“Si a la nueva economía le quitas las apps y la tecnología, las relaciones laborales que quedan son muy primitivas”
La cuarta revolución industrial es un mito que se desmorona a medida que habla el profesor neozelandés de la Universidad de Tecnología de Sídney y experto en sociedad y mundo laboral Peter Fleming (Otane, 1972). Fleming, firma habitual del diario británico The Guardian, explica en esta entrevista con eldiario.es que el desarrollo tecnológico experimentado en los últimos treinta años ha generado una nueva economía en la que se han agudizado las peores derivas del capitalismo.
El último libro de Fleming se titula Sugar Daddy Capitalism (Ed. Polity, 2019). El volumen versa sobre “el lado oscuro de la nueva economía”. Lleva en el título una referencia a un negocio tan prospero como cuestionable. Existen aplicaciones en la nueva economía que permiten a hombres acaudalados – los sugar daddies de estas apps – pagar por hacerse con la compañía, durante una o varias citas, de una joven necesitada de recursos financieros.
“En los países en los que el trabajo sexual es legal [como en Nueva Zelanda], las trabajadoras sexuales están más o menos organizadas. Existen organizaciones que las protegen en materia de remuneración, por ejemplo. Pero en la situación de una sugar babe, el cliente puede pasar por encima de esa protección”, lamenta Fleming. Él ve en ser sugar babe – la chica que acepta salir con el hombre adinerado – una representación del lugar al que lleva la última versión del neoliberalismo.
La sugar babe, denuncia Fleming, no es una trabajadora, como tampoco lo es el conductor de la aplicación Uber. “Este tipo de trabajos representan, en realidad, la desregulación del trabajo en el mundo occidental, algo que va acompañado de la reducción del peso de los sindicatos y de las protecciones del estado”, estima Fleming.
¿Qué es lo que va mal en la nueva economía?
La nueva economía es muy parecida a la antigua y a las promesas que ésta ya formulaba. Se supone que la nueva economía iba a liberarnos de todo lo aparatoso que había en el trabajo, que nos iba a liberar de todo lo que nos hacía estar aburridos en el trabajo. Sin embargo, el problema de la nueva economía es que es una versión aún peor de la antigua. Toma las peores derivas de la antigua. A saber, la inseguridad, la dependencia del patrono o el miedo de perder nivel económico.Además, amplifica esas tendencias.
Estamos ante el regreso de una forma muy antigua de explotación, aunque está envuelta en un aura de novedad en la era de las aplicaciones y la digitalización. Pero eso es todo una superficie que recubre la realidad de la nueva economía, donde predominan las relaciones de la antigua, ya sea la servidumbre o el trabajo sin fin.
Eso es lo que usted llama, precisamente, “Capitalismo de sugar daddy”.
Sí. Estas características de la nueva economía se encuentran en esas, por así decir, páginas web de citas que son ya muy populares en muchos países, incluidos España, Alemania, Reino Unido o Estados Unidos. Es una idea que viene de Silicon Valley que permite digitalizar las relaciones humanas, del mismo modo que ya lo hacen Uber o Facebook.
Pero en el caso de las aplicaciones para sugar daddies, si eres un hombre con dinero y poder, puedes ponerte en contacto con una mujer joven y guapa, que probablemente esté en la universidad y que necesite algún tipo de ayuda económica. Hay quien dice que estamos ante una forma de trabajo sexual pero que no precisa de pasar por la industria del sexo.
¿Qué relación guarda ese modelo de negocio con el mundo laboral actual?
Es una metáfora de esa forma casual que está adoptando el trabajo en muchos ámbitos. Una sugar babe es, de facto, una trabajadora sexual. En los países en los que el trabajo sexual es legal, las trabajadoras sexuales están más o menos organizadas, existen organizaciones que las protegen en materia de remuneración, por ejemplo. Pero en la situación de una sugar baby, el cliente puede pasar por encima de esa protección. Porque a ella ni siquiera se la considera una trabajadora.
Ella es una ciudadana media, del mismo modo que el conductor de Uber no es un taxista. Es un hombre que tiene ese trabajo a ratos. Este tipo de trabajos representan, en realidad, la desregulación del trabajo en el mundo occidental, algo que va acompañado de la reducción del peso de los sindicatos y de las protecciones del Estado. Al final, en estas relaciones de la nueva economía tienes a alguien con dinero y alguien que lo necesita, y no existe factores que sirvan de mediación entre la parte débil y la fuerte.
¿Es así que llegamos a los que usted llama “wiki-feudalismo”?
Esta es una de las grandes paradojas de la era de la digitalización, algoritmos y big data. Todo eso podría significar un paso adelante para el mundo laboral, pero los canales en los que se han implementado llevan a un retroceso. De hecho, estamos ante lo que yo llamo “barbarismo-binario”, que tiene más que ver con las primeras formas de capitalismo que existieron. En realidad, esa es nuestra situación, aunque, con un toque digital.
La digitalización es casi una ideología según la cual sus avances nos muestran el futuro a base de novedades e innovación. Pero si a la nueva economía le quitas las aplicaciones y la tecnología, te quedan unas relaciones laborales que son muy primitivas. Son relaciones en las que a los individuos se les deja expuestos y muy vulnerables frente a los Harvey Weinstein [productor de cine estadounidense acusado de abusos sexuales a mujeres que incluía en sus proyectos] del mundo.
¿Se suceden demasiado rápido los avances tecnológicos para actores sociales que protegen a los trabajadores, como los sindicatos o el estado?
Creo que el Estado siempre ha sido problemático. El Estado nunca fue, en realidad, el marco en el que operaron los trabajadores en la historia del capitalismo. El Estado siempre ha estado del lado del agresor. Creo que el Estado ha contribuido, de hecho, a destruir el movimiento de los trabajadores entre los años 80 y 90. Lo hizo imponiendo la idea del “mercado libre”, que no es libre, porque la competición está llena de monopolios.
El Estado se retiró en su día para adoptar una posición de observador de lo que está pasando en la economía y, básicamente, ha dejado al genio de la lámpara fuera y no sabe lo que hacer. Ahora, el proceso de acumulación capitalista que ha tenido lugar a la luz de la “economía colaborativa” va un paso por delante del Estado. Pero el Estado provocó esta situación demoliendo la fuerza que había para equilibrar ese proceso y que no era otra que el movimiento de los trabajadores.
Sin contrapesos que puedan ejercer ese equilibrio. ¿Observa usted un auge del autoritarismo en el ámbito laboral del mismo modo que lo ha habido de un tiempo a esta parte en la política internacional, a través de la llegada al poder de Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil?
Creo que esos son fenómenos muy conectados. Se ha hecho mucho para convencer a la gente de que debe entrar en la era postindustrial, donde se ha pasado del trabajador al emprendedor, donde uno es su propio jefe, donde uno decide todo y es autónomo. Todo el mundo quiere algo así. Ese es, de hecho, el objetivo de la mayoría de la gente. Se ha invitado a la gente a hacerse su propio jefe y empresario dueño de su destino.
Pero eso no ha funcionado porque sin los contrafuertes sociales que tenía el capitalismo, se establecen jerarquías, concentración de poder, fusiones, adquisiciones, pequeños negocios que son comprados por mayores actores de cada sector. A nivel micro también ocurre: los autónomos emprendedores acaban siendo extremadamente dependientes de aquellos a quienes les dan servicios y, además, están solos. En este contexto, quien emplea no se va a preocupar de si te gusta lo que haces y cómo tienes que hacerlo.
Usted describe tendencias en el mercado laboral que llevan a una gran polarización. ¿Estamos condenados a la confrontación entre quienes se benefician y quienes sufren la nueva economía?
La situación es muy inestable teniendo en cuenta lo ocurrido en el pasado. Sería muy optimista pensar que nos encaminamos hacia una situación más estable con una gran mayoría de miembros de la clase trabajadora y desempleados que está siendo marginada.
El filósofo israelí Yuval Noah Harari dice que, con las tecnologías, se puede alcanzar una “utopía o una distopia” en función de los valores que la gobiernen. ¿No cree usted que los avances tecnológicos puedan dar lugar a una sociedad más emancipada?
El entubado del agua o la penicilina son tecnologías maravillosas que hicieron el mundo un lugar mejor. Los avances ocurridos desde los años 80 en materia de computerización y de digitalización, lo que se ha venido a llamar la 'cuarta revolución industrial', se han utilizado con dos fines. Uno, entretener parar imitar una sociedad futurista. Dos, reprimir o matar.
Yo no he visto ahí grandes avances que sean de significado para el progreso de cualquier comunidad. Los grandes avances se consiguieron con bienes sociales. Ocurrieron en los años 20 y 30, con la aparición, por ejemplo, de la cisterna del váter. En lo que toca a la digitalización, no creo que Steve Jobs o Facebook hayan hecho mucho en materia de bienes sociales.