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La guerra de divisas entre China y EEUU pone en evidencia los límites del modelo económico de la eurozona

Esta semana comenzó con la noticia de la designación de China como “manipulador de la moneda” por parte del Tesoro estadounidense. ¿Estamos a las puertas de una guerra de divisas, y cómo puede verse afectada la eurozona?

En primer lugar, no es probable que haya una guerra de divisas declarada. El Banco Popular de China niega que esté devaluando la moneda a propósito. Y la Reserva Federal tampoco tiene un objetivo de alterar el tipo de cambio ni es previsible que lo tenga. Sin embargo, hay otro tipo de políticas comerciales y monetarias que tienen impactos predecibles a la baja sobre el tipo de cambio, y tanto Estados Unidos como China las están adoptando.

La última ronda de intercambios en este sentido fue la amenaza por parte de Donald Trump de imponer aranceles del 10% sobre 300.000 millones de dólares anuales de importaciones. A esto le siguió la decisión del Banco Popular de China de no defender el yuan contra una caída de valor por debajo de siete yuanes por dólar. Y a ello ha reaccionado EEUU con la declaración de que China manipula su moneda.

Legalmente éste es un paso que facilita la imposición de aranceles, que parece ser la motivación última del gobierno de Trump. China ha reaccionado a la acusación del Tesoro estadounidense prohibiendo las importaciones de productos agrícolas procedentes de EEUU. Esta es una medida puramente comercial que en principio contribuye a revaluar el yuan frente al dólar, no a devaluarlo. 

Sin embargo, la decisión del Banco Popular de China de no defender el tipo de cambio del yuan abre la perspectiva de ulteriores caídas del tipo de cambio en respuesta a la guerra comercial. Analistas de Bank of America Merrill Lynch esperan que el resultado de las tarifas del 10% anunciadas por Trump sea un tipo de cambio en torno a 7,3 yuanes por dólar.

Si las tarifas de aranceles alcanzasen el 25%, como ya lo hacen para otros 250.000 millones de dólares de importaciones a Estados Unidos desde China, el yuan podría caer hasta 7,5 por dólar. Esto pondría furioso a Trump y daría pie a más medidas proteccionistas.

Un ejemplo de estas medidas es un proyecto de ley recientemente propuesto por los senadores Josh Hawley –Republicano de Missouri– y Tammy Baldwin –Demócrata de Wisconsin–, que forzaría a la Reserva Federal a aplicar una tasa a las compras de activos financieros por parte de inversores extranjeros, siempre que el déficit comercial de EEUU exceda del 0,5% del PIB. Esta es una medida esencialmente de control de capitales, pero tendría el efecto de deprimir el tipo de cambio del dólar con respecto a las monedas de países con los que EEUU tenga un déficit comercial.

Estamos, por tanto, frente a la posibilidad de una guerra comercial abierta con medidas comerciales y monetarias tendentes a devaluar tanto el yuan como el dólar. Si esto no es una guerra de divisas en el sentido de devaluaciones competitivas, sí se le parece mucho.

Los límites del modelo económico de la eurozona

El efecto que esto podría tener sobre la eurozona es mixto. En una guerra comercial entre China y EEUU ambos países desviarían al menos parte de su comercio exterior hacia Europa. Sin embargo, la apreciación esperada del euro frente al yuan y el dólar tendería a reducir el superávit comercial de la eurozona. Además, las importaciones más baratas de productos tanto chinos como estadounidenses actuarían como freno a la inflación. Esto es lo último que la eurozona necesita, ya que el Banco Central Europeo ya tiene problemas para estimular la inflación suficientemente para alcanzar su objetivo de cerca del 2% a medio plazo.

Si el BCE adopta políticas tendentes a aumentar la inflación a través del tipo de cambio que se aplica a las importaciones de bienes de consumo, podría dar pie a que el Tesoro norteamericano considerase también a la eurozona como manipuladora del tipo de cambio. Como hemos visto en el caso de China, esta designación sirve de excusa para que Trump imponga aranceles, que parece ser su objetivo primordial.

En el caso de Europa, Trump ya aplicó aranceles al acero y al aluminio, ha amenazado sobre todo a Alemania con imponer aranceles a los automóviles, y recientemente ha amenazado a Francia con aranceles si el país aprueba una “tasa Google”. Trump, además, ya ha acusado al BCE de manipular la moneda a través de sus políticas monetarias expansivas, los tipos negativos y las compras de bonos del Estado. Esta acusación carece de fundamento, pero está claro que nada satisfaría más a Trump que el hecho de que el BCE le diese la excusa de imponer aranceles adicionales a la UE.

Así las cosas, lo que cabe esperar de la guerra comercial entre EEUU y China es un impacto deflacionario sobre la zona euro y un aumento de volumen de importaciones y exportaciones con ambos países, con una reducción neta del superávit comercial y del PIB. Todo esto sin contar con el efecto disuasorio que una guerra comercial en ciernes puede tener sobre la inversión. Y, si el BCE reacciona relajando aún más su política monetaria, se expone a que Trump extienda la guerra comercial y los aranceles a la UE.

La eurozona sería mucho menos vulnerable a las guerras comerciales de Trump si fuese menos dependiente de las exportaciones para su crecimiento económico. Pero el modelo económico adoptado desde la crisis está enfocado a reducir la deuda exterior –privada y pública– de países como España. Al deprimir la inversión, el modelo de crecimiento de la eurozona basado en las exportaciones también redunda en baja inflación y bajo crecimiento de la productividad.

La alternativa sería un modelo de economía más cerrada a nivel continental, con políticas de estimulación de la inversión y la demanda interna. El problema es que los países llamados de la crisis no pueden hacer esto por sí solos sin correr el riesgo de otra crisis de balanza de pagos como la vivida a principios de la presente década. Y los países del norte de Europa no están por la labor de dotar a la eurozona de herramientas fiscales y de inversión propiamente dichas, porque implicarían transferencias entre países. Así pues, toca conformarse con baja inflación, baja inversión, bajo crecimiento, y vulnerabilidad a guerras comerciales.