Opinión y blogs

Sobre este blog

A sólo siete kilómetros de Siria

Carmen Suárez-Llanos González. Técnica en Incidencia en Acción Humanitaria de Oxfam Intermón @menxumenx

0

Líbano, el Valle de Bekaa, campamento Al Awdi, junio de 2016. La temperatura acaricia sin pudor y sin brisa los 40°C, el sol abrasa cualquier superficie y las sombras escasas no parecen dar tregua.

Las calles vacías, con tan solo alguna pareja de niños saliendo de una sombra para entrar en otra, marcan la hora del día (las tres de la tarde) y la época del año (pleno Ramadán). El silencio y las respiraciones tranquilas oxigenan el ambiente e invaden todo el campamento que parece en pausa.

Solo un rumor rompe este trance. A lo lejos se oyen voces y, a medida que nos vamos acercando, empieza a oler delicioso. Se trata de un grupo de mujeres y hombres que charlan con alegría en una cocina donde preparan olla inmensa de Iftar, plato tradicional con el que rompen el ayuno los días de Ramadán. Una cocina que al entrar nos recibe con un golpe frontal de unos 20°C, como mínimo, por encima de la temperatura exterior que habiéndolo dejado atrás se convierte de repente en un recuerdo de oasis de frescor en comparación; pero, sobre todo, encontramos una cocina repleta de ánimo que nos recibe con una calidez aún mayor, si cabe.

Entre estas cuatro paredes blancas se concentra lo cotidiano, estas mujeres y hombres se encargan de hacer pan para 350 hogares que reúne el campamento de Al Awdi, una pizca de normalidad en una situación dramática que algunas personas arrastran ya durante más de 5 años.

Más de 5 años hace que comenzó la guerra que provocó que estas familias que hoy celebran el Ramadán tuvieran que abandonar sus casas, lejos en el tiempo, aunque no tanto en distancia. Son solo 7 kilómetros los que separan el campamento de la frontera con Siria, 7 kilómetros de la devastación y el horror, pero también de sus recuerdos y de familiares que han dejado atrás.

Solo unas pocas personas privilegiadas viven aquí, la lista de espera es larguísima. En lugar de ello, miles de familias refugiadas se ven obligadas a vivir en los 4.164 asentamientos informales que, según datos de OCHA, existen repartidos por el país, con la amenaza constante de poder ser expulsados por los dueños de las tierras que alquilan para poder establecerse.

Líbano es un país de 4 millones de habitantes que acoge a más de 1 millón de refugiados sirios con un Gobierno agotado, sin recursos y con una comunidad local debilitada y sin acceso a servicios básicos ya desde antes del comienzo de la crisis en el país vecino.

Aliviar la situación de un país como Líbano, con una sobrecarga real, y no lo que decimos que hay en Europa, es responsabilidad de la comunidad internacional. El reasentamiento es una fórmula segura que evita que las personas, ante semejante situación y desesperación, se vean obligadas a recurrir a peligrosísimas rutas susceptibles de ser víctimas de abusos y engaños en el camino.

España, en lo que va de año, ha reasentado a 61 personas refugiadas sirias directamente desde Líbano. Si bien es cierto que de Turquía otras 56 personas ya han pisado territorio nacional, resulta importante destacar que estos compromisos se han ejecutado finalmente en las dos últimas semanas antes de vencer el plazo al que el Ministerio de Interior se había comprometido, quedando lejos de las 386 personas contempladas en dicho compromiso y más lejos aún de lo que resultaría justo para una crisis de estas magnitudes en la que se pierden vidas humanas a diario víctimas de la vulneración de unos derechos de los que Europa siempre ha parecido hacer alarde.

Mientras tanto, en Líbano, en un rincón del Valle de Bekaa, este grupo de rostros con nombres y apellidos, recuerdos y sueños, se preparan una vez más, y por quinto año consecutivo, para disfrutar del Iftar que llevan horas preparando tratando de disfrutar de una pizca de normalidad.

Líbano, el Valle de Bekaa, campamento Al Awdi, junio de 2016. La temperatura acaricia sin pudor y sin brisa los 40°C, el sol abrasa cualquier superficie y las sombras escasas no parecen dar tregua.

Las calles vacías, con tan solo alguna pareja de niños saliendo de una sombra para entrar en otra, marcan la hora del día (las tres de la tarde) y la época del año (pleno Ramadán). El silencio y las respiraciones tranquilas oxigenan el ambiente e invaden todo el campamento que parece en pausa.