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La biotecnología se mueve renegando de su asociación con los transgénicos
Huyendo de la mala fama asociada a los organismos modificados genéticamente (OMG), la biotecnología está avanzando en campos como la adaptación al cambio climático o la nutrición con nuevos instrumentos difíciles de regular.
En el simposio celebrado esta semana en Roma en la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) poco se ha escuchado nombrar a los polémicos OMG o transgénicos, organismos que poseen una combinación nueva de material genético obtenido mediante la aplicación de la biotecnología moderna.
Como si estos ya fueran cosa del pasado, decenas de investigadores se han volcado en explicar sus últimas innovaciones sin que por eso faltasen menciones a la ingeniería molecular o la manipulación del ADN.
Los resultados -sostuvieron- sirven para desarrollar nuevas vacunas, variedades, fertilizantes y pesticidas biológicos, entre otros productos que buscan mejorar la productividad agrícola y la calidad de los alimentos.
La amenaza del cambio climático está movilizando recursos para proyectos tan concretos como la investigación de los garbanzos en Turquía, donde se estudia su adaptación al clima a distintas alturas para poder reproducir ese comportamiento en otros países.
Douglas Cook, experto de la Universidad estadounidense de California Davis, apunta a Efe que con cultivos más sostenibles y rendimientos más estables al margen del clima, los pequeños agricultores podrán beneficiarse “al igual que los grandes”.
De la búsqueda de un maíz más resistente a los insectos y a la sequía, como la que este año está afectando al sur de África, se ocupan en Kenia expertos del Centro internacional de mejoramiento de ese cultivo y del trigo (CIMMYT).
Uno de ellos, Yoseph Beneye, no oculta que entre sus socios se encuentra la multinacional Monsanto, líder en el mercado de semillas transgénicas, pero insiste en que el objetivo es hacer llegar los avances al campo de manera gratuita.
“La clave está en desarrollar variedades tolerantes al cambio climático, pero todo tiene un límite, no podemos hacerlo siempre y tenemos que trabajar también con la mitigación” de los efectos de dicho fenómeno, remarca a Efe Abdelbagi Ismail, del Instituto internacional de investigación del arroz (IRRI).
Por más que la tecnología avance, se vislumbra una inquietud por saber a quiénes benefician realmente esos proyectos.
Frente al entusiasmo contagioso de la comunidad científica, hasta el congreso llegó la voz discordante de organizaciones de agricultores como las que engloba el movimiento La vía campesina.
Su líder, Guy Kastler, descartó ese tipo de innovaciones cuando las plantas “son capaces de adaptarse de forma natural al cambio climático” y los agricultores siempre han seleccionado aquellas que mejor funcionan.
Y metió en el mismo saco a los transgénicos, mejorados con genes de otras especies, y a las nuevas biotecnologías, muchas de las cuales escapan a la regulación y pueden resultar -según sus palabras- “fraudes escondidos”.
“Si estas no se regulan, todos los recursos pertenecerán a las multinacionales”, reiteró Kastler, que agregó que los pequeños productores no se pueden permitir esos cultivos modificados.
¿Cómo hacer para garantizarles su uso? Apenas se habló en profundidad de ese aspecto en el simposio, más allá de los deseos expresados por equilibrar el acceso abierto con los derechos de propiedad intelectual de quienes desarrollan la tecnología.
Con o sin OMG, el miedo a los efectos perjudiciales de esos productos en la salud de las personas y el medio ambiente sigue marcando el debate público, alimentado por sentencias judiciales y políticas de todo signo.
Mientras países como Estados Unidos, Canadá, Brasil o Argentina están abiertos a su aceptación, la Unión Europea, por ejemplo, dispone de una de las reglamentaciones más duras sobre organismos genéticamente modificados, cuyo cultivo solo se permite tras un profundo análisis de riesgo.
Pesan las críticas de parte de los agricultores y consumidores, como lo refleja la lentitud con que se aprueba el uso de las nuevas biotecnologías en general.
Pasan de media hasta 14 años en el proceso previo a la regulación, lo que es visto por el sector privado como un freno a la investigación.
Y es que en un debate con posiciones tan enrocadas, el papel de autoridades en definir las reglas del juego se mira con lupa.
Según la directora de la agencia canadiense de inspección alimentaria, Veronica McGuire, no se enfocan en el proceso tecnológico, sino en que el producto final sea inocuo.
Toman así unas decisiones que, guste o no, marcan un multimillonario negocio que está en ebullición.
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