El pasado 12 de abril agencias de calificación de riesgos como Fitch Rating certificaron el impago de la deuda de Sri Lanka, cuyas autoridades declararon oficialmente su default 30 días después, como es preceptivo, tras superar el periodo de gracia sin atender el vencimiento de 78 millones de dólares por la virulencia de su peor crisis financiera en más de 70 años. Pese a que la antigua Ceilán pudiera estar en una “suspensión de pagos preventiva”, como advirtió el gobernador de su banco central, el estado de quiebra real en este país del sudeste asiático ha encendido todas las alarmas entre naciones emergentes y en desarrollo con altas demandas de abastecimiento de productos alimenticios. Muchos de ellos, altamente endeudados o, cuanto menos, con un estresante calendario de vencimientos de pago de sus obligaciones soberanas.
Las interrupciones en la salida al mercado de bienes como el trigo, el maíz y otros cereales desde los graneros ruso y ucraniano han encarecido el precio de estas materias primas alimenticias en un 30% desde el estallido de la contienda bélica, según un reciente informe de Naciones Unidas. Una escalada espectacular si se compara con el aumento medio anual del 4,3% durante las dos primeras décadas de este siglo. Jack McIntyre, de Brandywine Global Investment Management, expresa con suma nitidez la tensión que se ha generado en los mercados por la escalada de los precios y que se ha acrecentado desde el default de Sri Lanka. “Desde entonces ha cundido el pánico; el sentimiento es que, en ciertas economías, sus ciudadanos no tendrán que conducir ni calentar tu casa, sino tratar de conseguir alimentos para comer”, declaraba a Bloomberg.
Quizás suene a exageración, pero la alarma es máxima, toda vez que desde el Kremlin se incide en que no facilitarán el restablecimiento del flujo mercantil de alimentos desde los puertos del Mar Negro, lo que deteriorará más los cortes de suministro y retrasos de entrega. A esto hay que añadir que efectos climáticos como temperaturas extremas o lluvias torrenciales que se suceden en áreas de recolección como las Grandes Llanuras de Norteamérica o el Cuerno de África han provocado disrupciones en otros dos de los principales focos productivos agroalimentarios. La voz de auxilio emitida desde Colombo, capital de Sri Lanka, deja claro que el pasado 18 de mayo sus autoridades prefirieron dar prioridad a la compra de bienes energéticos y alimenticios -dos de los bloques de materias primas que más se han revalorizado desde el estallido de la guerra en Ucrania- que a sufragar su deuda externa.
La caída en el club de la morosidad de Sri Lanka podría propiciar un efecto dominó. Hasta quince países emergentes o en desarrollo gestionan su deuda en niveles estresantes. Cuatro de ellos, africanos, según cálculos de Bloomberg Economics, las latitudes donde el precio de los alimentos está haciendo más estragos. El clima, resalta McIntyre, recuerda los días de las revueltas de las Primaveras Árabes, cuando se produjeron fugas masivas de capitales de plazas bursátiles de mercados emergentes ante la amenaza de quebrantos en el suministro alimenticio y sus consiguientes subidas de cotización.
Aunque también las potencias de rentas altas sufren los efectos de este tsunami que ha activado el botón rojo de una hambruna global. En EEUU, Reino Unido y Europa, la rúbrica alimenticia es la responsable de casi la tercera parte de los saltos registrados en sus IPC, en tasas desconocidas en más de cuatro decenios. Mientras en India anunciaba restricciones a la exportación de bienes como el trigo ante el creciente descontento social y el peligro de desabastecimiento doméstico, que añaden más tensión a la ocasionada por una guerra que ha logrado poner en jaque todo el sistema alimenticio. No en vano, Rusia y Ucrania generan el 12% de todas las calorías que se consumen en el mundo y el precio del trigo ha subido más de un 53% desde que empezó el año. Solo en un día, el 16 de mayo, cuando Nueva Delhi anunció su veto exportador, el trigo se incrementó en un 6%.
Alta tensión en las deudas externas
La losa del endeudamiento mundial -contabilizada como la suma de toda la privada -empresas y entidades financieras y de hogares- y pública o soberana alcanzó en 2021 los 296 billones de dólares, más de 3,5 veces el PIB del planeta, admitía el FMI. Niveles insostenibles que impulsan al fondo a reclamar acciones concertadas internacionales dirigidas a reestructurar la deuda de los países de rentas bajas y renegociaciones de plazos y moratorias generales. Hay temores admitidos por S&P de que en la eurozona se desate otra crisis de la deuda como la de 2011 si el BCE no sujeta bien las riendas de las subidas de tipos que, presumiblemente, emprenderá ya en su próxima reunión.
“Los mercados están subestimando las implicaciones de los costes de estos productos”, advierte Luiz Eduardo Peixoto, analista de Mercados Emergentes en BNP Paribas. En un contexto de caída del valor, de un 7%, de las divisas de naciones en desarrollo, y del 14% de sus plazas bursátiles, según el índice MSCI, que sitúa a sus indicadores en el nivel más bajo respecto a Wall Street, que también registra descensos acumulados anuales, desde 2021. La presión de los servicios de pago de deuda de las latitudes emergentes y de rentas bajas, en particular las denominadas en dólares que se encuentra en pleno rally alcista, pone en cuestión su capacidad de acceso al crédito en los mercados internacionales.
La rentabilidad de sus bonos en dólares se acerca a su máximo en dos años, que casi triplica los costes de financiación de un país como Túnez, y la emisión de eurobonos para estas latitudes se han desplomado un 41% en términos interanuales. Todo ello ha elevado el valor de protección de sus deudas con rating especulativo hasta cotas de 2013.
En HSBC vigilan estrechamente los mercados de bonos de Nigeria, India, Kazajistán, Pakistán y Egipto por la elevada repercusión de los precios de los alimentos en sus tasas de inflación. Bryan Carter, su responsable de inversión en estas latitudes, atisba nuevas disrupciones de suministro por la guerra, que podría perpetuar la espiral inflacionista y desencadenar un ciclo de hambruna. En especial, si India extiende sus medidas proteccionistas al azúcar y otras mercancías básicas, Malasia prorroga su prohibición de venta al exterior de aves e Indonesia prosigue o endurece el embarque de la mitad de sus exportaciones de aceite de palma. Tailandia y Vietnam sopesan la interrupción de sus envíos de arroz.
Este panorama, además, induce a pensar que podrían arreciar políticas populistas y una nueva oleada de proteccionismo. Marcello Estevão, uno de los directores del Banco Mundial, lo achaca al default de Sri Lanka, “el primero del año -y de la historia del país- pero podría ser sólo la punta de un iceberg que afectaría a una docena de naciones a lo largo de este año”, escribe en su post oficial. “Los más vulnerables son los altamente dependientes de la energía y los alimentos y con desequilibrios fiscales y por cuenta corriente, además de los que soportan conflictos o soportan sanciones internacionales, como Rusia”.
Sri Lanka -recuerda- ha sido víctima del endurecimiento de las condiciones financieras, de la salida masiva de divisas y del encarecimiento de los costes de importación y su repercusión en las arcas públicas. Pero antes de la contienda, también había superado el 100% del PIB de deuda.
En Focus Economics inciden en que hasta que no se supere la crisis de inseguridad alimentaria “deben esperarse más suspensiones de pagos”. Y alertan: apenas tres países han acudido al plan de reconversión de deuda del G-20 porque existe el temor a que su solicitud acreciente el temor a fugas de capitales y a nuevos obstáculos de acceso a capital exterior. De igual modo, Pakistán prefiere socavar sus reservas de divisas antes que pedir una ampliación de su programa de ayuda al FMI por miedo a un reconocimiento oficial de sus problemas con los vencimientos de deuda.
En el Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés) admiten que el shock de las materias primas eleva el riesgo de estanflación, aunque sus expertos resaltan que no tendrá tanta virulencia como la de los años setenta, que estuvo precedida de varios años de precios deprimidos y porque la arquitectura financiera actual tiene sostenes más poderosos que los de entonces.
“Estamos ante una tormenta perfecta que sigue su curso” tal y como avisa Ertharin Cousin, del Chicago Council on Global Affaris y ex director del Programa Mundial de Alimentos. Se podría generar un “cataclismo” por las “continuadas y súbitas escaladas de los precios”; no sólo de los bienes alimenticios, sino del efecto que el energy crunch traslada a los fertilizantes y a los costes del transporte, parámetros “esenciales” para la sostenibilidad de la producción agrícola.