¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
¿Quién está detrás de los datos?
Una vez más tengo que empezar un artículo con una sutil pero letal afirmación que, desgraciadamente, año tras año está plenamente vigente: la pobreza infantil existe. Existe, es real, vive desapercibida, y en ocasiones en silencio, en barrios y ciudades de España. Hay cientos de familias anónimas detrás de fríos y asépticos estudios y de datos sobre pobreza; detrás de ese “1 de cada 3 o 4” o de esos duros porcentajes de la población… Desgraciadamente, las cifras recogen historias crueles y cotidianas en las que quien más sufre tiene rostro de niño y niña.
Puede que en apenas 500 palabras no podamos encontrar una solución concreta, una fórmula mágica, o el acierto (recomendado con mucha humildad) para cambiar la vida de quien está detrás de los datos. Pero no podemos callarnos ni olvidar nunca que, mientras haya un solo niño viviendo en pobreza, todos hemos fracasado. Esa es la única realidad de los datos. Por tanto, urge la necesidad de impulsar medidas de carácter integral que vayan al origen de la situación: la pobreza de los núcleos familiares de estos niños y niñas.
También puede que caigamos en la tentación de pensar que una sola acción, como por ejemplo las medidas urgentes que se están proponiendo estos días de prolongar los comedores escolares al finalizar las clases, nos llevará a la solución. Se trata de algo más global, de ejecutar nuevos paradigmas y crear políticas de atención a las familias, conjugando dos elementos imprescindibles en la ecuación: la atención preventiva y la intervención educativa.
Dice la Convención sobre los Derechos del Niño de1989, que “El niño debe ser preparado para una vida independiente en sociedad y ser educado en el espíritu de los ideales proclamados en la Carta de las Naciones Unidas y, en particular, en un espíritu de paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad”.
La misma Convención contiene en sus artículos toda una serie de recomendaciones y principios esenciales. Su significación no es menor, así como su trascendencia. En su artículo 2 manifiesta que los Estados miembros deben respetar los derechos enunciados y asegurar a todos los niños bajo su jurisdicción, sin discriminación alguna. Se señala también la obligatoriedad del Estado de hacer todo lo posible para promover los mecanismos políticos y presupuestarios que permitan tomar las medidas apropiadas para ayudar a los padres y las personas responsables de los niños a hacer efectivo este derecho. Se refleja, asimismo, que, en caso de necesidad, los estados deben dar asistencia material y programas de apoyo, principalmente relativos a la nutrición, el vestido y la vivienda.
Han pasado más de dos décadas desde que se creó este documento, una convención convertida hoy día en ley internacional. Pero, desgraciadamente, gran parte de su articulado y sus compromisos no se han convertido en realidad. Ni siquiera se han materializado en aquellos países con capacidad de cumplimiento, sino todo lo contrario. La realidad nos muestra que los niños y niñas han ido perdiendo terreno en el cumplimiento de sus derechos y en su protección, frente a los devastadores efectos de la crisis.
La infancia es una etapa que tiene una duración insignificante en el conjunto de la vida de una persona, en muchos casos comparable a un latido de nuestro corazón, pero que es de vital importancia en la formación de cada persona. La manera en que se vive la infancia repercutirá enormemente en la edad madura. Lamentablemente, las sucesivas crisis han puesto en entredicho las voluntades de gobernantes de fijar las líneas rojas y, por tanto, su compromiso hacia la infancia.
Pero no todo está perdido. A pesar de las dificultades, hay miles y miles de personas y organizaciones del Tercer Sector que trabajan sin descanso en barrios y ciudades, que no se rinden, que sacan energía, ganas, ilusión, perseverancia para salir adelante. Todo está pasando justo en este instante. Héroes y heroínas silenciosas, padres y madres que no se cansan, educadores/as, monitores/as de instituciones a pie de calle. Todos ellos piensan que rendirse no es una opción. Creer es crear, y juntos podemos cambiar las cosas y hacer realidad la utopía de justicia y libertad. Porque... ¿qué es una utopía, sino una realidad prematura?
Una vez más tengo que empezar un artículo con una sutil pero letal afirmación que, desgraciadamente, año tras año está plenamente vigente: la pobreza infantil existe. Existe, es real, vive desapercibida, y en ocasiones en silencio, en barrios y ciudades de España. Hay cientos de familias anónimas detrás de fríos y asépticos estudios y de datos sobre pobreza; detrás de ese “1 de cada 3 o 4” o de esos duros porcentajes de la población… Desgraciadamente, las cifras recogen historias crueles y cotidianas en las que quien más sufre tiene rostro de niño y niña.
Puede que en apenas 500 palabras no podamos encontrar una solución concreta, una fórmula mágica, o el acierto (recomendado con mucha humildad) para cambiar la vida de quien está detrás de los datos. Pero no podemos callarnos ni olvidar nunca que, mientras haya un solo niño viviendo en pobreza, todos hemos fracasado. Esa es la única realidad de los datos. Por tanto, urge la necesidad de impulsar medidas de carácter integral que vayan al origen de la situación: la pobreza de los núcleos familiares de estos niños y niñas.