Se llaman Zara, Mango, GAP o H&M. Para la periodista y autora estadounidense Dana Thomas (Washington D.C, 1964) esas marcas, más que empresas que han de ser motivo de orgullo en sus respectivos países, son actores identificados con muchos de los aspectos problemáticos del capitalismo global. A saber, la sobreproducción, el imperialismo y la colonización económica, la falta de respeto por el medioambiente y por los derechos laborales en los países en los que fabrican sus productos.
Thomas es la autora de Fashionopolis (Ed. Superflua, 2019), un libro que se acaba de publicar en España y que aborda “el futuro de la ropa” y “el precio de la moda rápida”. Thomas habla de un concepto de “moda rápida” que tiene su equivalente en el de la “comida rápida”. De hecho, Thomas, criada profesionalmente en la redacción del The Washington Post, aunque también ha escrito, entre otros, para The New York Times, se inspiró del libro Fast Food Nation (Ed. Houghton Mifflin, 2001), de Eric Schlosser, para mirar con lupa a la industria de la moda.
Su libro, que muestra alternativas de futuro para la industria de la moda, da cuenta de los numerosos problemas medioambientales y laborales generados por esas marcas de éxito. Algunas, como ha hecho Zara de cara a 2025, prometen utilizar fibras sostenibles de origen orgánico o reciclado. Si lo hacen o no, han de saber que Thomas las estará observando. “El periodismo es el cuarto poder. Sirve para controlar los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, pero también para controlar el mundo de los negocios y la industria”, dice Thomas en esta entrevista con eldiario.es.
Usted ha estado cubriendo el mundo de la moda durante 30 años. ¿Por qué escribir este libro ahora?
Sí, durante 30 años he estado cubriendo la industria de la moda. Vivo en París y esa industria es una parte importante de la economía francesa, aunque escribo sobre muchas cosas, ya sea política, cultura o ciencia. En realidad, el mundo de la moda me sirve de prisma para tratar otros asuntos porque todo el mundo se viste por la mañana. Todo el mundo entiende lo que es la ropa. Es un tema más atractivo que asuntos como la tecnología o temas económicos puros y duros. Para mí la economía sirve para tratar otros asuntos.
¿Qué hay entonces de nuevo en este libro?
Es un libro que he estado pensando durante diez años. He estado trabajándolo y rumiándolo durante mucho tiempo al observar el auge de temas como la sostenibilidad, la tecnología y la desigualdad. Todas estas cosas están pasando en muchos ámbitos, pero también en el de la moda.
'Fashionopolis' se centra, entre otras cosas, en lo que se ha venido llamar “la moda rápida”, el equivalente en el mundo de la moda de “la comida rápida”. ¿Se es más consciente de lo que es la comida rápida y lo que supone para la salud y el medioambiente que de lo que es y supone la moda rápida?
Se es más consciente ahora con la comida rápida porque ya hace tiempo que se han escrito los libros sobre la comida rápida, por ejemplo Fast Food Nation. Hasta que no se escribió ese libro no se sabía del impacto de la industria de la comida rápida en la sociedad y en el medioambiente. Me refiero a las prácticas agrícolas, los productos químicos y demás. Eso no se sabía hasta la aparición de ese libro.
Y esa es la razón por la que yo he escrito mi libro. Mucha gente no sabe cómo está hecha su ropa. Incluso las empresas y sus diseñadores no saben cómo están hechas sus prendas. Esto lo admiten, literalmente, cuando una de las fábricas que trabajaban para ellos arde en un incendio y dicen que no tenían ni idea de que sus prendas estaban hechas allí. Si ellos no tienen control sobre esto, ¿cómo lo van a tener los consumidores?
¿Hasta que punto son un equivalente la industria de la comida rápida y la industria de la moda rápida?
Los humanos nos estamos vistiendo desde el origen de los tiempos. Pero esa actividad acabó corrompiéndose por la avaricia, la mecanización, la globalización y no sólo en los últimos 20 años, sino en los últimos 250 años. En este tiempo ha habido gente haciéndose rica a costa de los más pobres. Y esto es así desde que el británico Richard Arkwrigh puso en marcha el primer bastidor de hilado movido por agua [en el siglo XVIII].
Desde un punto de vista medioambiental. ¿Cómo de problemática es la industria de la moda-rápida?
Es problemática en muchos aspectos. Primero, en lo que respecta al volumen. No es sólo la industria de la moda rápida. En realidad, toda la industria de la moda tiene este problema. Pero es que, en general, en todos los ámbitos se produce demasiado. Porque el mero concepto de economías de escala lo hace obligatorio. Es decir, que es más barato producir 100 unidades de algo en lugar de las 80 que vas a vender porque es más barato producir 100 que 80, lo que implica acabar tirando 20. Esta ha sido una práctica normalizada en el mundo de los negocios desde hace al menos un siglo.
Desde que empezó la producción en línea en la Ford Motor Company, el modo en que las industrias producen lleva a la sobreproducción, poniendo en el mercado, por ejemplo, cantidades y cantidades de coches. En Estados Unidos esto se ve desde las autopistas. Hay lotes de coches en oferta donde sólo se venden centenares y centenares del mismo modelo de un coche. Eso es lo mismo que entrar en una tienda de ropa y ver perchas y perchas con la misma ropa. O sea, que no estamos hablando de un problema de sobreproducción sólo en el mundo de la moda. Es un problema asociado al capitalismo y al modo en que se hacen negocios hoy día.
¿Qué efectos tiene esa sobreproducción en el medioambiente?
Primero, cuando se sobreproduce ropa, al final, falta sitio donde ponerla. Y así, la ropa acaba tirada al medioambiente. Por otro lado, están los materiales con los que se hace ropa que no son sostenibles. Cuando se crearon algunos de estos materiales se pensaba que eran una genialidad, aunque ahora sabemos que tal vez no fueran tan geniales. Por ejemplo, el poliéster, inventado entre finales de los 30 y principios de los 40, se aplicó a la ropa porque estaba hecho a base de petróleo y se creía que teníamos infinitos recursos fósiles.
No nos dimos cuenta de que ese material es, básicamente, plástico, y que éste no se biodegrada a no ser que pasen cientos de años. En su momento, apareció como una solución a la seda, un material muy demandado por los ejércitos para la fabricación de paracaídas y la cirugía. Hoy cuesta más llevar a la tintorería ropa hecha con poliéster que comprar una prenda nueva. Por eso mucha de esa ropa acaba tirada a la basura o directamente al medioambiente, donde no se biodegrada. Este problema lo tiene el poliéster, pero también cualquier otro material hecho a base de petróleo.
Tampoco son una solución los materiales hechos a base de fibras vegetales o animales.
No. Si vienen de árboles, puede que se utilicen árboles de bosques o junglas protegidas. Pero el proceso para convertir ese material vegetal en material para la fabricación de ropa necesita tantos productos químicos y tanta agua que el impacto es mucho peor sobre el medio ambiente. Luego, por otro lado, hay problemas como el de la fibra de cachemir. En su día, era una fibra de lujo, muy poco usada. Pero con la producción en masa de cachemir puesta en marcha por las empresas de la industria de la moda rápida, uno puede comprarse un jersey de cachemir por sólo 70 euros.
Para convertir el cachemir en una fibra tan usual como el algodón – que es fácil de cultivar – el Gobierno de Mongolia ha autorizado que ahora haya 40 veces más el número de ovejas de cachemir que había en un principio en el país. Estos animales son criaturas voraces que están contribuyendo a la desertificación del país tan rápido que, en una generación, no habrá más cachemir. No habrá forma de vivir de la tierra en Mongolia.
¿Qué otros problemas medioambientales hay asociados a esa industria de la moda rápida?
La lista es un suma y sigue. Se usa, por ejemplo, demasiada agua en el procesado de pantalones vaqueros. Esto lleva a la contaminación de los ríos. Hay tantos problemas que es para ponerse enfermo. Pero todo esto puede reducirse si, sencillamente, reducimos el volumen de la producción.
Pero ahí está el problema estructural de la sobreproducción.
Sí, y también el del sobreconsumo de ropa barata. Ha llegado un punto en el que hay prendas que tienen una vida tan corta que se ponen apenas siete veces antes de acabar en la basura.
En España, ¿son ejemplo de esta lógica de sobreproducción marcas como Zara o Mango?
Su modelo de negocio, como el de toda empresa dedicada a la moda rápida, está basado en el volumen. Su lógica es tratar de producir cantidades máximas a precios mínimos. En esto, no son responsables ni en el respeto de derechos humanos ni en el respeto del medioambiente, porque están creando un volumen que el planeta no puede absorber. Se están agotando recursos naturales a un ritmo demasiado rápido.
Y marcas como Zara o Mango no están solas. Se podría hablar de otras marcas.
Por su puesto, podríamos hablar de otras marcas, pero de cualquier producto en realidad, ya sea coches o decoraciones navideñas. Este problema lo encuentras en toda industria que produzca demasiado de un producto. Hasta que no tengan una política de “cero desechos” no van a estar desarrollando buenas prácticas de negocio a nivel ético y medioambiental. Las empresas tienen que pensar en el largo plazo y no en el corto plazo.
Pero marcas como Zara, Mango, H&M o GAP siempre van a poder decir que sus productos han servido para democratizar fibras como el cachemir. ¿Qué se puede decir ante ese argumento?
Que la ropa nunca ha sido tan barata como lo es ahora. Por la ropa, básicamente, ahora se paga el mismo precio que se pagaba en los años 30, durante la Gran Depresión. Mientras tanto ha subido el precio del pan, de los huevos, de la gasolina, de los coches, de todo. Y también han subido los salarios en los últimos 70 años. Pero los precios de la ropa se han mantenido. Lo que pasa es que ahora compramos diez veces más ropa que hace una generación.
Eso es un derroche. Es un modo de vida basado en el derroche. Así que no, no se trata de democratizar. En realidad, no se está democratizando nada. Porque a la gente de la industria que produce esa ropa no se le está pagando ni el salario mínimo. En realidad se ha creado un nuevo tipo de imperialismo. Es otro ejemplo de colonización, donde hay una parte acumulando y acumulando dinero.
Para poder escribir su último libro, usted visitó también los talleres de que utilizan las marcas de la industria de la moda rápida.
Para poder visitar los talleres tuve que acordar no revelar identidad de empresas porque no quería poner en peligro a la gente que me permitió acceder a ellas. Lo que vi allí fue horrible. En Bangladesh vi gente trabajando descalza. No sé por qué, pero se les obligaba a trabajar así. Las ventanas del centro de producción estaban rotas. Las paredes estaban muy sucias. La temperatura era de 35 grados. No había salida de emergencia en caso de incendio. La única vía de escape era una pequeña escalera repleta de cajas de cartón. Usaban máquinas arcaicas que resultaban peligrosas. Las usaban de un modo peligroso.
Había niños trabajando allí, de trece o catorce años. A todos se les pagaba horriblemente mal. Se les notaba extremadamente cansados. No tenían ningún tipo de derecho laboral, ni vacaciones o derecho a baja de maternidad, por ejemplo. Y hacían ropa para marcas muy conocidas. Y las marcas dicen, por su parte, que no saben nada. Que hay subcontratas. Y su responsabilidad es conocer todo esto. ¿Se imagina que Mercedes-Benz o Ford dicen que no sabía que sus frenos se fabricaban en la subcontrata de una subcontrata aunque esa fabricación provocara un accidente? Por supuesto que no.
Naomi Klein, en 'No Logo' (Ed. Paidos Ibérica, 2001), también describe situaciones de trabajo precario como las que usted hace, pero en su caso eran talleres que fabricaban ropa de marcas deportivas. Si este tipo de problema lleva ahí tanto tiempo. ¿Por qué no cambia nada?
Porque las empresas que se benefician de este sistema no tienen que responsabilizarse. Nadie hace que se responsabilicen. No hay leyes, nada. Por eso se van a esos países donde no hay vigilancia de las condiciones de trabajo. Renuncian a sus responsabilidades con los trabajadores y con el planeta para obtener más beneficios.
En muchos casos, los resultados empresariales de compañías como Zara casi que se celebran en el debate público como un orgullo español. Se las consideran un ejemplo de éxito. ¿No es esto problemático cuando uno ve los problemas que usted muestra en su libro?
Por supuesto. Pero es que no sólo Zara, todas estas empresas tienen gente muy buena en sus departamentos de marketing y de relaciones públicas. Esta gente está creando un relato de éxito y triunfos para estas empresas. Y tiene sentido, en Estados Unidos pasa lo mismo con Nike. Y luego salen a la luz historias incluso de atletas que han sido tratados muy mal por esa empresa.
Esta es la magia del marketing, que oculta lo malo y sólo muestra lo bueno. Pero por eso yo hago el trabajo que hago. Yo creo como periodista que el periodismo es el cuarto poder, que sirve para controlar los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, pero también para controlar el mundo de los negocios y la industria. Esto es algo que no hace mucha gente en el mundo de la industria de la moda. Y Estamos hablando de una industria que mueve al año 2,4 billones de dólares [2,1 billones de euros].