“¿Quién? ¿Simone cómo? No lo había oído. Pobre chica”. Carmen, comercial de una compañía de seguros que ha entrado en la cincuentena, tiene que complementar su salario con la limpieza en casas para cuadrar las cuentas a fin de mes. Ajena a la mediática retirada de la gimnasta Simone Biles en los Juegos Olímpicos y a su alegato sobre los problemas de salud mental, sabe bien qué es sentirse sobrepasada e incapaz de actuar. “Hasta el punto de tener que tomarme un lexatin porque temblaba toda delante del ordenador sin poder encenderlo”, explica la trabajadora. “¿Y la muchacha lo dejó después de llegar hasta ahí?”, reflexiona, entre la sorpresa y la admiración ante el paso de Biles.
Cuando millones de ojos estaban pendientes de qué piruetas haría en Tokio, la estrella mundial de la gimnasia dio un paso al lado y puso ante los focos sus problemas de salud mental, alimentados por una enorme presión y expectativas sobre la deportista. Lo hacía solo unos meses después de que la tenista japonesa Naomi Osaka, en ese momento número dos del mundo, se marchara de Roland Garros por ansiedad. “Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos”, explicó Biles sobre por qué había dejado la pista, en lo que muchos han celebrado como un importante gesto para visibilizar estas patologías.
“Esto se habla mucho solo en petit comité. Estás mal, pero tampoco se comenta... Luego hablas con las compañeras y todas estamos igual, que no aguantamos, que es horrible...”, cuenta Carmen, que cuando comenzó en su puesto hace cuatro años tenía entre ocho y siete compañeras en su departamento. “Ahora a veces somos solo dos. La cosa ha ido cada vez peor, cada año peor y ya con la pandemia... Antes me gustaba mi trabajo, pero ahora es terrible. Tenemos menos personal y mucho más trabajo, así que es imposible llegar a todo”, explica.
Ante lo sucedido con Biles, el tenista Novak Djokovic afirmó que la presión es “un privilegio”. Para Carmen, el privilegio sería poder parar. “No puedo dejarlo. ¿A dónde voy?”, dice señalándose. Como mujer de más de 50 años y sin estudios superiores, esta teleoperadora con funciones comerciales se resigna a continuar en su puesto en estas condiciones. Siente que no tiene otra opción. “Lo decimos continuamente a los superiores, que no damos abasto, que se necesita personal, que no podemos más... La respuesta del millón: 'Es lo que hay'. La escucho mil veces al día. Que las cosas están mal. Pero es que así no se puede trabajar”, reflexiona.
Un gran riesgo para la salud
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, apuntó hace unos días al origen laboral de muchos problemas de salud. “Se está extrayendo y automatizando la salud mental como algo individual a las personas. Una de las principales razones del deterioro de la salud mental tiene que ver con la precariedad laboral”, sostuvo en una entrevista en Público, en la que adelantó que el Ministerio creará en septiembre un grupo de expertos para analizar esta realidad.
La ansiedad y la depresión son los problemas de salud mental con mayor prevalencia en España. Un 6,7% de los mayores de 15 años las padecen, según los datos de la Encuesta Nacional de Salud ENSE, de 2017. Pero la pandemia ha empeorado mucho estas enfermedades, advierten los especialistas, que ven cómo la atención se desborda en unos servicios públicos debilitados. “La ratio de psiquiatras en el sistema público de salud es de 8 por cada 100.000 habitantes en España. La media europea es del 13 y pico”, dice el doctor Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Cuando vienen mal dadas, como está pasando ahora, se ponen en evidencia las carencias que ya existían”, sostiene.
Si se trabaja a 'alta tensión', la cardiopatía coronaria puede ser un 34% más frecuente, el infarto cerebral, un 24%, y padecer ansiedad y depresión, un 82%
Arango recuerda que se puede experimentar ansiedad en algunas ocasiones sin que la persona sufra un problema de salud mental. “No lo podemos psicologizar, ni psiquiatralizar todo. Se puede sentir tristeza sin estar en depresión y tener ansiedad sin que sea una enfermedad. Lo patológico es lo que se sale de lo esperable y nos afecta en nuestra vida. Que tenga tanta crisis de angustia que me bloqueo y no puedo escribir, por ejemplo”, resume el psiquiatra.
Es difícil estimar el número de trastornos que se deben al trabajo. En muchas ocasiones hay varias causas que contribuyen a ellos y a veces se forman “círculos viciosos” en los que la persona no está bien por otros motivos y el trabajo empeora su salud mental. De lo que sí hay evidencia, señala Albert Navarro, doctor en Salud Pública, es de que algunas prácticas laborales elevan muchísimo el riesgo de padecer problemas de salud.
Si se trabaja a 'alta tensión', la cardiopatía coronaria puede ser un 34% más frecuente, el infarto cerebral, un 24%, y padecer ansiedad y depresión es un 82% más frecuente, recoge un reciente estudio del grupo de investigación que coordina Navarro, el POWAH de la Universidad Autónoma de Barcelona, junto a ISTAS-CCOO.
Trabajar con 'alta tensión' se define como tener más carga de trabajo de la que el empleado puede sacar adelante en la jornada, junto a una falta de autonomía o de influencia sobre sus tareas. Una de las actuales amenazas pasa por el gran aumento de trabajadores que están expuestos a 'alta tensión', que se ha disparado con la pandemia. Este 2021, casi la mitad de los asalariados encajaban en esta circunstancia de gran presión laboral, según la encuesta de POWAH e ISTAS-CCOO entre 25.100 participantes realizada en los meses de abril y mayo. En 2020, en plena pandemia, el dato era similar, disparado respecto al último registrado, “del 22,3% en 2016”, subraya Albert Navarro. Una investigación inédita de la OMS de este año cifró en 745.000 las muertes anuales en el mundo debidas a jornadas de trabajo prolongadas.
La causa es la precariedad laboral, pero no solo
La precariedad se constata en varios estudios como un factor que eleva el riesgo de sufrir problemas de salud mental. Así se ha comprobado respecto a la situación de desempleo, por ejemplo. “Quienes se encontraban en situación de desempleo refirieron una prevalencia dos veces mayor que quienes estaban trabajando (7,9% vs. 3,1% en el caso de la depresión y 9,4% vs. 4,4% en el caso de la ansiedad crónica)”, recoge la Encuesta Nacional de Salud de 2017.
El mencionado estudio del POWAH y CCOO evidencia por otro lado que las personas cuyo salario no cubre las necesidades básicas presentan peores indicadores de bienestar. El riesgo de padecer algún problema de salud mental alcanza al 73,8% de los entrevistados de escaso salario, frente al 52,3% que llegaban a cubrir los gastos con sus sueldos.
Pero las enfermedades de salud mental ligadas al trabajo no se deben solo a la precariedad. Los riesgos psicosociales engloban toda una serie de prácticas laborales que ponen en riesgo la salud mental de los trabajadores, como las elevadas cargas de trabajo, la escasa comunicación en las empresas, una mala organización, el acoso psicológico y sexual, entre otros. “Hay muchos pacientes que llegan por una alta exigencia en sus puestos de trabajo, además de la carga de tareas, debido a las responsabilidades que asumen. También acuden mucho por una elevada exigencia en lo que hacen, que siempre buscan que esté perfecto...”, afirma Sonia Castro, psicóloga en el IEPP (Instituto Europeo de Psicología Positiva).
Además de las cuestiones de personalidad y genética individual, la especialista subraya que existen muchos factores de riesgo que llevan a los trabajadores a estas situaciones, como el entorno de trabajo, la organización laboral en la que está inserta esa persona, así como otras cuestiones sociológicas. “Puede ser algo aprendido desde pequeños, cuando nos dicen a menudo que tenemos que ser los mejores, los más guapos, los más listos”, anota como ejemplo. “O la forma de vivir en la actualidad, cada vez más multitarea, enganchados todo el tiempo mediante dispositivos digitales y sin capacidad de desconectar en muchos casos”, añade Castro.
“Muchas enfermedades son evitables”
Detectar los riesgos psicosociales en las empresas y combatirlos podría evitar que muchas personas enfermaran, subraya Albert Navarro. “No es solo que estemos ante cosas prevenibles, es que estamos ante trastornos evitables”, advierte el doctor en Salud Pública, que reclama más implicación de las empresas. José de las Morenas, coordinador de Salud Laboral de UGT, critica que muchas empresas todavía no abordan los riesgos psicosociales dentro de las obligadas evaluaciones de riesgos laborales. Solo un 44% de las compañías dice tener procedimientos para prevenir el estrés.
“Los riesgos psicosociales ya no son nuevos, llevamos años hablando de ellos. Pero lo que no se ve, no se mide ni se previene. Por eso es tan importante visibilizar estos problemas y perseguirlos”, indica el sindicalista, que celebra que la Inspección de Trabajo haya aprobado un criterio específico sobre esta materia para guiar a los funcionarios de la autoridad laboral en este tema. “Es necesario un plan de choque contra la siniestralidad que incluya los riesgos psicosociales. Hay que aprovechar la visibilidad que está teniendo ahora la salud mental, con ídolos que hablan de ella, para poner el tema de una vez sobre la mesa y aprobar medidas”, considera De las Morenas.
Para las enfermedades y trastornos que no se puedan evitar, los especialistas piden facilitar el tratamiento. A la consulta de Sonia Castro cada vez acuden más jóvenes. Y lo más importante: acuden antes. “No hay que esperar a estar muy mal para ir a terapia. Muchas veces ocurre, a la gente le cuesta mucho dar el paso y lo hacen cuando hay ya una sintomatología muy intensa”, sostiene la psicóloga. Castro y el doctor Celso Arango coinciden en la necesidad de unos servicios públicos suficientes. “No podemos decir a la gente que dé el paso y que luego se encuentren con unos servicios públicos colapsados y listas de espera de un año para ver a un niño o a un adolescente. Eso es lo que no puede ser”, critica el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría.