Boeing está deseando pasar página en el calendario. El gigante estadounidense de la aviación comenzó el año con el accidente de uno de sus aviones, de Alaska Airlines, que tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia tras perder parte del fuselaje y una puerta en pleno vuelo. Un incidente, afortunadamente sin víctimas, que puso bajo revisión sus modelos 737 Max, que ha hundido sus resultados y le ha obligado a cambiar de consejero delegado. Ahora, meses después, vive una nueva crisis, esta vez laboral que puede conllevar nuevos retrasos en sus pedidos.
La mayor parte de su plantilla en Estados Unidos ha parado en seco. Una huelga que echó a andar el pasado 13 de septiembre y que afecta a más de 30.000 trabajadores de las plantas que tiene en los Estados de Washington y Oregon. El 96% de los empleados votó a favor del paro por no estar de acuerdo con las mejoras salariales propuestas por la empresa.
El planteamiento inicial de Boeing pasaba por una subida salarial del 12% repartida a lo largo de varios ejercicios. Tras una fase de negociaciones, ese porcentaje se subió hasta el 25% en una oferta que tanto la empresa como representantes sindicales calificaron de “histórica”, porque pensaban que iba a tener el respaldo de la plantilla. No fue así.
En realidad hay más mar de fondo. Los trabajadores se quejan de que los sueldos llevan más de una década sin alzas, mientras que sí les han crecido los gastos ligados a los seguros médicos que tienen que costearse y parte de la carga laboral de las fábricas de esos dos Estados se ha derivado a otras factorías de la multinacional. “Probablemente no pensaron que tuviéramos suficiente respaldo para llevar a cabo huelga”, aseguró a Reuters, un mecánico de Boeing, Kushal Varma. “Pero este es un movimiento de gente que está dispuesta a arriesgar su sustento para conseguir lo que es justo”.
La falta de acuerdo y la tensión entre empresa y plantilla ha derivado en que tenga que intervenir la Administración, a través del Servicio Federal de Mediación y Conciliación para tratar de encontrar una “resolución mutuamente aceptable”, según reflejó en un comunicado. De momento, Boeing ha subido su propuesta de subida salarial hasta el 30% y ha dado de plazo a la plantilla hasta el 27 de septiembre para aceptarla.
La derivada de esta huelga es que el gigante aeronáutico podría estar perdiendo cerca de 100 millones de dólares al día, según las estimaciones realizadas por Bloomberg, y puede sufrir retrasos en las entregas que ya tenía programadas. Así lo apuntó el consejero delegado de Ryanair. “Boeing nos ha dicho que la huelga retrasará las entregas de aviones en dos o tres semanas”, aseguró a la prensa. “No estamos seguros”, sobre los tiempos, reconoció Michael O'Leary, que tiene pendiente la entrega de una treintena de aeronaves. “No tenemos otra opción que trabajar con Boeing una vez termine la huelga, para ayudarlos y recuperar las tres, cuatro, cinco o seis semanas de retrasos”.
Revés en bolsa y en resultados
La prueba de la complicada situación de Boeing en estos meses se ve en cómo va su valoración en bolsa. La multinacional es un gigante global y solo tiene un rival, el consorcio europeo Airbus. En lo que va de año, la compañía norteamericana ha perdido más del 40% de su capitalización bursátil. Aún así, vale más de 96.000 millones de dólares, el equivalente a unos 86.000 millones de euros. Mientras, su competidora europea, supera los 105.000 millones de euros y eso que tampoco lleva un buen año en el parqué, porque ha perdido algo más de un 4% de capitalización en lo que va de 2024.
Los resultados tampoco la han acompañado, precisamente por el accidente y las revisiones de seguridad y de pedidos que ha conllevado. De momento, ha presentado las cifras de la primera mitad del año, que cerró con unos números rojos de 1.794 millones de dólares. También se recortaron sus ingresos, un 11%, aunque pese a todo facturó más de 33.400 millones. En la primera mitad del año, Boeing entregó a las aerolíneas 175 aviones, cuando en el mismo periodo del año anterior fueron más de 260.
Esta situación llevó a la multinacional a tratar de dar un giro al guión con el relevo de su consejero delegado, Dave Calhoun. El elegido para sustituirlo es alguien de fuera, con el objetivo de cambiar el modelo de gestión: Robert 'Kelly' Ortberg. Se trata de un directivo con experiencia en el sector aeronáutico, sobre todo en la parte de componentes ligados a la aviación y a la industria de la defensa. De hecho, los contratos con el Pentágono son una de las partes más jugosas de la actividad de Boeing.
Al ser nombrado en agosto, Ortberg reconoció en un mensaje a la plantilla que hay “mucho trabajo por hacer en la compañía”. “Seré transparente en cada paso del proceso”, aseguró y “también sobre dónde debemos hacer las cosas mejor”. “Van a comenzar a recibir informes periódicos míos”, a través de correo electrónico y canales internos, donde “daré actualizaciones de lo que veo y escucho en el terreno”.
A las semanas de su nombramiento, el nuevo CEO se ha encontrado con la huelga. Y una de las medidas para tratar de contrarrestar el impacto en gastos ha sido bajar el sueldo a la dirección y aplicar una especie de recorte temporal de empleo para altos cargos, de una semana al mes, mientras duren los paros.
Boeing dice que quiere ser más transparente para volver a ganarse la confianza de trabajadores, clientes, inversores y del regulador. Este último ya le ha pedido cambios. La Administración Federal de Aviación estadounidense (FAA en sus siglas en inglés) le insta a dar un giro a su estrategia. “Tiene que haber un cambio de cultura en Boeing. No pueden volver a los niveles normales de producción de aviones si no lo hay”, aseguró su responsable, Mike Whitaker, durante una comparecencia ante el Comité de Transportes e Infraestructuras de la Cámara de Representantes.