España ha escapado hasta ahora de la oleada de avisos sobre posibles cortes de luz este invierno, protegida por una infraestructura de regasificación que no tiene parangón en Europa.
Una situación que contrasta con la de un buen número de países europeos. Muchas capitales del continente contienen la respiración ante lo que depare en los próximos meses la meteorología y lo que ocurra con el suministro de gas ruso.
El mercado europeo está en las últimas semanas en una suerte de compás de espera. Los pronósticos más optimistas, como recogía el viernes Financial Times, apuntan a que lo peor para la crisis energética en el continente puede haber pasado ya.
Se ha producido una tregua en los precios del gas, que ha propiciado una moderación de la inflación en España en octubre y se explica por un inicio del otoño inusualmente cálido, una fuerte destrucción de demanda en la industria, cierta recuperación de la producción eólica y, sobre todo, la falta de espacio para descargar más gas en la UE, con sus almacenes a rebosar.
En octubre, la cotización del gas se ha desplomado tras meses de locura. La referencia ibérica (Mibgas) ha llegado a situarse cerca de 20 euros por megavatio hora (MWh), un nivel de los de antes de esta crisis energética, frente a los casi 100 de principios de octubre. El TTF europeo ha llegado a ser negativo en el mercado al contado mientras el precio para entrega en un mes de este producto ha llegado a caer por debajo de 100 euros/MWh. Todavía muy alto, pero lejos de los 350 que llegó a alcanzar en agosto, tras el corte de suministro a través del gasoducto ruso Nord Stream 1.
En cualquier caso, la situación en muchos países de la UE de cara a los dos próximos inviernos sigue siendo incierta. El 25 de octubre, la agencia europea de reguladores energéticos (ACER) apelaba a la solidaridad entre países miembros para mantener los flujos de luz y gas el próximo invierno y advertía de que “algunos” de ellos “afrontan significativos retos que muy probablemente no van a resolverse pronto”.
Según esta entidad, “las importaciones de electricidad podrían ser esenciales para todos” y maximizarlas “será vitalmente importante para muchos Estados miembros”. También aquellos “que son exportadores de electricidad”, como le ha ocurrido este año a España, al rescate de Francia por sus problemas con la nuclear.
Como señalaba el pasado jueves la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su último World Energy Outlook, la guerra en Ucrania está teniendo ya “efectos desestabilizadores” en los sistemas energéticos de algunos países en desarrollo y “la posibilidad de escasez de gas en los próximos meses supondrá otra prueba importante para la resistencia de los mercados abiertos en Europa y más allá”.
“Las opciones para sustituir el gas natural son un factor determinante crucial de la capacidad a corto plazo de la Unión Europea para adaptarse a la posible escasez de suministro”, según la AIE. El organismo adscrito a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) recuerda el “rol central” de la electricidad en la vida moderna: “La escasez o los cortes de suministro tienen el potencial de causar un daño inmenso e imponer costes de miles de millones de dólares por día en las economías nacionales”.
Sucesión de avisos
En los últimos meses y semanas, a medida que el conflicto en Ucrania se ha ido enquistando, han proliferado avisos inquietantes en numerosos países, también por parte de la propia UE, cuyos miembros acordaron el pasado verano reducir en un 15% su consumo de gas respecto a la media de los últimos cinco años, entre agosto de 2022 y marzo de 2023. El porcentaje en el caso de España (con mucha mayor holgura que otros países) se quedó en torno al 7%.
A principios de octubre, el comisario europeo para la Gestión de Crisis, Janez LenarÄiÄ, advertía a medios alemanes de que es “muy posible” que el próximo invierno puedan producirse cortes del suministro eléctrico en países de la UE, que no identificaba, e instaba a prepararse para lo peor.
El esloveno trazaba dos escenarios: uno (improbable) en el que “un elevado número de países” se viera en esa situación y otro por el que “un número pequeño” podría verse afectado “por un incidente menor”, en cuyo caso otros países de la UE podrían prestar apoyo con generadores de emergencia “como ocurre con los desastres naturales”.
En Alemania, país tradicionalmente adicto al gas ruso, el ministro de Economía y Clima, el verde Robert Habeck, que en septiembre tuvo que dar marcha atrás al anunciado apagón nuclear previsto para finales de este año, afirmaba hace unos días que el país podría afrontar con seguridad los próximos meses y capear una recesión moderada si el invierno no es demasiado frío y el gas no escasea.
El 4 de octubre, un ejecutivo de Amprion, el mayor gestor de la red eléctrica germana, advertía de la posibilidad de tener que detener las exportaciones de electricidad a Francia como “último recurso” para evitar apagones y en horas concretas. Y días después, el ex ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, muy conocido en España en los años del rescate financiero a Bankia, instaba a hacer acopio de velas para hacer frente a posibles cortes de electricidad y ponerse dos capas de jerseys.
Parte de las incertidumbres en el suministro a Alemania tienen que ver con la llamada gripe nuclear francesa. El país vecino se está viendo muy afectado por los problemas técnicos de más de la mitad de sus reactores, que le están obligando a importar energía de sus vecinos. Y en las últimas semanas ha visto cómo las recientes huelgas incrementaban el riesgo de apagones el próximo invierno.
El gestor de la red francesa, RTE, advertía el 18 de octubre, en su actualización de previsiones invernales, de que “no se puede excluir por completo el riesgo de un corte, pero se podría evitar reduciendo el consumo nacional entre un 1 y un 5% en la mayoría de los casos, y hasta un 15% en las peores situaciones meteorológicas”. Sí insistía en que “en ningún caso” el país corre el riesgo de “una pérdida total del control del sistema eléctrico. RTE dispone de recursos de respaldo del sistema eléctrico adecuados y proporcionados en función de la magnitud de cualquier desequilibrio”.
Según RTE, en Francia las principales incertidumbres de cara al invierno están relacionadas con el suministro de gas, la situación energética en sus países vecinos, la evolución de la demanda y la capacidad de sus reactores nucleares de volver a operar con normalidad.
También el 18 de octubre, Finlandia aplazaba por enésima vez la puesta en marcha del reactor nuclear Olkiluoto-3, que debería cubrir el 14% de su demanda y acumula más de una década de retrasos y sobrecostes multimillonarios. Las autoridades de este país fronterizo con Rusia han advertido de posibles apagones este invierno en varias ocasiones a lo largo de los últimos meses.
Otro tanto hizo en septiembre pasado la primera ministra estonia, Kaja Kallas, ante la posibilidad de que Rusia expulse a los estados bálticos de la red eléctrica que tienen de forma conjunta.
También el 18 de octubre, The Guardian desvelaba que la BBC prepara guiones secretos para su posible utilización en caso de apagones invernales que afectaran a las redes de telefonía, el acceso a internet, el sistema bancario o los sistemas de señalización vial.
El 6 de octubre, el gestor de la red eléctrica británica, National Grid, advirtió de la posibilidad de que los hogares y empresas del país afronten este invierno cortes de tres horas con un preaviso de un día, con el objetivo de reducir el consumo total de energía un 5%. Se trataría de un escenario extremo: si Vladimir Putin cortase totalmente el suministro de gas a Europa y Gran Bretaña experimentase una ola de frío. Días antes, el regulador energético, Ofgem, advertía de la “posibilidad” de que el país entre en una situación de emergencia de suministro de ese combustible.
En septiembre, la agencia Reuters informó de que los bancos europeos estaban preparando generadores de emergencia para cubrirse de potenciales cortes de suministro y la OCDE advertía de que, pese al alto nivel de llenado de las existencias de gas en Europa, podrían producirse posibles “déficits” en el abastecimiento a Europa “si los suministros adicionales no rusos desde fuera de la Unión Europea no se materializan como se esperaba, o si la demanda de gas es mayor debido a un invierno frío”.
En los últimos meses también ha habido avisos sobre la posibilidad de sufrir cortes de suministro eléctrico en Austria, otro país muy dependiente del gas ruso que abrió la espira de la psicosis del apagón. Allí los reportajes sobre cómo hacerles frente se han convertido en un clásico. Es posible incluso encontrar artículos sobre las mejores radios con funcionamiento a manivela.
Con mayor o menor nivel de alarma, también se han lanzado alertas en Irlanda, en Grecia, en Suiza o en Noruega. Y fuera de Europa, también han proliferado en países desarrollados como Estados Unidos o en Japón, que en marzo y junio pidió a ciudadanos y empresas que redujeran el consumo de energía para evitar la sobrecarga de la red. En agosto, el Gobierno nipón dio un giro radical al apagón nuclear que decidió tras la catástrofe de Fukushima.
“No va a haber apagones”
En España, hace un año, cuando las tropas rusas todavía no habían invadido Ucrania, corrió como la pólvora la especie de que un gran apagón estaba al caer. Una teoría que expertos y directivos del sector descartaban tajantemente y que fue azuzada por la ultraderecha de Vox. En aquellos días, se agotaban las existencias de camping gas y se acuñó incluso un curioso neologismo, el de los “preparacionistas”, que en Austria hace furor. Ese gran apagón no llegó.
Ahora, en un escenario muchísimo más complejo que entonces, esa hipótesis ha sido descartada por las autoridades españolas, y tampoco Red Eléctrica ha contemplado ese escenario.
Lo decía hace unos días en el Senado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez: “No va a haber apagones, ni racionamientos ni ninguna de esas escenas apocalípticas que pronostican los creadores de bulos”. Los próximos meses “no van a ser fáciles”, pero no se adoptarán medidas drásticas y a ningún hogar español le va a faltar energía “para calentarse, para iluminarse y para cocinar este invierno”, garantizó Sánchez.
Esa es también la opinión del sector. En una macroencuesta publicada hace unos días por el diario Expansión entre ejecutivos y directivos de las principales energéticas en España, la respuesta era unánime y clara: que nadie espere precios baratos de la energía para el próximo invierno, pero al país no le va a faltar gas, gracias a que cuenta con un tercio de la capacidad de regasificación de toda la UE, lo que le permite descargar ese combustible en barcos metaneros llegados de todas partes del mundo.
En estos meses, España ha logrado junto con Portugal arrancar la solución ibérica para limitar el precio del gas en el mercado eléctrico, que ahora la UE debate adoptar también. Y hace unos días, en pleno atasco de metaneros en Europa, Madrid y Lisboa han logrado desbloquear un nuevo corredor de gas e hidrógeno con Francia apelando a la “solidaridad” europea.
España tiene seis regasificadoras en operación, construidas en los años del boom e infrautilizadas antes de esta crisis energética. A ellas se unirá en enero la de El Musel, en Gijón, que se va a abrir tras años en hibernación como almacén de gas para el resto de la UE. En la actualidad el sistema español dispone de una capacidad conjunta (sumando las instalaciones de almacenamiento y las regasificadoras) de 1,98 TWh/día, equivalente a 729 TWh/año, más del doble del actual consumo anual del país.