“El flujo de mercancías y servicios se está ralentizando rápidamente tras el despegue post-Covid debido al freno que diversas fuerzas motrices ejercen sobre la globalización” y que, combinadas con “unas políticas monetarias restrictivas que no han tenido la contraprestación continuada de estímulos fiscales” [a hogares y empresas], han dejado a sectores esenciales para espolear las economías y el comercio “a merced de un futuro incierto para sus negocios”. Así describen en Fitch Rating el “estado de catatónico” del tránsito comercial en el ecuador de 2023, una travesía a la que sus diferentes agentes “tratan de adaptarse continuamente” para “poder encaramarse” a unas “dinámicas de demanda oscilantes”.
Para los expertos de la agencia de calificación, la causa primigenia que provoca este nuevo aterrizaje brusco del comercio es la “fulgurante desaceleración” de la industria global, a la que se une la “cada vez menos global y más especializada producción de servicios”; es decir, a un proceso de relocalización de sectores de actividad y, más en concreto, de empresas de suministros y firmas manufactureras.
Aun así, Fitch presagia un repunte testimonial del 1,9%, dos décimas por encima de los cálculos de la OMC, y se decanta por un retorno momentáneo, en 2024, a tasas superiores al 3%, la cota que actúa de frontera entre la contracción y la expansión comercial. En concreto, apunta a un alza del 3,3% el próximo año, aunque será un espejismo -alertan sus analistas- porque “a medio plazo, la globalización se estancará sin remedio”.
El pulso es plano. “El volumen de mercancías está en descenso, pese a que, parcialmente, se ha corregido por el impulso del turismo y el rebote de los transportes” porque los servicios son solo el 22% del comercio global, un peso insuficiente para que “haga de efecto tractor”. En el ecuador de 2023 -explican en la agencia de calificación de riesgos- han vuelto a aparecer “presiones sobre las cadenas de valor” y cuellos de botella logísticos “con los contenedores a costes crecientes”.
“El comercio no está en disposición de recuperar ritmos superiores a los de la economía global”, a pesar del aumento del 5,5% en 2022, ya que el PIB se ralentizará al 2% este año, un punto por debajo de su línea de contracción. Más bien “presenciaremos una caída concertada” de ambas tasas por “el retroceso de demanda” de materias primas metálicas, como el cobre, energéticas, como el petróleo, o el receso de las ventas de productos manufactureros chinos.
“Las evidencias de que el formato de la globalización está dañado y de que no se atisban signos de reversión en el proceso de libre tránsito de mercancías y servicios se aprecian en este déficit de constantes vitales de la ratio comercio-PIB”, avisan en Fitch, un escenario nunca visto desde los noventa y hasta mediados de la década pasada.
Fitch, como la OMC, sitúa el instante de esta catarsis en la austeridad que siguió a la crisis de la deuda y su propagación en las batallas arancelarias de la Administración Trump. Aunque ahora añaden la incertidumbre por las quiebras bancarias en EEUU, los resortes que todavía impulsan la escalada de precios, las tensiones geopolíticas de la guerra de Ucrania y el encarecimiento del dinero.
La directora general de la OMC, Ngozi Okojo-Iweala, afirma que el comercio “se enfrenta a tres fenómenos inauditos”: a la resiliencia continua de los sistemas productivos empresariales, a una serie de factores externos que se gestan en la economía global -en alusión a la pinza de inflación y tipos- y a gobiernos que “no son capaces de evitar la fragmentación de la globalización ni de solventar la inseguridad en los flujos comerciales como el de los alimentos”.
El proteccionismo cobra peso en los gobiernos
Demasiados “obstáculos” para garantizar intercambios sostenidos, advierte Iweala, en línea con “las distorsiones” que revela la última radiografía de situación de la OMC, donde se alerta sobre el “súbito parón del comercio en el último trimestre de 2022”, pese al repunte del 12% del valor de las mercancías: alcanzó los 25,3 billones de dólares y que se infló por el salto inflacionista de las materias primas y de los servicios, de otro 15%.
Otro diagnóstico multilateral, el de la Unctad, la agencia de Naciones Unidas para el desarrollo, se vanagloriaba a finales de 2022 del “punto de no retorno” de las industrias verdes y del negocio de la tecnología sostenible, que cuadruplicarán en 2030, hasta equiparse al tamaño del PIB de Italia, valorado en 2,1 billones de dólares. En este ámbito situaron como motor de propulsión del comercio global al vehículo eléctrico.
Sin embargo, la carrera por los subsidios a las industrias lanzada con recursos milmillonarios por EEUU, Europa y China, principalmente, ha virado su trayectoria y parece haberse convertido en un misil balístico contra la línea de flotación de la arquitectura del comercio mundial y contra la globalización. Entre otras razones, porque no deja de ser una medida proteccionista que atenta contra el sistema económico escrito en 1945 con reglas dictadas por EEUU.
Los 465.000 millones de dólares liberados por la Administración Biden a firmas energéticas renovables, de vehículos eléctricos y de semiconductores es “una política demasiado agresiva” para que persistan normas globales que persigan beneficios mutuos, dice The Economist. La publicación alerta de “la entrada en una era de suma cero”, en la que potencias industrializadas, mercados emergentes y países de rentas bajas deberán competir en desigualdad de condiciones. Pese a que pueda significar un espaldarazo a la economía sostenible y a la reindustrialización del país, atenta contra las reglas del juego del libre comercio escritas -irónicamente- por EEUU en 1945.
La “inmediata consecuencia” ha sido crear un círculo vicioso de proteccionismo, con generosas rebajas de la fiscalidad en Corea del Sur a su sector de microchips o en India a la constitución de compañías industriales. Hasta siete grandes economías, al margen de EEUU, contemplan fondos para sufragar “sectores estratégicos” por un montante total de 1,1 billones de dólares, entre las que se incluyen Europa y China. Además de vetos a la exportación de níquel por Indonesia o el intento de Chile, Bolivia y Argentina de crear un cártel del litio al estilo OPEP.
Kimberley Botwright, responsable de Comercio Sostenible del World Economic Forum (WEF), se hace eco de que los bienes y servicios verdes crecieron un 4% en la segunda mitad de 2022, “en un clima coyuntural nada favorable”, lo que muestra que la neutralidad energética ha empezado si bien, a su juicio, “no tendrá continuidad sin una aproximación regulatoria” global y sin “nuevas alianzas” de libre comercio que superen las fricciones geopolíticas.
Frenos a las dinámicas y rutas comerciales
En Boston Consulting Group (BCG), Marc Gilbert, admite que “el proteccionismo, la pandemia y la guerra están determinando el futuro del comercio”, por lo que “las compañías se encuentran ante el reto de reconocer los desafíos, adaptar constantemente sus cadenas de valor, diversificar sus redes logísticas y construir mecanismos de resiliencia”. Los flujos comerciales aumentarán a tasas anuales del 2,3% hasta 2031, dos décimas por debajo de las predicciones que BCG anticipa para la economía global:
- Por un lado, el parón comercial ruso-europeo, que registrará un descenso de los intercambios de 262.000 millones de dólares entre 2023-2031 por las sanciones, que desviarán las ventas de Moscú hacia Asia y que provocarán alteraciones en el mercado energético.
- En segundo término, la balanza entre China y EEUU decrecerá en 63.000 millones hasta 2031 y el ritmo comercial del gigante asiático con Europa aumentará a una menor escala que la media global, lo que se compensará con los miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), además de India y México como nuevos socios preferenciales de Pekín.
- Finalmente, el Sudeste Asiático, que será el centro neurálgico del mapa comercial y reforzará los lazos con China, EEUU, Japón y la UE, cuyas empresas se verán atraídas por sus bajos costes, su dinamismo económico y su modelado atractivo como hub manufacturero. De hecho -aventuran en BCG- el comercio de la Asean con China crecerán en 438.000 millones de dólares hasta 2031 “en una atmósfera mundial menos amigable para los negocios”.
El investigador del Instituto Brookings, Eswar Prasad, se suma a esta descripción al advertir que la Inflation Reduction (IRA) y la Chips and Science son dos leyes americanas que “contribuyen a la desestabilización económica y geopolítica y a deteriorar la globalización” con consecuencias perjudiciales para “la distribución de la riqueza y la prosperidad de países de rentas medias y bajas”. El comercio -dice- “es el retrato de la exposición a la que se está sometiendo” al sistema multilateral de libre tránsito de mercancías, al que se ha “cargado de volatilidades”.
James Capretta, del American Enterprise Institute (AEI), cree que el consenso de Washington en materia de comercio -entre demócratas y republicanos- “es erróneo” porque pone en peligro el “inmenso beneficio” del principio de la libertad de los negocios para EEUU que, “irónicamente, se arrogaría China” con un coste de 1,2 billones de dólares el próximo decenio. Mientras Reid Smith, ejecutivo en Stand Togheter, think-tank de apoyo a empresas con responsabilidad social, reflejaba en Foreign Policy el “enorme peligro” de la Guerra Fría chino-estadounidense porque ha incorporado, en ambos países, la coraza de la seguridad nacional. La catedrática de Economía y Asuntos Globales de Yale, Pinelopi Goldberg, precisa que el proteccionismo “está haciendo un mundo menos resiliente, más desigual y potencialmente más conflictivo”.