China y EEUU disputan en torno a la tecnología el primer combate de la desglobalización
“EEUU no está preparado para defenderse o competir en la era de la Inteligencia Artificial”. Esta lectura fue la gran conclusión lanzada por Eric Schmidt, ex CEO de Google, en el informe de la llamada Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial (NSCAI), con el propósito de proporcionar al Congreso americano y a la Casa Blanca recomendaciones dirigidas a preservar la hegemonía tecnológica estadounidense.
Las pesquisas del equipo de Schmidt surgieron de un lustroso elenco de expertos. En sus algo más de tres años de vida de esta comisión, convivieron los ex secretarios de Defensa como Ash Carter o William Perry con consejeros delegados de compañías como Andy Jassy (Servicios Web de Amazon), Safra Catz (Oracle) o Chris Darby (In-Q-Tel) y un extenso elenco de académicos. Todos refrendaron que “China había emergido como potencia tecnológica a un ritmo inusitado”.
Schmidt continúa tirando del hilo y recetando píldoras indigestas para que su país restablezca el “esplendor perdido”, según aduce. “América ha sido tecnológicamente dominante desde hace tanto tiempo que los inquilinos del Despacho Oval creen que el país está a resguardo”. Sin embargo, “esta interpretación es un error”, porque -avisa- “la irrupción china ha dejado atónito al mundo y ha generado unas implicaciones que resultan todavía de muy difícil comprensión”.
A juicio de la NSCAI, Pekín actúa como una “segunda superpotencia digital”, como una especie de “alternativa” innovadora a EEUU capaz de protagonizar y de impulsar un “decoupling parcial” como el que se ha engendrado ya con dos ecosistemas tecnológicos diferenciados: el estadounidense y el chino. Este “fenómeno constatable” -asegura- “debe entenderse como una declaración hostil”, a la que Washington ha respondido “sin una estrategia clara”, lo que le obligará en el futuro a “tomar mayores riesgos si desea seguir defendiendo su independencia” digital.
La visión premonitoria de Schmidt data de 2021, pero mantiene su vigencia porque incide en la persistencia de esta amenaza en el prólogo del ensayo US-China Technological Decoupling, del analista del Carnegie Endowment for International Peace, Jon Bateman, en Foreign Policy. En este informe conmina a la Casa Blanca a construir diques de contención sobre las transferencias tecnológicas entre las dos superpotencias.
Poco después, la Administración Biden daba luz verde a la prohibición de comerciar con chips, semiconductores y tecnología made in US con el gigante asiático. Mientras, cobraba fuerza tras estas órdenes ejecutivas la tesis de que EEUU no sólo no quería impedir la disgregación del orden global que ha regido en los últimos cuatro decenios, sino que alentaba su separación inminente.
Sin embargo, algunas voces ilustran con mayor precisión este juego geoestratégico. Una de ellas es la de Gregory Allen, del Center of Strategic and International Studies (CSIS), que sitúa el inicio de esta batalla tecnológica en tiempos no tan recientes. China, lejos de haber auspiciado la callada por respuesta, ya vio venir en 2018 las hostilidades y se protegió de las embestidas de EEUU, alerta este analista.
El contraataque chino a la hostilidad tecnológica americana
El 7 de octubre de 2022, fecha en la que Joe Biden rubricó el veto tecnológico a China, con nuevas reglas a la exportación dirigidas a aislar la evolución de la Inteligencia Artificial (IA) y la industria de semiconductores de su rival, no fue el epicentro de la disputa. Ni siquiera ocurrió el 24 de febrero, cuando Rusia invade Ucrania, el gran conflicto geopolítico del año. Para Allen, las represalias americanas hacia China de la Administración demócrata tienen la trascendencia de que marcan una nueva era en las relaciones bilaterales entre Washington y Pekín, pero el “punto de fricción” se produjo en 2018. En concreto, en abril cuando EEUU, en plena guerra arancelaria del entonces presidente Donald Trump, impuso “una estricta supervisión” de las operaciones de la teleco china ZTE en suelo americano.
China comprendió entonces que la tecnología y el segmento productivo de los chips pasaban a considerarse sectores estratégicos y elementos de seguridad nacional. A partir de ese momento el país asiático debía esforzarse en sortear los sofisticados controles americanos y concentrarse en desarrollar sus propios prototipos digitales. El 7 de octubre de 2022, en una escala de 1 a 10, el gigante asiático “había alcanzado una nota de 11 en los progresos en ambos terrenos”, admite con ironía Allen.
Por este motivo -añade el analista del CSIS- la reacción de Pekín parece “invisibilizada”, como si se redujeran a una mera queja diplomática la presentación de cargos ante el panel de arbitraje de la OMC o al anuncio de subsidios por un billón de yuanes (143.000 millones de dólares). Pero China está a la espera de comprobar cómo gestiona la Casa Blanca los 465.000 millones de dólares de avales y ayudas de la Inflation Reduction Act (IRA) de Biden y de la respuesta de Europa a esta medida de “claro proteccionismo industrial”, como así la definió el máximo mandatario chino Xi Jinping.
Bateman corrobora esta brecha digital entre ambas superpotencias. “Washington ha debilitado su dominio” porque “ha construido durante muchos años lazos inversores, empresariales, con universidades y en materia de conocimiento, innovación e I+D o de capital humano” con China, “a pesar de sus prácticas comerciales de dudosa legalidad internacional”.
La carrera geoestratégica de China
Las medidas restrictivas de Biden -augura en varias partes de su libro- “pueden ayudar a EEUU a contener la hemorragia, pero no a controlar el decoupling en marcha, ni a revertir el déficit tecnológico adquirido”. Predicción que comparten informes como el del Australian Strategic Policy Institute (ASPI), que anticipa que China antecedía a EEUU en 37 de los 44 campos de investigación y producción tecnológica claves para el desarrollo de la IA entre 2018 y 2022, además de alertar a “todas las democracias occidentales” de que están “perdiendo competitividad global” en el proceso de digitalización.
En 2018 empiezan las inyecciones financieras para solventar los puntos débiles de unas escalas productivas chinas, “extremadamente difíciles de suplir” bajo un clima de “proteccionismo y unilateralidad”, como recalcó ese 2018 Xi Jinping, en alusión a EEUU. La hoja de ruta era “conducir a China al dominio tecnológico en 2025”. Desde entonces, Pekín ha regado con recursos su estrategia tecnológica, dirigidos expresamente a incentivar la fabricación de semiconductores.
Allen alerta, además, de que Pekín “no va a escatimar esfuerzos para romper la alianza entre EEUU y sus aliados europeos y asiáticos, ni en fomentar la conexión entre el ámbito comercial y el militar” en el mercado tecnológico. De momento, la UE ha reforzado la pasarela transatlántica, elevando el censo de firmas chinas de componentes que sortean el veto a Rusia, aunque, a la vez, mostrando división en la estrategia diplomática a seguir con China, con Francia impulsando el tono más conciliador.
En una atmósfera económica e inversora enrarecida, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, acaban descartan cualquier quebranto globalizador: “Una separación de nuestras economías sería desastrosa para EEUU y China y desestabilizaría al resto del mundo”, enfatizó Yellen. Mientras Sullivan hizo suyas unas palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europa, con las que precisó que “estamos diversificando y diluyendo riesgos, no desensamblando los mercados globales”.
George Friedman, fundador de Geopolitical Futures, concluye que los ciclos geopolíticos y tecnológicos se solapan: “No es casualidad ni fruto de un realismo mágico que esta afrenta tecnológica suceda en plena reinvención de las big-techs, con despidos masivos y replanteamientos de sus estrategias de negocios, porque existen concordancias históricas que enlazan episodios de innovación, con revoluciones industriales y cambios en el orden mundial”.
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