¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
Héroes en Sicilia
Escribo desde Sicilia, todavía agitado por la foto de Aylan, el niño muerto en la orilla del Mediterráneo y que me ha recordado a aquella foto de un niño famélico observado por un buitre que ganó en una ocasión el Premio Pulitzer. Aquella foto ayudó, pero no cambió lo suficiente la conciencia social sobre la profundidad del problema del hambre, que afecta todavía a 800 millones de personas. La foto de Aylan tiene esa dimensión histórica, de denuncia, y debe ser una urgente llamada a la acción.
Ese niño, su hermano, los otros niños que murieron en esa barca, son también nuestros hijos, como esos niños que dejaron de nacer en la película Hijos de los hombres de Alfonso Cuarón. Me lo explicó ayer Clara, fundadora de la asociación Accoglierette (Acogeremos en español) en Siracusa que agrupa a más de 200 “guardianes”. Se conoce como “guardianes” a las personas adultas que se convierten en representantes legales de más de mil menores no acompañados para que puedan solicitar asilo, y que pasan a ser parte de sus familias. Clara, embarazada de su primer hijo biológico, nos dice que ella siente que ya tiene otros hijos, y que el verles como parte de su familia ayuda a otros a entender su historia, a quererles, a que sepamos que son los hijos de todos… Me comenta: “¿Quién no querría que si su hijo está solo en un país extraño otras personas le ayudasen? Nadie. Por eso tenemos que estar a su lado, es lo que querríamos que otros hicieran por nuestros hijos, pero a veces no nos damos cuenta”.
Ayer también conversé con Alí, que llegó a Sicilia huyendo de Eritrea a comienzos de agosto. Tiene 17 años y apenas habla inglés, así que hacía de traductor otro niño del centro de acogida de menores solicitantes de refugio en Sicilia. Ambos han cruzado África por tierra, desde Eritrea pasando por Etiopía y Sudán hasta llegar a Libia, lugar que todas las personas con las que hemos hablado describen con horror. Durante su travesía, Alí pasó mucho miedo. En el barco donde viajaba murieron cuatro personas. Cuatro víctimas más de la actual crisis del Mediterráno donde más de 30.000 personas han muerto durante los últimos 15 años y más de 137.000 han arriesgado sus vidas cruzando el mar durante los primeros seis meses de 2015. Nos cuenta que echa de menos a sus padres, pero sabe que tiene su futuro y el de su familia al alcance de su esfuerzo, solo hace falta que Europa se ponga de su lado, pues debe esperar a veces hasta dos años para que se dictamine si puede o no recibir asilo.
Abdul Wahid es otra de las personas que he conocido y cuya historia me agitó profundamente. Tiene 25 años y ha vivido cosas que nadie debería vivir nunca. Viajó durante dos años y lleva más de tres lejos de su mujer y su hija. Sueña un futuro en que las pueda salvar de la guerra de Somalia y traerlas junto a él. Siempre ha vivido en guerra en Mogadiscio, entre diferentes tribus, con extranjeros, con la llegada de Al Shabab... Su padre murió víctima de esa guerra, y él inició un largo viaje hasta Libia, donde lo encarcelaron durante meses con otros africanos que emigraban, pero consiguió salir y llegar a la costa. Recuerda el viaje con terror, y el rescate con emoción. ¿Se le puede negar ayuda a una persona con este recorrido?
Durante estos días en Sicilia, he conocido dos caras de la cuestión migratoria. Por un lado, jóvenes que han llegado desde diferentes países de África como Gambia, Costa de Marfil, Eritrea, Somalia... Todos han cruzado el Mediterráneo, describen el infierno en Libia, narran el horror de los días en el barco y recuerdan como un momento mágico cuando fueron rescatados por la Guardia Costera Italiana. Sus testimonios de la vida que recuerdan en su casa tienen una mezcla de horror y añoranza, de alivio y de pena.
La otra cara, también emocionante, está en muchos sicilianos como Clara. O Emiliano, que hace cinco años solicitó que la Guardia Costera, en la que lleva trabajando 18 años, le pusiera al mando de las operaciones de rescate de inmigrantes. Trabaja con una vocación absoluta, con la angustia y la prisa por llegar a tiempo a los rescates antes de que sean naufragios, con un íntimo sentimiento de plenitud al poder ayudar a salvar la vida a quienes llegan. “No hay nada en esta vida tan grande como salvarles”, afirma. Nos recuerda con profunda emoción cuando atendió a más de 500 personas a la deriva en un rescate que duró 30 extenuantes horas. Cada mirada, cada mano… En su mirada se ve que ese es el sentido de su vida.
Escucho a estos jóvenes, algunos realmente niños, lo que han pasado, lo que han conseguido… Y me parecen héroes. Veo en sus ojos y en los de quienes les rescatan o les ayudan la esperanza de la humanidad. El Mediterráneo es hoy un resumen, una metáfora, de todos los problemas del mundo, y también de sus mayores valores.
Mientras, desde los niveles de Gobierno no hay la altura social, humana y política que estas personas merecen y cada uno de nosotros necesitamos. Europa necesita una auténtica revolución para afrontar esta situación desde los derechos humanos y con la grandeza que requiere el momento de la historia con mayor número de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
Escribo desde Sicilia, todavía agitado por la foto de Aylan, el niño muerto en la orilla del Mediterráneo y que me ha recordado a aquella foto de un niño famélico observado por un buitre que ganó en una ocasión el Premio Pulitzer. Aquella foto ayudó, pero no cambió lo suficiente la conciencia social sobre la profundidad del problema del hambre, que afecta todavía a 800 millones de personas. La foto de Aylan tiene esa dimensión histórica, de denuncia, y debe ser una urgente llamada a la acción.
Ese niño, su hermano, los otros niños que murieron en esa barca, son también nuestros hijos, como esos niños que dejaron de nacer en la película Hijos de los hombres de Alfonso Cuarón. Me lo explicó ayer Clara, fundadora de la asociación Accoglierette (Acogeremos en español) en Siracusa que agrupa a más de 200 “guardianes”. Se conoce como “guardianes” a las personas adultas que se convierten en representantes legales de más de mil menores no acompañados para que puedan solicitar asilo, y que pasan a ser parte de sus familias. Clara, embarazada de su primer hijo biológico, nos dice que ella siente que ya tiene otros hijos, y que el verles como parte de su familia ayuda a otros a entender su historia, a quererles, a que sepamos que son los hijos de todos… Me comenta: “¿Quién no querría que si su hijo está solo en un país extraño otras personas le ayudasen? Nadie. Por eso tenemos que estar a su lado, es lo que querríamos que otros hicieran por nuestros hijos, pero a veces no nos damos cuenta”.