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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La espiral de precios y tipos empuja a las carteras de inversión a apostar contra bonos corporativos

Los riesgos geopolíticos, económicos y financieros desde el estallido de la guerra en Ucrania han desbordado el mercurio de los termómetros, tanto del mercado como de los think-tanks que se dedican a la observancia del orden mundial. En ocasiones, como la actual, desde ambas esferas del análisis se apela a la “tormenta perfecta”. Aunque la amenaza de una ruptura abrupta de la globalización, una nueva guerra en Europa, la escalada de precios energéticos, los bloqueos logísticos y comerciales, la reinvención permanente de las cadenas de valor desde la irrupción de la Covid-19 o sus daños colaterales inmediatos -descenso sin paracaídas de la actividad y un empuje de la inflación hasta cotas desconocidas en cuatro décadas- parecen justificar la idea de que el recién nacido ciclo de negocios espera con resignación un accidente a punto de ocurrir.

En las últimas fechas, el sónar de la emergencia ha partido del ámbito inversor, que suele ser el primero en manifestar temores catastrofistas o euforias desatadas en función de si las plazas en las que colocan sus activos atraviesan por una fase bear -oso, en tendencia bajista- o bull, -toro o alcista-. Las compañías de inversión han asumido una estrategia preocupante para las naciones de rentas altas ya que se han impuesto las ventas de bonos corporativos; sobre todo, de firmas estadounidenses y europeas.

Solo en el primer trimestre, las pérdidas inversoras en estos activos, según datos compilados en Bloomberg Economics, han llegado a los 805.000 millones. Es el mayor descenso histórico en más de 20 años, después de la borrachera crediticia de los últimos años y de la competencia tarifaria entre los gestores de fondos, que han rebajado substancialmente su retribución al cliente. La inflación galopante, la caída libre de la economía y la incertidumbre por el conflicto bélico en Ucrania “están atacando los portfolios desde todos los ángulos”, convienen en señalar desde las firmas de inversión.

Bridgewater, fundada por uno de los gurús de referencia, Ray Dalio, en 1975, lo proclama a los cuatro vientos en Financial Times. Ha puesto en venta sus activos de bonos corporativos en 2022 ante la amenaza de una recesión económica con una recuperación mucho más compleja que la del bienio porque, en tal caso, no tendrá el impulso de unos tipos de interés bajos, sino más bien todo lo contrario. El encarecimiento del dinero, que podría ser Fast and Furious para frenar unos precios desbocados en latitudes norteamericanas y europeas, “podría dar la puntilla a la economía”, admite Greg Jensen uno de los Chief information officer (CIO) del considerado mayor hedge fund del planeta.

El alto ejecutivo de Bridgewater incide en que la toma de decisión de esta medida en la firma se debe a una visión pesimista de la trayectoria de la economía global y de que la reciente debilidad de los mercados financieros no será pasajera. “Estamos en un mundo radicalmente diferente” y “nos aproximamos a un aterrizaje”, no se sabe si más o menos brusco, pero desde luego no bajo control. Con una inflación -explica- que hace tiempo debió dejar de catalogarse como coyuntural.

La misión de la Reserva Federal, al igual que el BCE, de mantener a raya la inflación por debajo del 2% deja una lectura subliminal de suma preocupación inversora: el Comité de Mercados Abiertos tendrá que “endurecer de forma drástica los tipos de interés, lo que hará desplomarse a la economía y, con alta probabilidad, empujará a las empresas más débiles a suspensiones de pagos”. Así revela Jensen el resultado de la disección de su firma sobre el desprendimiento de bonos corporativos en un mercado volátil, sensible y con retroceso de rentabilidades.

La advertencia de Bridgewater apunta a otro dato revelador que ha dañado la línea de flotación de casi cualquier doctrina inversora. Entre enero y marzo se revirtió la curva de rentabilidad en el mercado de bonos: las colocaciones de activos a corto plazo superaron en beneficios a las emisiones de deuda de largo recorrido; una anomalía que podría prolongarse durante todo el ejercicio -alertan en Morgan Stanley-, en referencia a los mayores beneficios de los bonos del Tesoro a dos años respecto de los emitidos a diez. A este fenómeno, los analistas también lo identifican como “regresión de la curva 2s10s”.

La Fed consumó en marzo su primer incremento de tipos, del 0,25%, desde posiciones próximas a cero. Mientras el BCE acaba de avanzar que hará virar su política económica en julio, también con un alza de un cuarto de punto, con lo que pondrá fin a más de diez años de descensos en el precio del dinero, además del epitafio al programa de compra de activos y deuda soberana y corporativa.

Históricamente -explican en Morgan Stanley- la curva e rentabilidad “es señal de recesión inminente”; si bien, “en este caso”, y pese a los números rojos del primer trimestre, tiene “más que ver con unos tipos de interés aún demasiado próximos a cero y con una fuerte y persistente demanda de bonos del Tesoro americano a largo plazo que a problemas de salud de una economía” instalada en el pleno empleo, con sectores como el de la vivienda en ebullición, y unos beneficios empresariales del 35% en 2021.

Una losa de endeudamiento demasiado pesada

Sin embargo, el retorno de ganancias a inversores de bonos corporativos estadounidenses con calificaciones más elevadas también se ha resentido; y de forma drástica: en nada menos que 440.000 millones de dólares, la mayor erosión en tres meses consecutivos desde 1980, según avisa la unidad de inteligencia de Bloomberg con datos recabados hasta junio.

La incógnita se complica, en este contexto, porque “las restricciones crediticias atenazarán de inmediato” las estrategias de inversión de las empresas ante unas “perspectivas inciertas sobre el instante en el que la inflación tocará techo” en EEUU y Europa, reconoce Brad Rogoff, jefe de Investigación de Mercados en Barclays. En medio de una concatenación de “riesgos alineados y conectados”, según April Larusse, de Insight Investments, que destaca una deuda conjunta de firmas no financieras, hogares y estados de más 300 billones de dólares en 2021.

Tim Magnusson, CIO de Garda Capital, retrasa el tope inflacionista en EEUU a octubre, después de rozar el 9%. Su predicción anticipa que el los precios saltarán al 8,8% en agosto, tasa que se mantendrá en septiembre y que descenderá al 8% al mes siguiente: “No es una panacea, pero hasta que los precios no inicien su remisión, el sentimiento del mercado permanecerá bajo episodios de alto voltaje”. Es decir, otro largo trimestre a la vista en el que la Fed perseverará en su hoja de ruta de subidas de medio punto para tratar de consolidar los 8,9 billones de dólares de déficit de su balance.

Este panorama también parece convencer a Chris Iggo, su homólogo en otro buque insignia de la gestión de capitales, AXA Investment Managers, para quien el estadio en el que ha penetrado el ciclo post-Covid acabará trayendo descensos de los beneficios empresariales, aunque “no necesariamente contracción” económica. Iggo confía en el último trimestre del año para ver las primeras contenciones de la inflación y la recuperación de la actividad china, así como en una relativa pero incierta estabilidad en los mercados, con la Fed situando tipos en el 2,6% al término del ejercicio. Pero hasta entonces la incertidumbre, lejos de remitir, se agudiza. Goldman Sachs y Credit Suisse aconsejan a sus clientes, en notas oficiales, la conveniencia de retirar activos bursátiles y de aceptar ahora dividendos.