El Banco Central Europeo (BCE) se aferró este jueves al manual clásico de la política monetaria. El que dice que subir los tipos de interés de referencia sirve para reducir la inflación. De esta forma, insistió en la estrategia de priorizar la lucha contra las subidas de precios y asumir el riesgo de provocar una recesión y mayor desempleo. Lo que contempla ya en su peor escenario de previsiones, que incluye un guerra larga en Ucrania y un corte del gas, ante lo que España presenta más resistencia que, por ejemplo, Alemania.
La lógica es la siguiente: el encarecimiento de las hipotecas, los préstamos y de la financiación en general reduce el consumo, la inversión de las empresas y la capacidad de gasto del Estado. O lo que es lo mismo, los incrementos de tipos enfrían la actividad y los precios deberían dejar de subir.
El riesgo de fondo es más cruel. Una recesión con consecuencias mayores que un simple frenazo. Llevado al extremo es elegir entre tener una inflación controlada pero llevar el paro al 25% –nivel que se podría alcanzar en España en una crisis según los datos históricos–. O sufrir inflación, con el correspondiente daño al poder adquisitivo, pero con un desempleo mucho más bajo.
Según la fórmula escogida por el consejo de gobierno de la institución, su presidenta, Christine Lagarde, anunció este jueves un aumento de los tipos de interés del 0,75%, el mayor de la historia de la eurozona, hasta el 1,25%. Otra subida tras la primera en julio del 0,5%, desde el 0% en el que se habían mantenido los tipos durante años para favorecer la salida de la Gran Crisis Financiera de 2008, primero, y para superar el shock de la COVID, después. Y adelantó que los seguirá elevando en los próximos meses, sin concretar cuánto ni cuándo, bajo un análisis continuo del contexto, al ritmo de “reunión a reunión”.
Distintas fuentes de los mercados apuntan a otra subida del 0,75% en octubre, más otra igual en diciembre, y una última subida de 25 puntos básicos en febrero de 2023. Unas expectativas que se realizan en base a las tendencias que se observan en los mercados financieros, donde las cotizaciones de la deuda de los países, como la de Alemania, la de Francia o la España, adelantan las decisiones del BCE sobre los tipos de interés.
También cotiza el Euribor, el índice de referencia para el cálculo de las cuotas de las las hipotecas en la eurozona, que sirve bien como ejemplo (ver gráfico). Desde diciembre de 2021, ha subido cerca de un 2,5%, hasta rozar el 2% actualmente. Es decir, su evolución duplica el 1,25% de los tipos de interés oficiales, y, hoy por hoy, espera otro 1,25% de aumento por parte del BCE, aunque se puede prever que seguirá subiendo según las estimaciones que se manejan, ante la agresividad mostrada por Lagarde.
Algunos números que surgen como consecuencia de las decisiones del BCE son los siguientes: “Las subidas mínimas anuales [en 2022] para hipotecas que se revisen de forma inminente ya superan holgadamente los 1.300 euros, de media”, calcula Asufin (Asociación de usuarios financieros) para un préstamo sobre una vivienda tipo (de 100.000 euros a 25 años).
“Según la previsión que manejamos, hasta que se confirmen los datos mensuales, que sirven para revisar las hipotecas, el Euribor se situará en el 2,2% a final de año, lo que significa que se encarecerán los préstamos de las familias en 130 euros al mes, y más de 1.500 euros al año. De seguir esta tendencia, es posible que en 2023 ya alcancemos los 3 puntos porcentuales de Euribor. Esto se traduce en encarecimientos de hipoteca que ya podrían superar los 2.000 euros, tomando como referencia un préstamo tipo de 100.000 euros, a 25 años”, concluyen desde la asociación.
Este encarecimiento de las hipotecas se puede trasladar al resto de préstamos, los que necesitan las empresas para financiar su actividad o a la deuda que emite el Estado para financiar el gasto que supera los ingresos cada año.
La estrategia elegida por el BCE intenta “un equilibrio que no es fácil de encontrar”, según admitieron este mismo jueves fuentes del Ministerio de Asuntos Económicos, que dirige la vicepresidenta primera Nadia Calviño.
“Una subida de tipos injustificada e injusta”
Los expertos menos ortodoxos son más incisivos y exponen distintas críticas a las decisiones del BCE. La primera es que el origen de esta crisis de inflación está en la energía. La segunda es que esta misma crisis de precios del petróleo, del gas natural y de otras materias primas se exacerbó por la invasión rusa de Ucrania.
Ni el crudo, ni el gas van a responder a un endurecimiento de las condiciones de financiación. En última instancia, reaccionarán al hundimiento de la demanda, si la recesión profundiza, pero ni siquiera eso evitará la amenaza de cortes del flujo de gas desde Rusia o del recorte de producción de las dictaduras que producen la mayor parte del petróleo. Mucho menos afectará una subida de tipos a la guerra, una cuestión humanitaria y geopolítica.
Por último, “la decisión llega mientras los indicadores muestran riesgos crecientes de recesión, y mientras las personas ven cómo sus ingresos reales se reducen drásticamente”, recuerdan desde Positive Money Europe.
Efectivamente, la propia crisis energética y la incertidumbre por la guerra ya han enfriado la economía de la eurozona, por lo que “la decisión del BCE es injustificada, injusta y corre el riesgo de ralentizar la transición verde, y es poco probable que reduzca los precios”, continúa el equipo de economistas de esta organización sin ánimo de lucro con sede en Bruselas. “Nuevamente, afectará desproporcionadamente a los hogares de bajos ingresos que ya tienen que pagar facturas más altas”, finalizan.
Depreciación del euro
Así, la política del BCE ignora el origen de la crisis de inflación en la energía y en la geopolítica, que poco tienen que ver con las condiciones de financiación. Y se suma a la finalización de los programas de compra de deuda con los que ha creado dinero para garantizar la demanda en los mercados financieros durante años y potenciar precisamente el crecimiento y la recuperación económica.
Sí que existe cierto consenso en que la mejor razón (o la única) para subir los tipos de interés oficiales es el hundimiento del euro en su cruce con el dólar, a lo que este jueves se refirió la propia Lagarde.
Lo es porque la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos ha sido efectivamente más agresiva que el BCE en los últimos meses, convirtiendo al dólar en una aspiradora de dinero en los mercados internacionales. Esta política ha provocado que se eleve mucho la rentabilidad que ofrece la deuda denominada en el billete verde, como consecuencia de las subidas de los tipos de interés al otro lado del Atlántico, donde ya están en el 2,25%.
La debilidad de la moneda común, que se deprecia un 20% frente al dólar desde los primeros días de 2021, se traduce en un abaratamiento de las exportaciones [lo que se vende fuera], pero también en un mayor encarecimiento de las importaciones. Y las facturas más importantes que pagan los estados de la eurozona en dólares son de materias primas energéticas, ya de por sí disparadas.
“La mejor manera de ver cuánto han cambiado las cosas es a través de la balanza comercial de la eurozona, que, después de años de superávit [se vendía más de lo que se compraba fuera], ahora tiene un profundo déficit”, apunta Robin Brooks, economista jefe de IIF.
“La debilidad del euro y el deterioro de la balanza comercial de la eurozona no hace sino empeorar el problema, ya que tira al alza de la inflación al aumentar la factura de las importaciones”, admite Mark Nash, experto de la gestora Jupiter AM.
¿Riesgo de recesión?
De un ciclo agresivo de subidas de los tipos de interés por parte del BCE también puede entenderse que existe confianza en la fortaleza de las economías de la eurozona, incluso en que una crisis de deuda y de subidas de las primas de riesgo como la de 2010 y 2012 queda remota gracias al punto de partida totalmente diferente por las extraordinarias condiciones de financiación de los últimos años.
“España se mantiene en una senda de crecimiento pese a la crisis energética, al endurecimiento de la política monetaria y a la incertidumbre por la invasión rusa de Ucrania”, argumentó, en esta línea, Nadia Calviño, vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicas, quien incidió, este miércoles en el Congreso, en la carga de la deuda pública [lo que el Estado gasta cada en año en la factura de intereses] sigue reduciéndose aunque suban los tipos de interés.
Esta carga financiera o factura de intereses de la deuda pública se mantiene cerca del 2% respecto al PIB, lejos del 3,5% de 2013, y es alrededor del 5% de los ingresos públicos, muy por debajo del 9% que superó en aquellos años de la crisis del euro, justo tras el rescate a la banca.
Calviño insiste en que España presenta claras diferencias respecto a otros ciclos económicos, frente a otras crisis. Y una de estas diferencias es precisamente la “sostenibilidad de las finanzas públicas”, en el sentido en que pagar la deuda requiere menos esfuerzo en esta ocasión, tras años de políticas monetarias expansivas (y extraordinarias) que ha sabido aprovechar el Tesoro Público.
Esta “sostenibilidad” también se refleja en el objetivo de reducir el endeudamiento público por debajo del 110% del PIB, tras dispararse en 2020 por encima del 120% por “el coste que supuso la respuesta a la pandemia”, y las medidas que está exigiendo la crisis energética y de inflación. Calviño también se aferró al objetivo de rebajar el desequilibrio presupuestario, el déficit (lo que se gasta respecto a lo que se ingresa), del 5% en 2022 y del 3,9% en 2023.