EEUU e India refuerzan su alianza tecnológica y militar frente al adversario común chino

“La amistad entre nuestras naciones está en constante progreso porque compartimos un futuro sin cortapisas y de un potencial ilimitado”. No son palabras protocolarias, ni una felicitación al uso de un jefe de Estado a un homólogo por su victoria electoral. El mensaje que trasladó el presidente de EEUU, Joe Biden, a Narendra Modi nada más conocerse su triunfo en las urnas de la mayor de las democracias desvela la trascendencia geoestratégica que la Casa Blanca concede a su relación con la India, el país más poblado del planeta, quinto PIB global y cuarto centro bursátil del mundo.

Aunque, por encima de este triple sorpasso protagonizado por Nueva Dehli en el pasado bienio, a EEUU le seduce la condición de rival geopolítico y económico regional de China. Además, cuenta con la flexibilidad de Modi para tejer vínculos con el Sur Global, mientras entabla un diálogo con el G-7 -pese a su pertenencia a los BRICS- y gesta consensos en el G-20 con tintes multilaterales.

La prioridad diplomática estadounidense hacia India es evidente. Como el viaje relámpago del asesor de Seguridad Nacional de Biden a Dehli coincidiendo con el juramento del tercer mandato presidencial de Modi tras los comicios que se celebraron entre el 19 de abril y el 1 de junio. Jake Sullivan y su homólogo Ajit Doval -uno de los más fieles delfines del líder nacionalista-, dirigieron reuniones de alto nivel diplomático y económico casi de forma soterrada, pero de una enjundia incuestionable en el marco de la Iniciativa EEUU-India sobre Tecnología Crítica y Emergente.

Bajo este rimbombante epígrafe se esconden acuerdos de cooperación de especial magnitud. Por ejemplo, en tecnología civil, militar y espacial, en innovación o en el terreno de las telecomunicaciones avanzadas o la biotecnología.

Con resultados vinculantes, como la compra por India de plataformas de drones militares MQ-9B americanos o la coproducción de los sistemas terrestres de defensa que usa el Ejército de EEUU. Sin descuidar el ámbito empresarial, clave en el engranaje de la Alianza Indo-Pacífico auspiciada por Biden nada más instalarse en el Despacho Oval para contrarrestar los efectos mercantilistas e inversores de la pasarela comercial de la Nueva Ruta de la Seda inspirada por el presidente chino, Xi Jinping.

Acercamiento geopolítico y económico-empresarial

Las dos partes mantuvieron rondas separadas con compañías de ambos países. Con tecnológicas y emporios militares estadounidenses y con empresas indias como Thayermahan, Axiom Space, Bharat Heavy Electricals, Bharti Airtel o Tata Power. El pacto tecnológico bilateral, impulsado en 2023, les conmina a trabajar conjuntamente en digitalización en el terreno civil y en el militar, con aplicaciones sofisticadas destinadas a subvertir el músculo geoestratégico de China en Asia.

El propio Modi escribió en la red X (antes Twitter) el “éxito en el fortalecimiento de una colaboración esencial para el bien del orden global” y agradeció a Biden su compromiso con la gestión de su partido, el nacionalista Bharatiya Janata, y el libre flujo de mercancías, servicios, capitales y tecnología del club Indo-Pacífico, que tildó de “beneficioso para la estabilidad y la paz mundial”. Mientras el Departamento de Estado americano se hacía eco de los “avances en prosperidad, innovación, combate contra el cambio climático o en el espacio económico común” que comparten en Asia y destacó la “connivencia indo-americana en el reto de frenar el creciente peso internacional de China y la agresión geopolítica de Rusia”.

En este contexto se enmarca también el deseo de Washington de que India alcance una mayor involucración en AUKUS, el tridente de seguridad compuesto por EEUU, Reino Unido y Australia. China lo considera el brazo armado del QUAD, el llamado Diálogo Cuadrilateral que integran desde 2007 Washington y Tokio con Canberra y Dehli para dotar de estabilidad geoestratégica, según reza su estatuto fundacional, a Asia, y que el régimen de Pekín identifica como “la cúpula política” de una OTAN continental.

A la Administración Biden le seduce la idea de que India se aproxime a AUKUS, tal y como acaba de hacer Nueva Zelanda que negocia con la Casa Blanca su inclusión en el Pilar 2 del acuerdo, que le da acceso a tecnología militar avanzada en IA, misiles hipersónicos y guerra cibernética. De momento, el gobierno neozalandés niega cualquier adhesión al Pilar 1 que le facilitaría la entrega de submarinos nucleares, como acaba de permitir Australia y que comprometería -avisa Robert Patman, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Otago- a la “soberanía y a la política de no proliferación de armas nucleares neozelandesa”, el argumento que utilizó la ex primer ministra Helen Clark para ausentarse del club.

Tiras y aflojas en la conexión indo-americana

Los lazos entre Washington y Delhi, no obstante, nunca han ido como la seda. Derek Grossman, analista de la consultora de seguridad Rand y experto en asuntos del Pacífico, describe la fricción bilateral. Del lado estadounidense, preocupa la intolerancia del partido BJP de Modi con las minorías, especialmente hacia los musulmanes, hasta el punto de que en el Capitolio existe un clima que presenta a India como una “democracia con déficit de liberalismo y de valores” igualitarios. Además, de la acusación del legislativo de aplicar métodos extrajudiciales en el asesinato al líder separatista indio Hardeep Singh en Canadá -aliado prioritario de Washington- en 2023 y sobre el que los servicios de inteligencia de Ottawa ven la mano negra de Delhi.

A la Administración Biden tampoco le gusta la represión que ejerce el ministro de Interior Amit Shah, al que se considera “el jefe de Gabinete en la sombra” en los circuitos diplomáticos, ni las preferencias multilaterales indias en la resolución de conflictos globales que le alejan del QUAD y el AUKUS, en las iniciativas del BRICS + o de la Organización de Cooperación de Shanghái junto a China, Irán, Pakistán, Rusia y varios estados de Asia Central. O, en el lado económico, la compra masiva de petróleo ruso, su exclusión de las sanciones occidentales al Kremlin, la adquisición de misiles a Vladimir Putin S-400 o su indiferencia en la búsqueda de la paz en Ucrania.

Por contra, a Modi le perturba la conexión entre talibanes y autoridades de Pakistán -su otro gran enemigo regional y fronterizo que, como Delhi, es potencia nuclear-, desde la retirada del Ejército estadounidense de Kabul, o las demandas climáticas que la Casa Blanca reclama a India como tercer país más contaminante -tras EEUU y China- y que trastocan su intención de ganar músculo entre los países del Sur Global por su dinamismo económico.

Pero todo ello queda en un segundo plano ante la elección del régimen de Xi Jinping como enemigo público número uno de ambos, explica Grossman, para quien ni siquiera el America, First de un hipotético triunfo de Donald Trump y su acusación directa a Delhi de dumping laboral que quita puestos de trabajo a los estadounidenses, pondrá en jaque una relación construida “como una especie de partenariado bunkerizado para dominar la geopolítica en el resto del Siglo XXI”.

La rivalidad india frente al salto científico de China

La contención de China “ha turboalimentado” los vínculos entre Modi y Biden, explica Michael Kugelman, del think-tank Wilson Center, que resalta que este viraje diplomático “es, quizás, el de mayor consecuencia global” por su extrema complejidad, al estar “en permanente estado de mutación y bajo intensas dinámicas y sometido a una multiplicidad de frentes”.

Kugelman cita expresamente el deseo de Modi de convertir a su país en plataforma productiva y exportadora de chips, para lo cual ha conseguido que gigantes estadounidenses como Micron invierta 835 millones de dólares en fábricas de su país, Lam Research forme a 60.000 ingenieros a través de una red de laboratorios conectados con centros de investigación de EEUU o que Also Applied Material, que vende maquinaria para montar circuitos integrados, se instalen en India. En el plano militar, que sus ejércitos realicen maniobras conjuntas para ganar crédito y elevar sus capacidades disuasivas frente a China, con intervención de sus servicios de inteligencia.

El Modi 3.0 que ha instaurado el presidente indio también cautiva a sus empresas, que ven un futuro de estabilidad económica y parecen haber aparcado el pánico por su rivalidad con China. La superación de la bolsa de Mumbai a la de Hong-Kong en capitalización sirve de colchón de seguridad al sector privado indio por su creciente poder de atracción de capitales foráneos. Al igual que las proclamas de Modi de que la carrera por el sorpasso a China no ha hecho más que empezar, algo que los analistas empiezan a calificar de “obsesión” del líder indio.

David Lubin, investigador en Chatham House, defiende que “el combate competitivo por ejercer la hegemonía en Asia está en el aire” con el propósito de Modi de que India sea “un mercado plenamente industrializado en 2047” y de Jinping de lograr el dominio global chino en 2049. Con disputas directas entre ellos en torno a Taiwán. India por sellar acuerdos en la industria de chips con la multinacional taiwanesa PSCM y China por anexionarla a su estado.

Aunque, del mismo modo tendrá un papel estelar en este juego geoestratégico el asalto de Pekín a la supremacía científica global. The Economist explica que desde la CAS -Academia de Ciencias de China- se ha intensificado el mapa industrial de plantas en biotecnología, de semiconductores y de componentes de tecnología avanzada e IA para romper la hegemonía estadounidense en el orden mundial. Mientras India, por el contrario, apuesta su futuro a los pactos multilaterales con EEUU, con sus socios emergentes y con sus aliados del Sur Global; todo ellos, encaminados a entorpecer la influencia exterior de Pekín.