Detrás de las rosas que engalanan las casas de los enamorados por el día de San Valentín se esconden historias de resiliencia de las cultivadoras colombianas que cada año cortan con destreza esas flores y las empacan en ramos para que lleguen a medio mundo.
Desde los aviones que sobrevuelan la capital colombiana se puede otear el manto blanco de los invernaderos que cubren unas 7.700 hectáreas de la Sabana de Bogotá, una zona en la periferia de la capital colombiana que resguarda las flores que hacen de Colombia el segundo exportador de rosas del mundo, con más de cien destinos internacionales.
Los datos que maneja la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolflores) reflejan la fortaleza del sector: en 2019 se exportaron 260.000 toneladas de flores por un valor de 1.480 millones de dólares, un 1,1 % más que en 2018.
“El sector floricultor colombiano genera más de 140.000 empleos directos, el 65 % los ocupan mujeres que son en su mayoría cabeza de familia -término común en Colombia para las mujeres que sustentan solas a sus hijos-”, explicó a Efe la jefa de sistemas de gestión de la finca floricultora Esmeralda, Ximena Rodríguez.
En su finca, las mujeres llegan a representar el 78 % de los empleados.
Las jornadas de las trabajadoras se alargan más de doce horas en las tres semanas previas a San Valentín para que las rosas que cortan y empacan con soltura lleguen a tiempo a las estanterías de floristerías y supermercados de Estados Unidos, país al que se destina el 78 % de flores que salen de los aeropuertos colombianos.
DEL CONFLICTO A LOS ROSALES
El sector de las flores fue durante décadas una fuente de ingresos para mujeres desplazadas por el conflicto armado colombiano que llegaban a la periferia de Bogotá, como retrata el documental “Amor, Mujeres y Flores” (1989).
Así lo atestigua Gladys Mora, que trabajó en su juventud siete años cultivando flores en la Sabana de Bogotá, adonde llegó después de que sus padres se vieran obligados a irse de Une, su pueblo en el centro del país, porque temían por la seguridad de sus ocho hijos, a causa de “la violencia y la expropiación de sus tierras”.
“El desplazamiento por el conflicto armado hizo de la Sabana de Bogotá el destino de gente de todo el país, de muchas madres cabeza de familia que terminaron engrosando la mano de obra de las empresas de la periferia de la capital”, recordó Mora.
Ahora el sector sigue atrayendo a “muchas mujeres que vienen de la costa (...) A veces recibimos en las puertas de la finca una oleada de mujeres de otras zonas del país en busca de empleo por la falta de oportunidades”, explicó Rodríguez, encargada de la finca Esmeralda.
EL DÍA A DÍA DE LAS CULTIVADORAS
Vestida con un uniforme de color caqui, Angi Vega, cultivadora de flores en la finca desde hace tres años, contó a Efe que entró en el sector porque terminó el bachillerato y su economía no le permitía seguir con su deseo de estudiar criminología.
Con el trabajo en la finca “tengo un mínimo, tengo todas las prestaciones, me facilita ir ahorrando y conseguir mi meta de estudiar”, expresó Vega.
En vísperas de San Valentín o del Día de la Madre, otra celebración clave para el sector, su jornada laboral se intensifica y dedica a los cultivos más de doce horas al día durante tres semanas en las que entra a las seis de la mañana y sale “a las nueve, diez de la noche”.
“Tienes más cansancio porque tienes que exigirte un poco más, la producción se eleva, es más tiempo que tienes que dedicarle a tus camas”, término con el que se conocen las parcelas con flores asignadas a cada trabajadora.
“En promedio corto unas 180 flores, casi 200 flores por hora”, agregó la joven.
Por este trabajo, Angie cobra una media de 800.000 pesos al mes (unos 230 dólares) según contó a Efe.
FEMINIZACIÓN DEL TRABAJO
Según Ximena Rodríguez, el trabajo de las flores está formado en su mayoría por mujeres porque ellas “tienen las manos propicias, la delicadeza y la destreza fina para que nuestras flores sean de excelente calidad”.
Por otra parte, Gladys Mora opina que “la creencia de que las mujeres son más delicadas y por eso mejores para ejercer el trabajo es sexista”.
De la mano de estas trabajadoras crecen las rosas que se exportarán en un proceso de tres días, vital para mantener la cadena de frío que empieza en los 28 grados de los invernaderos colombianos y, después de ser transportadas en avión, termina en temperaturas cercanas a un grado en bodegas de Miami (EE.UU.), desde donde se distribuyen al resto del país.
Ares Biescas Rué