Este invierno Patricia (nombre ficticio) no está poniendo apenas la calefacción. “Acuesto a los niños con el body, su camiseta térmica, el pijama de pelo, una manta y el edredón”, cuenta. Tiene trabajo y su pareja también, pero en los últimos meses han tenido que recortar “de donde sea”. Esto incluye ya algunos artículos de alimentación, “caprichos como el paté y la nutella”. Desde hace meses no compran ropa, aunque su pareja necesitaría unas zapatillas nuevas. También se acabó tomar algo los fines de semana como antes. “Con estos salarios y cómo ha subido todo, es que el dinero no llega a final de mes”, explica la trabajadora.
Como ella, las cuentas de muchos hogares se resienten por un mal que Patricia tiene muy bien ubicado: “La inflación”. Precios récord en varias décadas, que afectan “a todo” y en especial a consumos muy básicos, como la energía y la alimentación. Y, mientras, la otra cara de la moneda protagonista de 2022: que los salarios han subido mucho menos (si es que lo han hecho).
En un país como España, con una gran cantidad de precarios, este cóctel ha llevado al límite a familias como la de Patricia. A adaptar sus vidas en cuestiones necesarias incluso, como calentar sus casas en pleno invierno. 2022 es el año de la inflación, pero para muchas personas es también el año en el que empezaron a sentirse “pobres” o “clase baja”. Así lo advertía hace unos meses Funcas, teniendo en cuenta las respuestas de los ciudadanos en el CIS.
“¿A qué clase social diría usted que pertenece?” Es la pregunta que el CIS lanza a los ciudadanos en sus barómetros para que digan lo primero que les viene a la cabeza y que en 2022 sufrió una alteración relevante. La gente que se considera “clase baja” o “pobre” escaló de repente. Venía manteniéndose en torno al 8% y, sobre todo a partir del verano, subió hasta situarse alrededor del 12,5% en cuestión de meses. Un aumento notable en un indicador bastante estable y que va de la mano de la caída de un pilar muy numeroso y aspiracional para muchos ciudadanos: quienes se nombran “clase media”.
Este aumento es mayor en las zonas rurales y ciudades más pequeñas, donde ya el porcentaje de personas que se identificada de clase baja o pobre era mayor. La coincidencia se corresponde con la realidad material: la renta media es mucho mayor en las grandes ciudades, donde hay más profesionales cualificados y más concentración de la riqueza.
Dejar de sentirse clase media
“No hay un aumento ni una caída radical, pero los datos son relevantes y apuntan en la misma dirección. La gente se siente peor desde un punto de vista subjetivo”, explica Elisa Chuliá, directora de Estudios Sociales de Funcas. Hay un trasvase de arriba a abajo, que hace intuir un deterioro de la economía de estos hogares. “El mensaje lo analizaría como: 'Me está yendo peor”, coincide Víctor Pérez Guzmán, analista de datos en la agencia de investigación 40DB.
El dato del CIS da cuenta de la “clase social subjetiva”. Es decir, no se refiere a la clase a la que pertenecen realmente los ciudadanos, sino en cuál se ubican. Ambas variables no siempre coinciden y esto tiene repercusiones importantes. Desde cómo nos vemos, nuestra percepción social respecto al resto de la población, nuestras expectativas y actitudes ante la vida, entre otras.
“En general hay una deseabilidad social de encuadrarse dentro de la clase media. Por eso tenemos tanta clase media, tan poca clase alta, así como un menor porcentaje de quienes se identifican en clase baja y trabajadora”, explica Pérez Guzmán. Si se atiende a los datos objetivos de riesgo de pobreza, por ejemplo, esta alcanza a un 21,7% de la población, dato que está muy por encima de quienes se perciben como “clase baja” o “pobre”.
"La renta no define la clase, hay personas con los mismos ingresos que son de clase sociales distintas porque tienen oportunidades vitales diferentes
Pero ¿qué es ser clase media? La definición objetiva no tiene una respuesta única. Mientras los economistas se suelen inclinar por variables de renta, cubriendo a la población con dinero un poco por debajo y por encima de la mediana, los sociólogos consideran otras muchas variables, como la formación, el tipo de trabajo y el entorno de la persona que completan un “estatus social” con cierto bienestar para vivir. “El ingreso no define la clase sino que es un efecto de la clase”, argumenta José Saturnino, sociólogo especializado en clases sociales y desigualdad, que destaca que “el mismo nivel de ingresos puede englobar a clases sociales distintas”.
Saturnino enfrenta la siguiente imagen: un joven funcionario, con educación superior y un entorno familiar que puede servirle de colchón, frente a un obrero de origen humilde y con estudios básicos “que cobren lo mismo”. “No son de la misma clase social aunque tengan los mismos ingresos. Tienen opciones de progresar en la vida muy diferentes. No podemos confundir el efecto, que es la renta, con la clase, que configura muchas oportunidades vitales”, desarrolla el sociólogo.
Esas oportunidades diferentes se reflejan en el siguiente gráfico, considera José Saturnino. Muestra cómo ha aumentado la autopercepción de clase pobre o baja en el último año según el nivel de estudios.
Aunque se incrementa en todos los casos, lo hace mucho más entre quienes no tienen formación o esta es básica, que tienen más papeletas de estar en clases sociales más bajas que las personas con más cualificación.
Ocurre lo mismo entre las personas que desempeñan empleos manuales o de servicios frente a aquellas ocupadas en empleos técnicos, profesionales de nivel medio o superior.
Porque los precios están disparados para todos, pero no hacen el mismo roto en todos los hogares. En algunos casos, impiden ahorrar tanto o pueden moderar algunos gastos más superfluos. En otros, condicionan qué alimentos entran en la cesa de la compra.
También pueden obligar a despedirse de consumos hasta entonces habituales, como salir a cenar el fin de semana, tomar algo a la salida del trabajo o poder irse de vacaciones. Prácticas que constituyen “un estilo de vida”, señala José Saturnino, que hace que personas incluso con bajos ingresos se ubiquen en la clase media, “como el resto”. “No es lo mismo tomar una caña en el Bar Paco del barrio que en Malasaña, en el centro de Madrid, donde es mucha más cara”, reconoce el sociólogo, pero este tipo de ocio alimenta también la imagen cultural de clase media.
Cuando hay que renunciar a todo esto, e incluso más, porque el bolsillo no da para más hay quien se descuelga mentalmente de ese macizo que constituye la clase media. “Puede parecer un salto pequeño, pero es relevante. Antes aunque no tuvieran muchos ingresos se sentían clase media o clase media-baja y estaban 'dentro', donde todo el mundo quiere estar”, explica Víctor Pérez Guzmán. Y ya no. Se han descolgado.
La inflación como “puñetazo en la cara”
Los especialistas consultados coinciden en que la inflación es la principal hipótesis que motiva este rápido auge de las personas que se sienten pobres o clase baja. “Nos está golpeando fuerte en la cara. Bajar al supermercado a hacer la compra es un puñetazo directo”, destaca José Saturnino, en contraste con otros problemas o crisis económicas con efectos menos inminentes o claros para la ciudadanía.
Se refleja también en la edad de quienes han empeorado más su autopercepción, valora Elisa Chuliá, también profesora de Sociología de la UNED. Se trata de las personas en edad de trabajar, exceptuando a los más jóvenes, de menos de 24 años, “que en España en general no están independizados”. Es decir, el empeoramiento se ubica entre quienes son responsables de la economía familiar, los y las cabezas de familia.
Elisa Chuliá destaca cómo los mayores de 65 años registran un aumento de la percepción de “clase baja” y “pobre” algo inferior, que puede tener sentido con el anuncio de la revalorización de sus pensiones según los precios, que se ha llevado a cabo este mes de enero. En cualquier caso, el porcentaje de población que se ubica en este estatus bajo o pobre es mayor entre los jubilados que en otros grupos de edad. Entre las posibles causas, no hay que olvidar que gran parte de las pensiones que se perciben en España a día de hoy son de cuantía muy reducida.
Nombrar la pobreza y desestigmatizarla
Posiblemente gran parte de las personas que han pasado a considerarse “clase baja” o “pobre” ya lo fueran antes de la inflación. La pobreza alcanza a diez millones de personas en España, pero no se ve en muchos casos, como destaca la socióloga Leire Salazar. “Se piensa todavía que una persona en situación de pobreza es alguien que está sin hogar y pidiendo dinero en la calle, pero puede serlo también nuestra vecina de al lado”, coincide Aitana Alguacil, técnica de Incidencia EAPN-ES.
La pobreza en países ricos como España se mide de manera relativa, en relación al resto de la sociedad, y alcanza a personas con ingresos inferiores al 60% de la renta mediana. “Una persona en pobreza puede estar trabajando, de hecho, hay un 14% de trabajadores pobres en España. Puede ser una persona a la que no le da para pagar la vivienda, que tiene que elegir si pagan una factura o compran unas zapatillas a sus hijos. Decisiones cotidianas con necesidades básicas que generan situaciones de estrés y ansiedad tremendas y que las sufren muchas familias que no saben incluso que están en riesgo de pobreza”, prosigue Alguacil.
La no identificación o aceptación de situaciones de vulnerabilidad existentes también es problemático. Por ejemplo, porque puede que personas con derecho a ayudas, como el ingreso mínimo vital, no las pidan. Esto requiere de un esfuerzo colectivo, apunta la especialista de la EAPN, porque una de las causas de esta situación es la estigmatización de la pobreza.
“Por eso trabajamos mucho la aporofobia, que no es solo el odio a las personas pobres sino también culpabilizarles de su situación. Tenemos muchos ejemplos, como cuando se dice que la gente no trabaja para recibir ayudas. Es un discurso muy fácil, que no es cierto y que genera un desprecio a quien las necesita”, alerta Alguacil.
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