegada tardía de las papeletas, si es que llegan, o la consecuente ridícula participación electoral desde el exterior.

En todas y cada una de estas elecciones se han producido déjà vu inquietantemente calcados, salvo por las pequeñas diferencias marcadas por las instrucciones impartidas por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Un Ministerio que tiene la desfachatez de hacerse el sorprendido, de decir: “esto es intolerable y lo vamos a cambiar” o “no lo hemos cambiado porque no nos han dejado”, de forma tan cíclica como lo son sus despliegues de creativa artillería administrativa para torpedear a quien tenga la insensatez de intentar votar desde el exterior.

Ahora nos dicen que para las elecciones del 26J ha habido un incremento de 40.000 ruegos, y en Marea Granate nos gustaría pensar que, al menos un pedacito de ese aumento, se debe al esfuerzo hercúleo, gratuito y altruista que desplegamos cada vez que se convocan elecciones: paralizamos entonces nuestras vidas para asegurarnos de que no será por nosotras que se quede una persona sin votar. Elaboramos campañas de difusión de detalladísima información, nos enfrentamos, una y otra vez, a la desagradable fase de la resolución de las trampas y los abusos consulares, que los hay; damos soluciones a problemas difíciles, hablamos con la Junta Electoral Central cuando se nos plantean dudas y llamamos a las Oficinas del Censo Electoral (a quienes queremos hacer una mención especial de agradecimiento por su amabilidad incansable y su profesionalidad).

En una semana veremos si el aumento de ruegos se traduce en términos de participación, porque, pese a todos nuestros esfuerzos, en esta ocasión se nos han sumado las vallas del recorte unilateral, por parte de la dirección del INE de la retribución de las horas extra sin las cuales sería imposible tramitar el voto exterior y un consecuente aplazamiento de la fecha de envío de papeletas a los electores en el exterior: algunos aún esperan la llegada del sobre amarillo que transporta la voz que les dan en su país esas anheladas papeletas. En cualquier caso, las cifras de participación permanecerán dentro de los límites del ridículo democrático, dado que estamos hablando de tan sólo unos 150.000 ruegos, de los cuales apenas un cincuenta por ciento podrán llegar a votar.

Nada ha cambiado: así que desde hace cinco años vivimos la repetición de un guión irrisorio, donde las trabas se repiten y aumentan, el Ministerio las multiplica y luego se hace el sorprendido cuando las dificultades reaparecen... Y cada vez que alguien mueve un dedo para subsanar el desaguisado de la reforma de la ley electoral, el intento acaba aplastado con el manotazo impune de la mayoría absoluta.

Y entonces nos toca volver a empezar: volver a enfrentar los problemas de registro, de ruego, de llegada o no de papeletas, de descenso de la participación... y nos volvemos a encontrar, otra vez, con el “esto no me lo esperaba, algo hay que hacer” del Gobierno, y ya no lo soportamos más.

No, señorías, en Marea Granate no nos tomamos a broma el voto exterior. Créannos, ni uno solo de ellos. Y esperamos que ustedes dejen de hacerlo y cumplan con su simbólica promesa de apoyar la constitución de una comisión de investigación que, en diálogo y colaboración con los colectivos ciudadanos afectados, pongan fin a la escabechina del loregazo, para que se rompa, de una vez por todas, el tiempo circular y para que éste sea el último artículo sobre este tema.

Mientras escribíamos estas líneas, hemos visto publicada la noticia de que la Junta Electoral va a redactar un informe sobre la catástrofe del voto rogado. Esperemos que esta vez no se olviden de preguntar a quienes conocen la realidad, con sus pelos y señales, y saben lo que puede salir mal..., es decir, a los colectivos afectados, y desde luego, esperemos que quien reforme la ley electoral no se olvide de leer cada letra del informe que publicamos en octubre de 2015, no vaya a ser que nos encontremos con otro déjà vu y los legisladores hagan caso omiso de las pertinentes observaciones, como ya hicieron cuando la Junta Electoral, en su informe previo, advirtió de las consecuencias del ruego.

Lo dicho: por última vez.

Parece casi una broma que los artículos sobre el voto exterior empiezan a tomar un peligroso parecido con la circularidad temporal de la novela Cien años de soledad: sin chuleta, no hay forma de saber si el Arcadio mencionado es el abuelo, el hijo o el nieto; lo mismo sucede con el voto exterior: no se puede, sin chuleta, saber de cuál de las siete elecciones que se han celebrado desde el “loregazo” de 2011 (reforma de la ley electoral, LOREG) se habla cuando se menciona el impedimento de registro consular, las zancadillas generales del ruego, la llegada tardía de las papeletas, si es que llegan, o la consecuente ridícula participación electoral desde el exterior.

En todas y cada una de estas elecciones se han producido déjà vu inquietantemente calcados, salvo por las pequeñas diferencias marcadas por las instrucciones impartidas por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Un Ministerio que tiene la desfachatez de hacerse el sorprendido, de decir: “esto es intolerable y lo vamos a cambiar” o “no lo hemos cambiado porque no nos han dejado”, de forma tan cíclica como lo son sus despliegues de creativa artillería administrativa para torpedear a quien tenga la insensatez de intentar votar desde el exterior.