El ‘dramático mundo de aranceles’ ya está aquí
El mundo se convertirá en un trumpantojo. Dícese, valga el juego de palabras, del uso masivo de técnicas que tratan de engañar a la vista mediante cambios de perspectivas y malabares ópticos. Porque casi nada será igual desde el próximo 20 de enero, fecha en la que Trump, cuadragésimo quinto presidente estadounidense, asumirá la 47 administración federal de la historia de EEUU.
El segundo mandato, interrumpido por los cuatro años del demócrata Joe Biden, le convierte en el primer dirigente con legislaturas no consecutivas desde Grover Cleveland en 1892. Gracias a su contundente triunfo en las urnas, no será solo en el inquilino de la Casa Blanca con más cuota de poder acumulado -con un legislativo de amplia inclinación republicana y una alta judicatura que le ha otorgado espacios de inmunidad por su antiguo estatus de jefe del Estado en causas como su involucración en el asalto al Capitolio o el acopio en su residencia Mar-a-Lago de documentos confidenciales-, sino en el de más ascendencia política e ideológica desde Franklin D. Roosevelt, atestiguaba The Economist en un reciente análisis de situación.
Detrás de este descontado movimiento geopolítico hacia otro orden mundial irrumpe el MAGA. Esa doctrina que ha perfeccionado el primigenio lema America, first con el que triunfó en 2016. El Make America Great Again, forjado a golpe de martillo por la Heritage Foundation, es el puñal con el que Trump acuñará sus órdenes ejecutivas, previamente afiladas en el Project 2025 que los expertos del que quizás sea el más ultraconservador de los think tanks americanos, perfilaron especialmente para él. El MAGA es el estandarte de esta ruptura: el armazón ideológico que va a enterrar 80 años de internacionalismo hilvanado en el Despacho Oval desde la Segunda Guerra Mundial, y a regenerar el proteccionismo mercantilista.
Ambos, conceptos avalados por los votantes estadounidenses el 5N, junto a los férreos controles a la inmigración, el rechazo a la justicia social y a cualquier reivindicación woke que se precie, y a una creciente repulsión a lo extranjero que justifica, a los ojos de sus simpatizantes, cualquier medida para corregir el déficit comercial o aplacar una supuesta, pero ficticia, violencia social.
Sin embargo, el MAGA es, además de un viaje de retorno a la vieja idea de América, un recetario de fórmulas modernas, según la jerga neoliberal al uso. Entre otras, la desregulación de sectores como el tecnológico u otros industriales dirigidos a ampliar el dominio de EEUU en el mundo, dicen sus defensores. Porque, a los ojos de Trump, es el orden global y no el primer mercado del planeta, el que aturde la prosperidad y ha restaurado los negros años veinte y treinta del siglo pasado. Aunque incluya más ingredientes, como las manidas rebajas impositivas para espolear el dinamismo económico perdido -pese a que el PIB americano haya mostrado durante cuatro años una resiliencia sin parangón a los episodios recesivos tras la Gran Pandemia- y, por supuesto, las subidas masivas de aranceles a la importación.
Todo ello, modificará substancialmente la política exterior. Tanto su lista de aliados, que serán revisados y la resistencia de sus lazos recientes puestos a prueba para posibles recambios, como la de rivales. Semanas antes de la toma de posesión, la impredecibilidad era la interpretación habitual en las cancillerías occidentales en torno a la agresión rusa a Ucrania y su amenaza hacia la UE o la rivalidad china con EEUU y su despliegue inversor y comercial en los mercados globales.
Al igual que sobre la reacción de Trump con Europa o sobre socios geoestratégicos como México, Canadá, Japón o Reino Unido. O asuntos como la militarización, la seguridad o la proliferación de armas nucleares. El semanario británico resalta que, en cualquier caso, lo que ha conseguido el trumpismo es un cada vez más amplio número de imitadores. El nacional-populismo de corte derechista, que ya se encaramó al poder en Brasil en 2016 y llevaba un largo decenio en Hungría, se ha apoderado ahora de Argentina e instalado en Italia y lucha por tocar el poder en Francia o en Alemania. Entre otras latitudes.
Un sexteto económico con halcones de altos vuelos
Esta lucha por preservar la preeminencia de EEUU en el mundo tendrá daños colaterales. En el terreno económico, climático, tecnológico y militar. El orden internacional está en clara revisión. Si bien sus objetivos pasan irremediablemente por que los cambios en la economía americana surtan efecto. De ahí que los cuatro cargos con mayor capacidad ejecutiva en este ámbito sean adalides de la lealtad al mandatario republicano y apóstoles de las tesis de la Heritage.
Scott Bessent será el secretario del Tesoro. Banquero de Wall Street, con largo recorrido como asesor de Trump, fundador de Key Square Group tras dejar la firma de inversión de George Soros y, según los agentes que intervienen en los mercados, una de las voces más influyentes en los círculos financieros americanos, que le consideraban la apuesta moderada para aplicar control fiscal y estimular la economía y el empleo.
El futuro jefe del Tesoro es partidario de rebajas fiscales y alzas de aranceles coyunturales más que estructurales. Para lo cual, aporta su propia receta, del triple 3: recorte del déficit al 3% del PIB -casi 4 puntos por debajo del que se encontrará Trump-, impulso de la actividad hasta esa cota del 3% y aumento de la producción nacional de petróleo hasta superar los 3 millones de barriles diarios. Aunque también es especialmente intransigente con el encarecimiento tarifario a productos made in China, lo que induce a pensar que podría relajar la amenaza comercial sobre Europa y sus socios norteamericanos del USMCA, la unión aduanera con México y Canadá que el propio Trump alumbró en su primer mandato a partir del Nafta.
Eso sí, con permiso de Howard Lutnick a quien Trump ha confiado la Secretaría de Comercio y la escalada arancelaria definitiva. CEO y cofundador de Cantor Fitzgerald y otro fiel asesor personal de Trump, era el favorito de Elon Musk para el Tesoro. Aunque asumirá un amplio poder desde este trascendental departamento federal que también supervisa actuaciones de dumping o en materia de competencia, legisla subsidios a sectores industriales, tecnológicos y otros con vitola de estratégicos, determina vetos, o aplica y retirar ayudas en nombre de la seguridad nacional.
Todo un arsenal para perfilar represalias contra China, el gran rival geopolítico y económico de EEUU, tesis que comparte con Bessent, muy crítico, a la vez, con la Fed, cuya independencia ha cuestionado al afirmar que sería partidario de instaurar una jefatura de la Reserva Federal en la sombra con un indiscutible componente político. Además de declararse halcón fiscal y defensor de “voluminosas” rebajas tributarias.
A la vera de Trump estará Kevin Hassett como director del Consejo Económico Nacional, su gran asesor en el círculo de la Casa Blanca. Abogado fiscalista especializado en Sociedades, ha sido el ideólogo en la sombra de la agenda impositiva de Trump -en connivencia con la sala de máquinas de Heritage- y dice estar dispuesto a crear “un clima mucho más favorable para los negocios” y a coordinar a todo el equipo económico del Ejecutivo. Para lo cual, contará con Jamieson Greer, designado nuevo Representante de Comercio de EEUU -USTR, en sus siglas inglesas-, encargado de definir con precisión la táctica contra China. Antiguo jefe de Gabinete de Robert Lighthizer, que ocupó este mismo cargo entre 2016 y 2020, forma parte del club de partidarios de retirar a Pekín las ventajas de su estatus de socio comercial permanente, de un decoupling con el gigante asiático en toda regla y de poner en liza una coraza de medidas proteccionistas.
A ellos se suman el responsable Energía, Doug Burgum, el eslabón de Trump con las petroleras y el gestor de su reiterado mensaje “perforar, perforar, perforar” de campaña, y Russell Vought, al frente de la Oficina de Administración y Presupuesto y el brazo ejecutor de Elon Musk y Vivek Ramaswamy en el Departamento de Eficiencia Gubernamental que nace con la misión de ajustar 2 billones de dólares en gastos federales.
Trump y Musk: los auténticos maestros de ceremonias
Aun así, “Trump será su propio zar del Comercio”, explica Edward Alden en Foreign Policy, como le sugirió al millonario Ross Perot y su Partido Reformista, en 2000, cuando se autoproclamó “el mejor USTR”, porque “si nuestros socios se sientan en una mesa conmigo garantizo que se acaba la estafa comercial que realizan con EEUU”. Ahora, “no será tan caótico”. Tampoco como lo fue en su primer mandato. El hecho de no contar con su todopoderoso Lighthizer, a quien entregó el cargo de USTR en su primer mandato, revela que “ha dejado atrás esa mezcla de halcones con tradicionalistas republicanos” en la política comercial.
“Seguirá siendo impredecible”, pero “será más perspicaz”. Y, sobre todo, continuará agitando la coctelera de la globalización. “Vigilará muy estrechamente la estrategia arancelaria”, ajustará el tiro, como ha dicho, hacia México, Canadá o Europa y, en especial, hacia China. Aunque aparcará el debate entre libertad comercial y proteccionismo. Los primeros -dice Alden- “han perdido ya la batalla” en EEUU. La versión Trump 2.0 abre otro debate: “¿qué proteccionismo adoptará la Casa Blanca y cuántas dificultades de adaptación al mismo tendrán sus aliados y sus empresas?”.
Si el resto del mundo “tendrá que apretarse en cinturón” en el orden comercial, con mensajes directos a aliados, rivales y países que osen renunciar al dólar, que ha protagonizado un 2024 en el que se había revalorizado un 16,8% hasta el 5N y otro 6% desde el triunfo republicano, ritmo desconocido desde 2015, las empresas deberán también reajustar sus estrategias corporativas. Musk será el “disruptor en jefe”, el CEO de América, según Trump, quien superará la emergencia de un combustible para las industrias y el combatiente contra la corrupción oligárquica.
Dicho en román paladino, Musk será quien desarme las regulaciones, con su doble rasero de ser la persona más rica del mundo, uno de los más influyentes como dueño de X, con acceso a todo tipo de contratos federales para su emporio -en especial, Tesla y SpaceX- y su ejemplo de lobista más cercano, proclive a negociar sin luz ni taquígrafos en Mar-a-Lago, lejos del Capitolio y de la Casa Blanca.
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