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ENTREVISTA

Cuando alguien desvela cómo es el “trabajo sucio” que no queremos ver

El escritor y periodista Eyal Press, autor de 'Trabajo sucio', en una imagen de archivo.

Laura Olías

17 de noviembre de 2023 23:17 h

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El “trabajo sucio” es parte de la estructura social y del poder de todos los países, aunque no suele manchar las manos de quienes mandan. Ni de “la gente de bien”, entre la que podrían englobarse gran parte de sus ciudadanos. Eyal Press (Jerusalén, 1970), escritor y periodista estadounidense afincado en Nueva York, aborda esta realidad incómoda y la mayoría de tiempo invisible en su libro Trabajo sucio. Los trabajos esenciales y los estragos de la desigualdad, que publica en español la editorial Capitán Swing.

Pero ¿qué es el “trabajo sucio”? Aunque pudiera parecerlo, no son las tareas precarias y con malas condiciones, incluso desagradables, que la mayoría de personas prefiere evitar si tiene opción de un trabajo mejor. Puede serlo, pero no es lo que define al “trabajo sucio”, explica Press en su obra. 

Se trata de un trabajo que “causa daños considerables, ya sea a otras personas, a animales no humanos o al medioambiente, y a menudo mediante el uso de la violencia”. La que denomina “gente de bien”, miembros respetables de la sociedad, lo ven como algo malo o moralmente comprometedor, pero a la vez está supeditado a “un mandato no verbalizado” de la sociedad y de estas personas respetables, que lo consideran necesario para “mantener el orden social”. Eso sí, no lo aprueban explícitamente y recae siempre en manos de “otras” personas, que son las que se manchan las manos con estas tareas.

Eyal Press recoge en su libro las vivencias de algunas de estas personas que realizan el “trabajo sucio” en EEUU. Como Harriet, profesional de la salud mental que acaba trabajando en una prisión estadounidense, donde tiene lugar el maltrato y situaciones abusivas hacia los reclusos. O Christopher, en un programa de drones del ejército de EEUU, capaz de aniquilar a un objetivo a miles de kilómetros solo con dar a un botón. O Flor, trabajadora migrante en un matadero de pollos con condiciones nefastas para los animales y los propios empleados. 

El libro trata de acercar al lector a estos trabajadores, así como a la estructura de poder y de legitimidad/permisividad de la sociedad que tolera que sigan teniendo lugar. En EEUU y “en todos los países”, destaca Eyal Press en una entrevista con elDiario.es.

En España, podemos pensar en “escándalos” que nos recuerdan que este tipo de trabajo existe. Como en la represión de los migrantes en las vallas de Ceuta y Melilla o las condiciones en los centros de internamiento (CIE) donde se encierra a cientos de extranjeros. O en centros de menores, retratados en las noticias de manera puntual por sus excesos o incluso la muerte de algún menor. O la brutalidad policial a la que asistimos en ciertas manifestaciones o detenciones. 

¿Por qué decidió escribir sobre el “trabajo sucio” y sus trabajadores? Es posible que mucha gente no empatice con ellos al principio. No sé si usted también tenía alguna idea preconcebida sobre ellos.

Desde luego que sí. Creo que la gran respuesta a esto es que me he pasado la mayor parte de mi vida escribiendo libros sobre personas que se encuentran en situaciones moralmente difíciles. Es decir, que se enfrentan a una orden de cometer un acto que es moralmente problemático, en una unidad del ejército o en un lugar de trabajo. Son historias que he contado durante toda mi vida, siempre he estado interesado en ellas. 

En concreto, la idea de “trabajo sucio” realmente vino a través del ensayo Good People and Dirty Work, del sociólogo Everett Hughes. Hughes pasó un semestre después de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, donde se reencontró con amigos suyos y con gente que había conocido antes del ascenso del nazismo. Estos eran lo que él llamaba “gente de bien”, que no apoyaban al Partido Nazi, eran intelectuales, artistas y arquitectos... 

Pero lo que escuchó de ellos fue una especie de ambivalencia. Por un lado, que estaban avergonzados de este terrible período de odio y violencia y genocidio hacia los judíos y otros grupos. Pero, por otro lado, les oía decir, bueno, que los judíos eran realmente un problema, que vivían en guetos sucios, que se estaban llevando todos los buenos trabajos… y había que hacer algo. 

Hughes desarrolló esta teoría en la que dijo que lo que los nazis hicieron fue posible porque muchas de esas personas “de bien” callaron, que no se opusieron abiertamente a estas cosas. Y al final del ensayo dice, para mí es lo más interesante, que esta dinámica, esta relación de la “gente de bien” con el trabajo sucio existe en todas las sociedades. Que podríamos encontrar todo tipo de ejemplos que tenían el mismo tipo de “mandato tácito” de la gente de bien. Así que sentí que alguien debería hacer un estudio sobre el trabajo sucio en Estados Unidos. 

En el sostén del “trabajo sucio” el libro da un papel muy importante a la desigualdad y la pobreza. 

Una de las cosas que creo que la gente que viene de España o de cualquier país europeo ve de inmediato en Estados Unidos es el alto nivel de desigualdad. Puedes estar en una comunidad donde cada persona está luchando para ganarse la vida para sobrevivir, que no tienen atención de la salud, un lugar seguro para vivir, ni tienen barrios seguros, ni buenas escuelas... Y luego conduces tu coche y en 20 minutos estás en un barrio donde todo el mundo tiene todas estas cosas.

Pensé que este tipo de “trabajo sucio” podía florecer especialmente en una sociedad como la estadounidense, donde estamos tan divididos. Porque ¿quién termina haciendo estos trabajos? No son los hijos de los senadores o congresistas. No son los hijos de personas muy ricas que envían a sus hijos a las universidades de la Ivy League. Son, en general, la gente más pobre, la gente de color, los inmigrantes, las personas indocumentadas. Ellos hacen el trabajo sucio para que Estados Unidos siga funcionando como hasta ahora.

¿Cómo decidió qué tipo de trabajo o actividades pueden considerarse dentro de la categoría de “trabajo sucio”? 

Una parte de esto está motivado por la necesidad de encontrar gente que hablase conmigo, algo que lleva tiempo y es difícil. Me di cuenta enseguida de que una de las características comunes de todas las formas de “trabajo sucio” es que está segregado y cerrado a la sociedad. En las cárceles no se recibe a los periodistas para que puedan preguntarles a los trabajadores cómo se sienten con su trabajo o cómo lo viven. Te encuentras con una gran verja, un guardia y una burocracia que te dice que no puedes entrar.

Lo mismo ocurre con todas las demás formas de trabajo sucio que he estudiado. Así que necesitaba encontrar personas que hubieran trabajado en estas instituciones, lo que llevó mucho tiempo. El libro no es un estudio estadístico, sino de las vidas de estas personas, con las que pasé mucho tiempo. 

Luego hay otro motivo de la selección, que radica en pensar que hay dos formas de trabajo sucio. 

¿Cuáles son? 

Una son las formas de “trabajo sucio” financiadas por los contribuyentes y realizadas en instituciones públicas. Por ejemplo, el sistema penitenciario de Estados Unidos, aunque hay empresas privadas que se benefician y están presentes en él, pero es un proyecto público.

Estados Unidos tiene el sistema penitenciario más grande del mundo. No sólo en América del Norte, no sólo en el mundo occidental, sino en el mundo. Así que para mí era necesario destacar que el “trabajo sucio” que se lleva a cabo dentro de las prisiones de Estados Unidos nos implica a todos nosotros. También escribí sobre los drones de guerra, porque también es una política pública, sobre cómo se libran las guerras de Estados Unidos.

Y la otra forma de “trabajo sucio” se lleva a cabo en empresas privadas, pero está muy conectada con la sociedad debido a la forma en que los estadounidenses viven sus vidas y nuestros patrones de consumo. Aquí, por ejemplo, miro a la producción y procesamiento de carne, que es una parte central de la dieta de la mayor parte de los Estados Unidos. 

Mencionaba antes la desigualdad, pero ¿cuánto hay de responsabilidad y posibilidad de elección de estos trabajadores? 

Cada pocos meses, aparece una historia en las noticias sobre un terrible abuso en una prisión de EEUU. Y la gente ve, por ejemplo, a jóvenes que fueron retenidos en condiciones horribles y golpeados por los guardias, o incluso personas que murieron. De esas historias, muchas veces se señala como la parte culpable al guardia o los guardias que estuvieron involucrados. Aquí están los culpables, ellos son los que tienen las manos manchadas. 

En el libro intenté mostrar que esto es muy conveniente. Es muy conveniente culpar a los trabajadores, pensar que son gente terrible y no preguntarse: “Un momento, ¿en qué condiciones trabajan? ¿Por qué las cárceles están tan abarrotadas? ¿Por qué tienen tan pocos recursos?”.

O “¿quién consigue un trabajo de guardia de prisiones en Estados Unidos?” Porque es lo que los sociólogos llaman un trabajo de “último recurso”, para la gente más pobre, con menos estudios, que no puede conseguir otros trabajos donde elegir. Es un trabajo que tiene muy poco prestigio, de hecho, tiene cierto estigma. La gente no dice “soy un guardia de una prisión”, porque tiene vergüenza.

A lo largo de todo el libro quiero que el lector reflexione sobre quién hace este tipo de trabajos y cuestione el impulso de culparles simplemente por ello. Tampoco es que estén libres de culpa. Para mí como escritor, las historias más interesantes son las historias ambiguas, las moralmente complejas, en las que es muy difícil emitir un juicio. 

Creo que las historias en blanco y negro simplifican la realidad y los protagonistas del libro son actores grises, inspirándome en el gran Primo Levi y su famoso ensayo La zona gris. Son personas que hacen cosas que están mal, pero que tú podrías haber hecho si estuvieras en su lugar. La gente debe preguntarse: ¿Qué habría hecho yo en una situación así? ¿Y cuál era la dinámica de poder? ¿Cuál era la jerarquía de poder en esas instituciones para crear esa elección?

Quería preguntarle por la legitimidad social de algunos de estos “trabajos sucios”, sobre todo pienso en el ejército o en las fuerzas policiales. Sus trabajadores pueden justificarse diciendo que solo cumplían órdenes, aunque cometan actos terribles. Por ejemplo, en las guerras. Lo podemos ver ahora mismo en Israel y Palestina. ¿Qué mensaje envía el libro a la sociedad sobre nuestra responsabilidad en este trabajo sucio?

Me alegro de que hayas sacado el tema de Israel y Palestina, porque nací en Israel y he escrito sobre la ocupación y sobre soldados israelíes en los territorios ocupados en un libro que trata sobre personas que desafían y desobedecen órdenes injustas. Pienso que los soldados que están en los territorios ocupados están haciendo el “trabajo sucio” para la sociedad israelí. Están allí para vigilar y patrullar esos lugares, para asaltar las casas de la gente, para privarles de sus derechos y, mientras tanto, todos los demás pueden hacer su vida. El caso de Israel es un poco diferente, en el sentido de que la mayoría de la gente sirve en el ejército, pero la dinámica del “trabajo sucio” también existe.

Como he dicho, el trabajo sucio existe en todas las sociedades. En Estados Unidos, señalo a los drones que se utilizan en las guerras, una forma de guerra muy alejada de la vida cotidiana de los estadounidenses. De hecho, durante toda “la guerra contra el terrorismo”, la mayoría no tenían ninguna conexión con la guerra. Podían ir a los cafés, vivir sus vidas y actuar como si estuvieran completamente separados de esta película. Pero, por supuesto, los drones, Guantánamo y todas estas cosas se hicieron en nombre del pueblo estadounidense.

Y no es que todo el mundo lo aprobara, ni estuviera a favor de la tortura o de las ejecuciones extrajudiciales. Pero no se habla mucho de ello. Y creo que esto es parte del “trabajo sucio”. 

El “trabajo sucio” no es sólo algo que viene del pasado, que vamos dejando atrás, ¿no? Pensaba en el ejemplo de los drones o, no sé si ocurría antes de Donald Trump, pero recordaba la imagen de niños inmigrantes en jaulas hace pocos años. ¿El libro pretende concienciar a la sociedad sobre los peligros del “trabajo sucio” en el presente y futuro?

Absolutamente. Uno de los puntos del libro es que el “trabajo sucio” no solo ocurre bajo el mandato de Trump, un republicano. Muchos lectores más progresistas querrán pensar eso, pero el programa de drones se expandió masivamente bajo el mandato de Barack Obama. El sistema penitenciario de Estados Unidos fue construido tanto por demócratas como por republicanos, como Joe Biden cuando era senador, que votó a favor de la ley contra el crimen de 1994, que amplió enormemente el sistema penitenciario en Estados Unidos y aumentó el castigo por los crímenes.

En un mundo globalizado, existe la posibilidad de externalizar lo que no queremos ver, como el trabajo infantil o la violación de los derechos humanos en la producción de artículos que compramos y consumimos. ¿Cree que los países ricos están externalizando mucho “trabajo sucio” hoy en día? Por ejemplo, en Europa, con más derechos laborales y más presencia de los sindicatos que en EEUU. 

Por supuesto que sí, en la última parte del libro aludo a esto. Creo que en el futuro habrá dos formas de trabajo sucio más comunes. Una es esta misma: la externalización del “trabajo sucio” a lugares remotos del mundo. Por ejemplo, los teléfonos u otros dispositivos que tienen cobalto en la batería provienen de minas donde los trabajadores, muchos de ellos niños, son brutalmente explotados. 

La otra forma que adoptará el “trabajo sucio” son las máquinas. Simplemente, dejaremos las tareas más desagradables, las actividades y trabajos moralmente más traicioneros a las máquinas. 

La gente podrá decir que son máquinas quienes realizan este trabajo, no nosotros, las personas, pero por supuesto que lo somos. ¿Quién diseñó las máquinas? Somos quienes les damos poder, por ejemplo a la IA (inteligencia artificial) o los algoritmos. 

Por último, ¿qué podemos hacer para acabar con este trabajo sucio? ¿Debemos informar más y mejor sobre ello? Aun así, creo que tenemos mucha información y, siguiendo con el ejemplo de Israel y Palestina, vemos muchas cosas horribles de lo que sucede. ¿Qué opina?

Podemos hacer mucho, pero esto requiere de una acción política colectiva. Cuando la gente oye hablar del “trabajo sucio”, a veces hay un impulso personal de no querer participar en ello. Por ejemplo, respecto a las terribles condiciones en una fábrica de carne y un matadero, hay gente que decide que solo va a comprar carne orgánica criada en granja. 

Son decisiones morales que la gente puede tomar, que son importantes, pero no cambian el problema de fondo. Este sólo puede cambiar con una decisión colectiva. Por ejemplo, si decidimos que no se debería permitir que los mataderos de Estados Unidos contraten a personas que son tan maltratadas y abusadas. En algunos de los mataderos sobre los que escribí, alrededor del 100% de los trabajadores cambian cada año porque las condiciones son nefastas. Cuando se lesionan, como ocurrió con muchos, se les descarta, son sustituidos. 

Ese tipo de cosas sólo se pueden cambiar colectivamente, a través de las leyes laborales, la regulación de los negocios. 

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